La ética de Platón es muy chocante para el sentido común,
sobre todo en nuestros tiempos poco intelectualistas. Aunque modernamente hemos desarrollado
mucho la ciencia y la técnica, creemos, en general que las cuestiones de qué es
bueno o malo, justo o injusto, no son un objeto del conocimiento (no son objetivas), sino que dependen de los gustos o los deseos subjetivos de cada uno
(aunque, a la vez, solemos hacer juicios acerca de lo que hacen los demás, como
si pudiéramos juzgarlos de alguna manera objetiva). Platón, sin embargo, creía,
como Sócrates, que la ética tiene que ser una “ciencia”, es más, la ciencia
principal: si no sabes qué es lo bueno, y qué es bueno dadas tus características,
¿cómo puedes llevar una vida buena? Es nuestra inteligencia, según Platón, la
que guía nuestras acciones. Y, por eso, debe ser educada:
-Venga, por favor, ahora Protágoras, ¿qué opinas de la
ciencia? ¿Es que tienes la misma opinión que la mayoría, o piensas de modo
distinto? La mayoría piensa de ella algo así, como que no es firme ni
conductora ni soberana. No sólo piensan eso en cuanto a su existencia de por
sí, sino que aun muchas veces, cuando algún hombre la posee, creen que no
domina en él su conocimiento, sino algo distinto, unas veces la pasión, otras
el placer, a veces el dolor, algunas el amor, muchas el miedo, y, en una
palabra, tienen la imagen de la ciencia como de una esclava, arrollada por todo
lo demás. ¿Acaso también tú tienes una opinión semejante, o te parece que el
conocimiento es algo hermoso y capaz de gobernar al hombre, y que si uno conoce
las cosas buenas y las malas no se deja dominar por nada para hacer otras cosas
que las que su conocimiento le ordena, sino que la sensatez es suficiente para
socorrer a una persona?
-Opino tal como tú dices, Sócrates, contestó; y, desde luego,
más que para ningún otro, resultaría vergonzoso precisamente para mí no afirmar
que la sabiduría y el conocimiento son lo más soberano en las costumbres
humanas.
-Hablas tú bien y dices verdad, dije. Sabes entonces que muchos
hombres no nos creen, ni a ti y ni a mí, y que afirman que muchos que conocen
lo mejor no quieren ponerlo en práctica, aunque les sería posible, sino que
actúan de otro modo. Y a todos cuantos yo pregunté cuál era, entonces, la causa
de ese proceder, decían que estar vencidos por el placer o el dolor, o que los
que hacían eso obraban dominados por alguna de esas causas que yo decía hace un
momento.
-Creo que, como en muchos otros temas, no hablan correctamente
los hombres. (Protágoras 352c)
Una contra-intuitiva consecuencia de esto, es que hay que
considerar que quien hace el mal lo hace por ignorancia. Eso sí, hay una
ignorancia fundamental, en la que no reparamos a menudo: la ignorancia acerca
de lo que somos. Si creo soy una máquina de satisfacer deseos, será lógico que
busque mi placer, al precio que sea. Esto es lo que llamamos, equivocadamente,
ser “egoísta”. En realidad, el egoísta inteligente valora sobre todo la mejor
parte de su alma, la razón, y no sacrifica su dignidad a otros intereses:
Sóc.- ¿No
todos, en tu opinión, mi distinguido amigo, desean cosas buenas?
MEN. –– Me
parece que no.
SÓC. –– ¿Algunos desean las malas?
MEN. –– Sí.
SÓC. –– Y creyendo que las malas son buenas ––dices– ¿o conociendo
también que son malas, sin embargo las desean?
MEN. ––Ambas cosas, me parece.
SÓC. –– ¿De modo que te parece, Menón, que si uno conoce
que las cosas malas son malas, sin embargo las desea?
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MEN.
–– Ciertamente.
SÓC.––¿Qué entiendes por «desear»? ¿Querer hacer
suyo?
MEN. –– Desde luego, ¿qué otra cosa?
SÓC. –– ¿Considerando que las cosas malas son útiles
a quien las hace suyas o sabiendo que los males dañan a quien se le presentan?
MEN. –– Hay quienes consideran que las cosas malas son
útiles y hay también quienes saben que ellas dañan.
SÓC. ––¿Y te parece también que saben que las cosas
malas son malas quienes consideran que ellas son útiles?
MEN. –– Me parece que no, de ningún modo.
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SÓC. –– Entonces es evidente
que no desean las cosas malas quienes no las reconocen como tales, sino que desean
las que creían que son buenas, siendo en realidad malas. De manera que quienes
no las conocen como malas y creen que son buenas, evidentemente las desean como
buenas, ¿o no?
MEN. –– Puede que ésos sí.
SÓC. ––¿Y entonces? Los que desean las cosas malas,
como tú afirmas, considerando, sin embargo, que ellas dañan a quien las hace
suyas, ¿saben sin duda que se van a ver dañados por ellas?
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MEN.
–– Necesariamente.
SÓC. –– ¿Y no creen ésos que los que reciben el daño
merecen lástima en la medida en que son dañados?
MEN. –– Necesariamente, también.
…
|
SÓC. –– Luego nadie quiere,
Menón, las cosas malas, a no ser que quiera ser tal. Pues, ¿qué otra cosa es
ser merecedor de lástima sino desear y poseer cosas malas?
MEN. –– Puede que digas verdad, Sócrates, y que nadie desee
las cosas malas. (Menón 77c ss)
Según Platón, entonces, es peor
hacer un mal que padecerlo. ¿Puedes argumentar por qué esto es así? ¿O por qué
no lo es?
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