Un periodista de cavernisofía ha conseguido hablar con el
filósofo ateniense Platón acerca de la situación política actual. He aquí el
valioso testimonio de esa entrevista:
Periodista (P).- Maestro Platón, viviste hace casi dos mil quinientos
años y ahora accedes a visitarnos. Bienvenido a la Modernidad. ¿Notas una gran
diferencia?
Platón.- Tengo que contestarte con un sí y con un no.
Veamos: me sorprende gratamente, de vuestra sociedad, que algunas prácticas
inhumanas se hayan minimizado o suavizado algo: por ejemplo, la esclavitud. También
me alegra ver mujeres en la política, las artes y, en fin, por todas partes, aunque
la cosa no me parece que esté clara…: yo mismo tuve siempre dudas sobre lo que
significa ser mujer o varón, es decir, si hay ahí una diferencia esencial, que
nos destina a oficios y labores diferentes, o bien, como creía cuando escribí La República, si esa diferencia es
convencional, social… y, por tanto, eliminable, en favor de la igualdad de
vidas los ciudadanos…
P.- ¿¡Igualdad!? ¡Reconoce que suena chocante esa palabra en
tu boca!: todos te tienen, o tenemos, por el defensor de una utopía (o
distopía) donde reina una completa desigualdad…
Platón.- Te entiendo, pero piensa que eso depende de cómo comprendamos
lo de “igual”: ¿tratar a seres desiguales de la misma manera es tratarlos con
igualdad? ¿Das y pides lo mismo a tus dos perros, si uno es grande y, por
tanto, necesita comer más pero a cambio puede también correr más que el otro?
¿Exiges lo mismo a tus dos hijos, si uno tiene un carácter, mental y físico,
diferente del otro? Creo que la igualdad real consiste en tratar a cada uno
según su naturaleza, darle lo que necesita para desarrollarse cuanto pueda, y
no exigirle ni más ni menos de lo que puede dar, que será también lo que le
haga más feliz, dentro de sus posibilidades.
P.- Bien, luego te preguntaré por eso; volvamos ahora, si te
parece, adonde estabas antes de que te interrumpiera: a tu sí pero no…
Platón.- Sí. Bueno, ahora iba al no: pese a los grandes
cambios que he podido ver en vuestra sociedad (y añado a lo anterior el
desarrollo de la ciencia y la técnica, por ejemplo), veo que, en el fondo, la
naturaleza humana sigue siendo esencialmente la misma: los mismos males que
padecíamos nosotros os afectan hoy.
P.- ¿Por ejemplo?
Platón.- Por ejemplo y sobre todo el enorme desconocimiento
que la mayoría de las gentes tienen de lo que son en realidad, de esa inmensa
belleza que esconden detrás de un montón de instintos egoístas y deseos
irracionales.
P.- ¿Qué belleza es esa?
Platón.- La de ser criaturas capaces de trascender con el
pensamiento todo lugar y tiempo, y comprender, al menos hasta cierto punto, la
esencia de las cosas, y de sus propias existencias.
P.- ¿Qué descripción harías, entonces, de nuestra sociedad
occidental?
Platón.- Dicho sin miramientos, es fundamentalmente una
sociedad podrida, en la que se valora más acumular y consumir bienes materiales
(por llamarlos bienes de acuerdo al uso común, aunque en realidad son males
desde el momento en que no los necesitas y te esclavizan), eso se valora más,
digo, que la honestidad y la inteligencia, la verdadera inteligencia.
P.- Pero ¿no te parece que vivimos, también, en la edad del
conocimiento?
Platón.- Solo si le reduces la cabeza al conocimiento. Para
mí, el conocimiento es algo más que matemática al servicio del lujo y sus
guerras. Pero ese auténtico conocimiento, el que decía el maestro Sócrates, de
qué somos y qué nos conviene… ¿me puedes decir en qué lugar lo depositáis?
P.- ¿En las universidades de Filosofía, o algo así?
Platón.- Me temo que no: vuestros filósofos, en su mayoría,
son como los que conocí en mi comerciante Atenas. En primer lugar son lo que yo
llamo unos “misólogos”, es decir, que le tienen odio o simplemente indiferencia
a los razonamientos, y se dedican a ejercitar la verosimilitud o algo así como
pseudo-poesía. En realidad, creen que la Verdad es una palabra pasada de moda.
Lo importante es la utilidad… Los pocos que escapan a eso, ahora como siempre,
son vistos como bichos raros e incluso como locos, ¡si no es que los ajustician!
P.- Entiendo que no te gusta la educación que has encontrado
entre nosotros…
Platón.- En verdad no creo que se pueda llamar educación a
eso: es un adiestramiento técnico, sin pensamiento ni intento de tenerlo acerca
de la idea del Bien, de la Justicia.
P.- Tú hablaste pestes sobre la democracia. ¿Sigues,
realmente, creyendo que hay algo mejor, o, por lo menos, menos malo? ¿No ves
cómo vivimos hoy, en paz y tolerancia?
Platón.- Veo que vivís bajo auténticas mafias, es decir,
bajo una oligarquía. Unos cuantos poderosos, cuyo objetivo en la vida es
satisfacer el mayor número de deseos físicos, incluyendo los tratos más
degradantes con mujeres, por ejemplo…, dirigen el destino de todos los humanos:
su dinero cruza las fronteras y usa productores esclavos, incluidos niños, en
cualquier lugar de miseria donde puede aprovecharse de tiranos alimentados por
ellos mismos. Los que estáis más cerca de la mesa de esos oligarcas, y
obtenéis, pues, mayores migajas, os sentís libres. Pero la libertad es otra
cosa muy diferente.
P.- ¿Qué es?
Platón.- La libertad es ser dueño de uno mismo, es decir,
saber lo que conviene a tu naturaleza: no es llenar el barril sin fondo de tus
apetitos lamiendo la mano que te proporciona esas drogas.
P.- Y ¿cómo se puede acabar con eso?
Platón.- Es prácticamente imposible, amigo, porque las
naturalezas que pueden cambiarlo son pocas, y son corrompidas desde niños
(aunque lo llevan mal) y vigiladas de cerca.
P.- ¿Te refieres a tus sabios gobernantes?
Platón.- Me refiero a lo que llamo, en general, guardianes,
es decir, esas almas nobles que antepondrían la justicia y la honestidad a su
beneficio: ese juez, por ejemplo, que no se deja comprar por las mafias, pero
también a ese hombre, por poco intelectual que sea, o a ese joven, que son
insobornables por sus superiores, o esas mujeres policía que son las únicas que
se atreven a ocupar puestos en algunas ciudades de países muy corruptos y
violentos…
P.- Pero ¿esas naturalezas, si existen, querrían gobernar
por la fuerza, contra la opinión de la mayoría?
Platón.- Por la fuerza se gobierna siempre, también ahora. Los
humanos no somos tan racionales que podamos prescindir de ella. Pero los
guardianes en que pienso solo tendrán que someter a la fuerza a los más
ignorantes y, por tanto, egoístas, esto es, a los que quieren poseerlo todo.
Los demás, creo yo, aceptarán un buen gobierno, en el que pueden participar con
argumentos, y donde se es capaz, también, de reconocer al que es más sabio que
tú, como hacemos con los médicos… La vanidad democrática no puede entender
esto, lo sé…
P.- Déjame que vuelva sobre la desigualdad, o igualdad…, y
la naturaleza. ¿Crees, entonces, que nacemos ya con unas características, que
nos acompañarán toda la vida?
Platón.- Es muy probable. Aunque todos somos humanos, no
todos tenemos las mismas capacidades e inclinaciones.
P.- Pero, ¿no se deberá esa diferencia a la educación que
hemos recibido o al entorno en que hemos vivido, como dicen los socialistas?
Platón.- En su mayor parte, sí, o quiero pensar que sí. No
creo que todo. En cualquier caso, lo primero que deberíamos hacer, desde luego,
es impedir que el entorno marque a uno y le impida llegar a ser lo que es, como
decía el excelso Píndaro.
P.- ¿Quitando al niño de la mano de los padres?
Platón.- No tanto: consiguiendo que el influjo social borre
lo más posible esas diferencias. Y, una vez que cada uno creciese sin
entorpecimientos, como plantas bien cuidadas y no torturadas por el jardinero,
veríamos para qué está capacitado uno.
P.- O sea, si su alma es de cobre, plata u oro… Y, entonces,
ya se podría dar a cada uno según sus méritos, ¿no es así?
Platón.- Esa es una manera pobre de ver las cosas, una
manera propia de comerciantes. ¿Qué es
el mérito, y qué habría que darle? En el fondo, nadie se merece nada, puesto
que todo el mundo hace cuanto puede según su naturaleza y circunstancia. Y
tampoco nadie quiere tener más que otro, al menos el honesto. Se trata, más
bien, como te decía antes, de darle a cada uno lo que necesita, y que él dé de
sí lo que pueda. Así, tanto él como todos seremos lo más felices que podemos
los mortales.
P.- Permíteme que abuse algo más de tu paciencia: tú
escribiste, en La República, que los
guardianes no tienen ni quieren propiedad privada, sino que todo lo tienen en
común, y aquí incluías la sexualidad y los hijos. ¿Has cambiado de parecer en
esto; sigues creyendo, como algunos comunistas, que la familia es algo así como
enemiga de la sociedad, y que el amor entre un hombre y una mujer, en
exclusividad, es un invento poético de seres egoístas?
Platón.- También sobre esto he tenido siempre mis titubeos,
como respecto del asunto de la mujer y el varón… Quiero seguir creyendo, con
los pitagóricos, que entre amigos todo es común, y que allí donde aparece lo
mío cesa lo universal, lo nuestro, lo común, que decía Heráclito. Los celos,
entre hombres y mujeres, o entre niños, me parecen más cosa del deseo egoísta y
posesivo que de seres inteligentes. Pero reconozco que para la naturaleza
humana es muy difícil desprenderse de ello, si es que debe hacerlo.
P.- Bien, querido maestro, te agradecemos mucho tus
palabras, que parece que siguen tan frescas después de más de dos milenios.
Platón.- Gracias a
vosotros por mantenernos vivos, como por otra parte no podéis dejar de hacer. Lo
más viejo es lo más nuevo: vosotros sois más viejos que nosotros, que vivíamos
al principio, según vuestra imaginación; pero por eso nos veis como viejos. En
realidad, estamos metidos en el mismo diálogo, el del hombre consigo mismo.