Soy esto y soy lo otro: soy profesor o alumno, chistoso o
serio, trabajador o haragán. Me preocupa seguir siendo esto, dejar de ser
aquello, convertirme en eso otro... Siempre nos ocupamos y preocupamos de y por
lo que somos y son las cosas, pero casi nunca nos ocupa el simple
hecho de que somos y son: no nos paramos a pensar en el ser, en el ser sin más
(o sin menos). Es normal: se da por descontado. Todas las cosas son, así que
¿qué diferencia introduce entre ellas el hecho de que “sean”? Siempre estamos
ocupados con lo que introduce alguna diferencia, lo que es “relevante”, lo que
sobresale, por encima o por debajo. Que las cosas sean, que yo sea, que tú
seas, que haya ser… es algo completamente irrelevante, no genera relieve.
Sin embargo, para el filósofo (ese personaje que, según
decía no sé quien, se especializa en el Todo) es de la máxima relevancia justo el
hecho de que algo no establezca diferencias y sea igual para todos. El ser no
se niega a nada, se “da” a toda cosa, y esto le hace completamente diferente a
cualquier otra propiedad. En cierto sentido básico, el ser es el mismo para
todas las cosas, no discrimina; las demás propiedades, en cambio, son
propiedad de algunos y les falta a otros. Si unas cosas son claras, otras
tienen que ser oscuras; si unas son buenas, otras son malas…
Ahora bien, si el ser no introduce diferencias entre los
seres, entonces, ¿qué introduce diferencias entre ellos, qué los discrimina, qué
pone a unos en el lado de la luz y a otros en el de la oscuridad, o en
una mezcla mejor o peor de ambas? No pueden diferenciarse en que son, desde
luego: la misma cualidad no puede hacer diferentes a dos seres. Si todas las
cosas se volviesen de un solo color, blanco por ejemplo, la vista no las distinguiría,
no vería a ninguna más relevante, no vería sombras: todas serían una sola.
Claro que, en ese caso, todavía conservaríamos el oído o el tacto para saber
que yo soy uno y tú eres otro distinto. Como el sonido no es ningún color, o
sea, no pertenece en absoluto al campo del color, puede distinguir a las cosas
que no se distinguen por el color.
Si lo seres no se distinguen en que son, quizás se
distinguirán, entonces, por otra u otras cualidades totalmente distintas a la
de ser, y estas cualidades serán las que importen, las útiles, las relevantes. Pero
¿qué cosa o cualidad hay que sea distinta y totalmente exterior al ser?, ¿qué
hay fuera del campo del ser? Fuera del ser solo está, si acaso, el no-ser, la
nada, lo que no es. Solo el no-ser puede conseguir que Tú, que estás ahí
enfrente, y Yo, que estoy aquí-mismo, seamos diferentes, que tú no-seas yo y yo
no-sea tú.
Ahora bien, ¿puede haber lo-que-no-es? ¿Cómo pensarlo? Cuando
pensamos algo, el pensamiento tiene que agarrarse a alguna característica, y es
precisamente esa característica la que el pensamiento tiene que reflejar
exactamente para que sea un pensamiento correcto y verdadero. Sin embargo, lo-que-no-es solo tiene la característica
de no-tener-características. ¿Es eso una característica? Pensar el no-ser es,
más bien, pensar en lo que no es; es decir, es no pensar algo que es; o sea, pensar
en nada; algo tan absurdo como ver la oscuridad, imposible. El no-ser no puede
ser (algo). Si lo fuera, además, le pasaría lo que a los demás seres: sería
igual a todos los demás en el ser, y seguiríamos en el mismo problema de cómo diferenciarlos. Si somos todos lo mismo en el ser, ¿qué
puede hacer realmente el no-ser, exista o no, para distinguirnos y separarnos?
¿Y si, en verdad, visto con profundidad, por debajo de los
relieves o adornos, más allá de las apariencias (que se dice que engañan), no
somos diferentes, tú y yo, y las otras cosas, sino que somos… todas lo mismo? Si
pudiéramos mirar las cosas con total profundidad, con el ojo de la inteligencia
pura (el ojo de la diosa verdad) no veríamos ninguna sombra que distinguiera
una cosa blanca de otra, no entenderíamos ninguna limitación que haga que tú
seas tú y yo sea yo. La sombra que distingue a los cuerpos, el no-ser que
distingue a las cosas, es solo cuestión de perspectiva, de no estar en la
perspectiva total y absoluta, es cosa de tener la vista corta: una ilusión
“óptica” (como ver las cosas más pequeñas porque están más lejos).
Por supuesto, los mortales no sabemos mirar así, ver lo uno
de todo. Como mucho, podemos figurarnos que una diosa vea así las cosas (o la
cosa, mejor dicho), y podemos creer que nuestra labor en la vida es “despertar”
a ese pensamiento en que todas las diferencias, sombras y no-seres quedan
abolidos, convertidos en humo, y solo queda el ser único bien redondo.
Al menos, esto es lo que parece creer Parménides, como otros
sabios de otras culturas, según dice su poema, en el que relata lo que dice que le dijo la Diosa durante un “viaje” o transporte místico:
Venga, yo te diré (y tú guarda el relato que oigas)
qué dos únicas vías en la búsqueda hay concebibles.
La una: que es, y que no es que no sea,
esa es digna de fe y confianza (pues verdad la acompaña);
esa es digna de fe y confianza (pues verdad la acompaña);
la otra, que no es y que es necesario no-ser,
esta está, te lo advierto, desviada de toda credibilidad,
ya que ni podrías conocer el no-ser (porque nunca se
alcanza)
ni pensarlo.
Pues lo mismo es el pensar y el ser.
(Parménides, Fragmentos 3 y 4 –traducción mía-)
Del No-ser no sale el Ser, el No-ser no sale del Ser.
El límite de ambos es visto por los que contemplan la
verdad.
Sabe que es indestructible Aquello de que este Todo está
penetrado.
La destrucción de esta cosa imperecedera nadie es capaz de
causarla.
(Bhagavadgita, II, 16-17 -traducción de F. Rodríguez Adrados-)