-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

viernes, 24 de abril de 2015

Nietzsche frente a Kant: ¿voluntad de deber o voluntad de poder?

Nietzsche vuelve de un paseo por el campo y se encuentra con el pequeñajo Kant, que le asalta:

Kant.- He leído que has escrito de mí que soy el instinto que se equivoca en todas y cada una de las cosas, que soy la antinaturaleza hecha instinto, la decadencia alemana hecha filosofía, un siervo de teólogos, un iluso y qué se yo... ¡Eso es Kant!, dices.

N.- Eso es.

K.- Y ¿qué quieres decir? ¿Cuáles crees que son esas equivocaciones mías, y cuál es ese instinto antinatural?

N.- Se puede contestar todo en uno: tú, aunque dices haber acabado con la metafísica como una ciencia, en realidad lo que has hecho es salvar todo lo que le importaba a los metafísicos, o sea, la creencia en que hay ideas y principios universales, a priori como los llamas, tanto en el conocimiento como, sobre todo, en la moral: ¡sobre todo en la moral! Pero el único a priori que existe aquí es vuestro prejuicio o instinto enfermo que es la moral cristiana, a la que salváis a toda costa: esa moral del resentimiento y la debilidad, que dice que todos somos iguales. La moral de rebaño, la llamo yo. Tú no eres más que el último y más refinado hijo de la metafísica, o sea, del odio a la vida.

K.- ¡Qué exaltado y vehemente eres! ¡Verdaderamente, por tus gestos cualquiera diría que luchas por una buena causa!

N.- Hablo en nombre de la Vida.

K.- ¿Hablas? ¿De la Vida? Así que crees que se puede y se debe hablar, y concretamente en defensa de la Vida… ¡Esos son tus prejuicios! ¿no?

N.- Eso es, esos son mis prejuicios.

K.- Pero ¿te interesa discutir si tienes derecho a ellos?

N.- Sólo me interesa si es una lucha a vida o muerte, con mi enemigo, que es al que más quiero. Por ejemplo, tú.

K.- Gracias por tus halagos. Vamos a la cuestión. Según tú, estoy totalmente equivocado al pensar que existe una parte a priori en nuestro conocimiento. No sólo rechazas las ideas platónicas o cartesianas, sino también mis conceptos formales a priori.

N.- Eso es. Lo único que tienes es una fuerte convicción en que esos conceptos son universales. Pero una convicción (o fe, mejor dicho) no es una demostración. No puedes demostrar que dentro de un minuto dos más dos serán cuatro, o todo efecto tendrá una causa.

K.- ¿Entonces, según crees, ningún conocimiento tiene más valor que el que le estoy dando ahora mismo, por mi fe?

N.- Así es: la verdad absoluta es la absoluta mentira.

K.- Pero ¿qué es exactamente lo que me reprochas: que crea que existe la Verdad, o que no comparta la verdad en la que crees tú?

N.- Las dos cosas.

K.- ¿Las dos? ¿Piensas que puedes hacer afirmaciones, si dices a la vez que toda afirmación vale lo mismo: lo que uno decida creer?

N.- Yo no hago afirmaciones, yo juego con el lenguaje. No tengo inconveniente en contradecirme, esa preocupación la dejo para ti.

K.- ¡Sí, ya veo que juegas!: tus textos están llenos de insultos y otras figuras retóricas románticas... yo tengo gustos más neoclásicos...

N.- Son mi forma de ser tragicómico, ditirámbico, ¡no romántico (no tengas mala fe)!

K.- Y, no te ofendas, pero ¿a quién crees que haces gracia, como no sea a personas moralmente inmaduras, que ríen con chistes groseros y pueden confundir un improperio con un argumento?

N.- ¿Ves qué mal humor tienes? ¡Eres muy serio! Así no se puede vivir.

K.- ¿Tú crees? Puede ser, si también eres médico a tu juicio... Pero vayamos al grano: si lo que dices es contradictorio (y ni siquiera te importa) ¿por qué hay que compartir lo que dices, y no más bien lo contrario? Pero veamos lo de tus gustos, porque parece que para ti, como para mí (será lo único en que estamos de acuerdo, creo yo) el asunto de qué tiene valor es mucho más importante que el del conocimiento…

N.- Sí, pero tu Voluntad Universal, tu ley para todos igual, se parece a mi voluntad de poder como una momia a un vivo.

K.- ¿Qué le objetas a mi teoría moral?

N.- Ya lo he dicho, aunque nuestros oídos son duros. Tu moral, o sea, la moral cristiana y socrática, es una maldición contra la vida. ¡Lo vivo no es universal, estático, imperativo! Lo vivo es instante, presente, cambio perpetuo, lucha, egoísmo…

K.- Veo que aprecias mucho a la Vida.

N.- Como buen enfermo… saludable.

K.- Y ¿qué es, entonces, lo que me reprochas, o nos reprochas a los moralistas: que concedamos valor a las cosas, o que no valoremos lo que tú?

N.- Las dos cosas, exactamente a la vez.

K.- Lo suponía. O sea, que crees a la vez que las cosas carecen de valor, que no hay una ley moral universal, que todo eso es un invento, y no sé cuántas cosas más, pero que, a la vez, la Vida es lo más valioso que hay, la medida de todo lo demás, por así decirlo, y que todos deberíamos valorarlo así… ¡Qué suerte tienes con poder jugar a contradecirte y quedarte tan ancho!

N.- ¿Ves? La vida es juego, caos. No seriedad ni orden.

K.- Y, ¡claro!, supongo que, como no hay nada permanente, ni yo ni tú somos algo, ni mucho menos la Humanidad.

N.- Lo ves.

K.- Ni existe, por supuesto, futuro de la Humanidad o de ti y de mí.

N.- Eso es (y no es, a la vez).

K.- Entonces, cuando nos recomiendas que demos el paso a ser ultrahombres, y cuando hablas del hombre del futuro, es un caso más de esos juegos tuyos.

N.- Así es.

K.- Creo que tienes razón, que estás en lo cierto. Es verdad que no hay verdad, lo valioso es descubrir que nada tiene valor, el futuro de la Humanidad consistirá en reconocer que no existe el futuro ni la humanidad, que todo presente es bueno.

N.- ¡Sabía que recurrirías a esa argucia! En último extremo, el teólogo deja el diálogo, porque le basta con su fe en sí mismo, aunque sepa en su interior que está equivocado.

K.- ¿Equivocado, yo? ¡No, yo no creo eso! Creo que los dos, tú y yo, estamos en lo cierto… Date cuenta de que, si sólo estuviese equivocado yo, entonces existiría una única verdad absoluta, la tuya, y eso echaría a perder tu propia... teoría, por llamarla así. Así que, aunque es verdad todo lo que dices, es también verdad que no dices más que sandeces, que tus instintos valorativos son perniciosos para cualquiera, empezando por ti, y sobre todo inmorales e indignos de una persona, y que el futuro que tú prometes es volver al pasado de la inconsciencia, cuando éramos amebas, por ejemplo.

N.- ¿Realmente me estás malinterpretando tanto, o te estás haciéndote el loco?

K.- Dímelo tú. Si es que puedes, porque dices que todo es interpretación, así que (deduzco, en mi pobre manía de usar la lógica), según tú no hay ninguna interpretación que sea la correcta...

N.- Yo salvo la vida, tú la destruyes.

K.- Sí, no me repitas tus amores por la vida. Yo, en cambio, ni creo que tú tengas una noción adecuada de lo que es vivir, ni creo que una vida injusta e irracional merezca la pena, es decir, que tenga algún valor. Y no hace falta que me lances otra vez tu consigna de que la vida es lo más importante. Dame, si puedes, algún argumento para ese prejuicio tuyo, o si no crees en argumentos, cállate… o habla, como quieras. Pero ¿quién es aquí el loco?

N.- Los dos somos locos. Pero mi locura se llama vida, Dionisos. La tuya se llama odio, venganza, resentimiento… Cristianismo.

miércoles, 22 de abril de 2015

Nietzsche y Platón, Platón o Nietzsche... Diálogo en la cumbre

Una tarde que andaba solo por el monte vi y oí dialogar a dos imágenes, que me parecieron las de Platón y Nietzsche. Se pararon cerca de mí, sin notar mi presencia, y miraron hacia la ciudad, al pie de la montaña, donde las gentes comerciaban, y reían y lloraban.

Nietzsche.- Míralos. Con sus afanes de siempre. Viven como amodorrados.

Platón.- Desde luego.

N.- ¡Pocos tienen la triste necesidad que tú y yo, la de pensar!

P.- ¿Necesidad, dices? ¿No será Libertad?

N.- Más valdría vivir, y no pensar.

P.- Y ¿qué es vivir sino pensar? ¡Nada!

N.- Y todo.

P.- ¿Les envidias?

N.- No, ellos ni piensan ni viven. Tú, aunque no existes, por lo menos piensas, y yo… Tú y yo somos un principio y un final. A mí me hubiera gustado ser ya otro principio, el de sólo vivir, pero he tenido la misión de ser sólo su anuncio…

P.- ¿De verdad crees eso? Siempre que te he oído decir algo así, pensaba que lo decías para consumo del vulgo.

N.- Quizás sea así. Si te digo la verdad, nunca he distinguido bien qué digo con convicción y qué digo en broma.

P.- Mejor así. Quien no vive en la ironía, vive… o malvive en la ignorancia. Pero, contéstame, ¿quién crees que viene después de quién, tú de mí o yo de ti?

N.- ¿¡lo preguntas en serio!? Sabes que lo que tú hiciste, eso que llaman Metafísica, ya no puede volver. Yo sólo he puesto el punto final que estaba pidiendo a gritos.

P.- ¡A veces me sorprende tu ingenuidad! Creo que eres esclavo del mismo error que has combatido a veces, o sea, la creencia en una historia que va hacia algún lado, en un futuro… dentro de un tiempo lineal… ¿No dices tú que todo se repite?

N.- ¿Me vas a decir que tú crees en el círculo, en el eterno retorno?

P.- No, eso es cosa de dioses.., si te refieres al eterno presente mismo; o de piedras, si te refieres al eterno otro… A los que, como tú o yo, estamos a medio camino entre los dioses y las piedras, entre lo mismo y lo Otro, nos cuadra mejor una espiral. Todo se repite, pero no exactamente igual. Tú y yo somos puntos del mismo ciclo, pero los más alejados, y por eso los más cercanos, si trazas un corte en la espiral. ¿Sabes que en mi época hubo alguien muy parecido a ti?

N.- ¿A quién te refieres?

P.- A Calicles. Muchas de las cosas que dices las repetía él: que si el valor de las cosas lo decide la voluntad del más fuerte, que si la filosofía es cosa de enfermos, que momifica cuanto toca… ¡Sí! Amaba la vida…

N.- ¿Y crees que tú le refutaste?

P.- No, yo no, lo hizo Sócrates antes que yo.

N.- ¡Sócrates! ¿Fue un santo, o un santurrón, un héroe o un cobarde?

P.- Sócrates fue el hombre más exigente, y el más valiente. Tú y yo no le llegamos a las rodillas. ¿No decías que hay que vivir? Compara tu vida o la mía con la suya: tú y yo somos sólo pensadores: él era un vividor.

N.- También fue quien más se engañó a sí mismo.

P.- ¿Crees que inventó lo que quería creer?

N.- Eso es: era su forma de hacerse más fuerte que Calicles, por ejemplo. Pero para eso tenía que envenenar la vida.

P.- Esa objeción ya la contestó el propio Sócrates: si el fuerte se deja dominar, eso es lo que le corresponde. ¿No dices tú eso del pueblo, de la masa obrera?

N.- Pero es muy triste que los que son simple rebaño se hayan hecho con el poder.

P.- Amigo, eres una de las mentes más sensibles a la tragedia humana, al dolor, a la angustia, no me cabe duda… No hay más que oírte hablar. Y, ¿no es ese el problema para los filósofos?

N.- Sí. Lo que nos diferencia es las respuestas que damos.

P.- Muy bien. Sócrates se dio perfecta cuenta de que la dignidad y exigencia que hay en nosotros es incompatible con la muerte. Sólo quien se menosprecia puede creerse mortal. Si el hombre es esto que vemos, que se puede destruir tan fácilmente, no tiene ningún valor. Pero cada uno sabe que él tiene un valor infinito.

N.- Eso lo cree la rana de sí misma.

P.- Y con razón. Tú, en cambio, te dices a ti mismo y nos dices que la dignidad y la valentía consisten en reconocer y querer que todo pasa, que nada es. Sólo en esa aceptación de lo totalmente cambiante estaría la libertad. Pero no sé si así te liberas hasta de ti mismo y te quedas en pura nada.

N.- ¿Y qué? Mejor ser nada que creer ser algo.

P.- ¿Has leído mi Parménides?

N.- De joven. Te confieso que toda mi vida lo he evitado, diciéndome a mí mismo que sólo era un galimatías de una cabeza griega tan grande como la tuya.

P.- Tú has dicho a veces que tu filosofía es la contraria a la del viejo Parménides. Él dijo que todo es Uno, eterno, inmóvil; tú, que todo es Múltiple, cambiante, pasajero…

N.- Sí. He dicho que vivimos en una época protagórica: uno es la medida de todo. Tal vez tenías razón en que yo vine también antes de Sócrates…

P.- ¡Así que eres un hijo de la burguesía ilustrada, un enfermo!

N.- Esa broma es demasiado, ¿no crees?

P.- Perdóname, es una ironía. Decía: Parménides y tú sois contrarios ¿no? Entonces ¿qué vamos a hacer con vosotros? ¿Prescindimos de uno de los dos, del Uno o del Otro?

N.- O de los dos. Pero si prescindís de mí, os quedáis sin enemigo, ¡y entonces sí que estaríais ya del todo secos y tiesos!

P.- Tal vez. Y ¿qué pasa si prescindimos del viejo Parménides? Tú has escrito: si eliminamos el mundo verdadero, no nos quedamos con el aparente…

N.- Exacto.

P.- Y has dicho, quizás, más verdad de la que crees. Sin lo Uno, sin lo Inmóvil, todo tu pensamiento se queda en la sombra total. ¡Ya sí que podríamos dedicarnos sólo a lo que tú llamas "vivir"! Es más, no tendríamos más remedio: nada de pensar. Sólo a hacer nuestra santa voluntad, aquí y ahora mismo.

N.- Como dioses.

P.- O como piedras, más bien, porque eso es vivir sin consciencia, ser una piedra, un muerto. Los que vivimos en la mezcla (como tú o yo), no podemos prescindir de lo Uno y lo Otro, de lo Mismo y lo Diferente, de lo Eterno y lo Cambiante. Sin uno de esos polos, se acaba el tiempo, la vida y todo. Parménides y tú sois dos polos, que se implican mutuamente. Sin lo múltiple y cambiante, lo Uno y eterno no se manifiesta; sin lo Uno, lo múltiple es inconcebible.

N.- Total, que somos pura contradicción. Y eso es lo que digo yo, al fin y al cabo.

P.- No estaría mal que tú y yo estemos diciendo lo mismo. Pero falta un detalle. ¿Sabes por qué puse mi sabiduría en la boca de Parménides, y no en la de Protágoras o Calicles?

N.- Porque tu corazoncito está con lo inmóvil y momio.

P.- Tiene que ver con lo que entiendo por Amor, y Vida. Lo europeos de ahora no sabéis amar. Sois un poco sucios y románticos. Si se os toca se queda uno pegajoso.

N.- Parece que vas a decir algo que suene bien.

P.- El amor es asimetría, tendencia desigual, tensión inclinada hacia arriba. No es ese revoltijo de lo uno y lo otro revolcándose en unas sábanas. El amor es hijo de lo Uno y lo Múltiple, de lo Mismo y lo Diferente, pero su tendencia es siempre hacia lo Uno y lo Mismo, porque en eso es en lo que hay vida y Acción pura. En lo Otro y diferente lo que hay es caos y muerte, nada.

N.- Has estado a punto de embrujarme otra vez. La metafísica siempre será seductora. Pero me niego a entregarme. No conseguiréis que me meta en la secta. Prefiero mi soledad en la nada que vuestro paraíso lleno de sonrisas de sacerdotes.

P.- Dicho así, casi me embrujas tú a mí. Pero no, no me convence que me juntes con los sacerdotes. Estoy de acuerdo contigo en que no hay ser más sucio sobre la tierra, y que sus culpas, pecados y penas son pura sed de venganza y debilidad. Así que sigo con lo mío, mi misticismo racional.

N.- Allá tú. Mejor para mí: sin enemigos se me plantearía un gran problema. Quizás tendría que… ponerme a vivir.

P.- No te preocupes, que eso no va a pasar. Olvídate, te lo aconsejo, de esa patraña de que eres el final de nada. Cambiarán algo las palabras, pero mientras haya hombres o algo que se le parezca, habrá la dialéctica de lo Uno y lo Otro, siempre en contradicción y siempre unidos; pero habrá también la solución del Amor, que ve en lo Otro una carencia de unidad, y busca lo uno sin descanso, allí donde ve algo bello.

N.- ¿Bajamos?

P.- Vamos.

N.- ¿Qué les diremos a las gentes?

P.- Tú diles, una vez más, que Dios es, en realidad, el Hombre. Yo seguiré diciéndoles que el Hombre es, en realidad, Dios.

N.- ¡Sí! ¡Así podrán seguir diciendo que somos unos puros chalados!

P.- Pero a la vez no podrán prescindir de nosotros. Somos su conciencia.

N.- ¡Qué vanidoso eres! Eso también lo comparto contigo.

(Y siguieron su paseo, bajando la ladera, mientras se hacía de noche).

¿Con quién "te quedas" (o te vas): con Platón, con Nietzsche, con los dos, con ninguno...?

sábado, 18 de abril de 2015

La vida enferma. Nietzsche I

Informe clínico-metafísico, por el meta-doctor Nietzsche, fisiólogo, psicólogo y genealogista de las Ideas.

Datos del paciente:

Nombre: Hombre
Apellidos: Europeo
Edad: Moderna, según él (o sea, de avanzada edad).
Sexo: más varón que hembra (la “mujer” es una creación de sus delirios enfermizos).

Síntomatología:

El paciente presenta decaimiento y fuertes dolores.
Dice aburrirse y tener angustia.
Se observan salpullidos de vulgaridad por todo su cuerpo.
En la fase más avanzada de la enfermedad sostiene que ya todo le da igual, que se aburre con todo y que si no se suicida es sólo por pereza.

Analítica clínica:

En una primera fase de análisis psicosomático llevado a cabo en el paciente, se encuentra las siguientes causas “internas” de la enfermedad: División de la realidad y fe metafísica. El paciente “vive” (o malvive) creyendo que existen dos mundos, o que el mundo está dividido en dos. Creemos vivir, según él, en un mundo de fenómenos, en que todo cambia, todo pasa, nada permanece mucho tiempo igual. Pero en realidad, sigue diciendo, nuestras esencias o ideas son eternas e inmutables, y no se pueden ver con los ojos ni oler con las narices.
Por más que se le habla, el paciente apenas es capaz de comprender que las ideas no existen, son simples signos utilizados metafóricamente. Padece una ilusión muy viva.
El paciente cree, además, que él es alguien persistente a lo largo del tiempo, cree en su Yo.
Por supuesto, todo esto le hace vivir continuamente fuera de sí, más en el pasado o en el futuro (que son simples construcciones ideales suyas) que en el presente.

Investigando más a fondo, encontramos lo siguiente como origen de su enfermedad metafísica: El paciente lleva toda su vida padeciendo miedos a la vida. No ha sabido adaptarse al riesgo que supone estar vivo, ha querido tenerlo todo previsto y congelado, como si estuviese muerto. Esto le ha provocado el tumor metafísico-religioso, que en su fase más avanzada se llama Cristianismo, y que consiste en creer real justo lo contrario de lo que es real, y tomar por malo justo lo que es saludable y por bueno lo que es nocivo.
Así ha llegado a despreciar el alimento, el sexo, la lucha, el dolor. ¡Afirma creer que todos somos iguales, y tenemos el mismo derecho a vivir! (caso claro de aborregamiento).

Diagnóstico:

Se le diagnostica NIHILISMO agudo. Ha perdido el sentido de la Vida, se ha quedado sin Voluntad, o, digamos, su voluntad es extremadamente débil y enfermiza, incapaz de vivir.

Prescripción facultativa:

Se le prescribe que:
-en primer lugar, se tome el diurético “muerte de Dios”, tres veces al día, antes de cada comida, hasta que expulse todo resto de fe.
-simultáneamente, será sometido a extirpación de los tumores metafísicos que le han crecido por todo el cuerpo, especialmente en la cabeza.
-una vez esto le haya hecho efecto, y esté limpio de toda esperanza sobrenatural, se le someterá a rehabilitación vital, mediante terapia de Ultrahumanidad (consistente básicamente en tener que andar por sí mismo, sin muletas espirituales) y de sano EGOÍSMO.
-por último, cuando su voluntad esté algo más fortalecida, se le implantará un nuevo corazón de la marca ETERNO RETORNO, con el cual llegue a amar todos y cada uno de los momentos de su vida y a ser afirmativo en todos sus instantes.




Friedrich Nietzsche fue un pensador alemán, que vivió entre los años 1844 y 1900. Desde joven fue un apasionado del conocimiento en su sentido más profundo, y, aunque padeció toda su vida muchos dolores físicos debidos a una dolencia cerebral (que le hacía a veces desear la muerte y le acabaría dejando mentalmente inválido los últimos nueve años de su vida), se hizo cargo de los problemas más fundamentales de la humanidad y de los pensamientos más “peligrosos” y “abismales” pensados en los últimos ciento y pico años.


De la pasión con que se dedicó al conocimiento del hombre y de su destino, valgan estas líneas de una carta que escribió a un amigo:


"¡Por fin, mi querido y buen amigo! El sol de agosto luce ya sobre nosotros; el año camina hacia su ocaso y sobre las montañas y los bosques todo se hace más tranquilo y silencioso. Han surgido en mi horizonte ideas nunca vistas, pero no quiero dejar percibir nada de ellas y quiero conservarme yo mismo en una indestructible tranquilidad. ¡Tendré que vivir todavía algunos años! Cuando tales ideas llegan a mi cerebro, mi querido amigo, llega también la de que vivo una vida muy peligrosa y que pertenezco a aquellas máquinas que pueden romperse. Lo intenso de mi sensibilidad me produce espanto y risa. Ya me he visto imposibilitado, algunos días, de abandonar mi cuarto por el risible motivo de que mis ojos estaban inflamados. ¿Y por qué? Porque el día anterior había llorado mucho, y no lágrimas sentimentales, sino de júbilo, en mis solitarios paseos, durante los cuales voy cantando, llorando y delirando a un tiempo, lleno de una nueva visión que poseo antes que ningún otro hombre”. (Epistolario. carta a Peter Gast, 1881. Editado por Biblioteca Nueva)

Las ideas a las que se refiere Nietzsche son las del terrible “descubrimiento” de la muerte de Dios (todo carece de sentido y valor), y las del Ultrahombre (tiene que venir un hombre que sepa vivir sin ideales metafísicos ni religiosos, o sea, sobrenaturales), y el Eterno Retorno (el sentido de la vida sólo se recuperará si se desea que todo vuelva a suceder eternamente, y que el instante de ahora tenga un valor infinito).

En sus últimas cartas firmaba como Dionisos, y alguna vez llegó a firmar como “El Crucificado”. Su último acto consciente fue abrazarse llorando al cuello de unos caballos a los que su amo estaba fustigando. Después de eso fue internado en un psiquiátrico, donde aún vivió nueve años sin, al parecer, enterarse de la enorme fama que su filosofía iba cobrando por toda Europa.
A algunos les gusta pensar que su locura se la inventó él, como último acto de su pensamiento, que apuntaba a ver la vida como Juego y Locura (los médicos no opinan lo mismo, claro).

La importancia del pensamiento de Nietzsche, como él mismo presintió, no es posible calcularla todavía. Según muchos, con él acaba toda una etapa de la historia humana, y a partir de ahora habrá que vivir de otra forma: sin esos ideales trascendentes que la religión ha promovido siempre, y que Nietzsche creyó insostenibles ya para siempre.

Estas son algunas imágenes reales de Nietzsche, en sus últimos días de vida: