-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

lunes, 27 de octubre de 2014

Bien de Verdad. El intelectualismo moral de Platón (Platón IV)


La ética de Platón es muy chocante para el sentido común, sobre todo en nuestros tiempos poco intelectualistas. Aunque modernamente hemos desarrollado mucho la ciencia y la técnica, creemos, en general que las cuestiones de qué es bueno o malo, justo o injusto, no son un objeto del conocimiento (no son objetivas), sino que dependen de los gustos o los deseos subjetivos de cada uno (aunque, a la vez, solemos hacer juicios acerca de lo que hacen los demás, como si pudiéramos juzgarlos de alguna manera objetiva). Platón, sin embargo, creía, como Sócrates, que la ética tiene que ser una “ciencia”, es más, la ciencia principal: si no sabes qué es lo bueno, y qué es bueno dadas tus características, ¿cómo puedes llevar una vida buena? Es nuestra inteligencia, según Platón, la que guía nuestras acciones. Y, por eso, debe ser educada:

-Venga, por favor, ahora Protágoras, ¿qué opinas de la ciencia? ¿Es que tienes la misma opinión que la mayoría, o piensas de modo distinto? La mayoría piensa de ella algo así, como que no es firme ni conductora ni soberana. No sólo piensan eso en cuanto a su existencia de por sí, sino que aun muchas veces, cuando algún hombre la posee, creen que no domina en él su conocimiento, sino algo distinto, unas veces la pasión, otras el placer, a veces el dolor, algunas el amor, muchas el miedo, y, en una palabra, tienen la imagen de la ciencia como de una esclava, arrollada por todo lo demás. ¿Acaso también tú tienes una opinión semejante, o te parece que el conocimiento es algo hermoso y capaz de gobernar al hombre, y que si uno conoce las cosas buenas y las malas no se deja dominar por nada para hacer otras cosas que las que su conocimiento le ordena, sino que la sensatez es suficiente para socorrer a una persona?

-Opino tal como tú dices, Sócrates, contestó; y, desde luego, más que para ningún otro, resultaría vergonzoso precisamente para mí no afirmar que la sabiduría y el conocimiento son lo más soberano en las costumbres humanas.

-Hablas tú bien y dices verdad, dije. Sabes entonces que muchos hombres no nos creen, ni a ti y ni a mí, y que afirman que muchos que conocen lo mejor no quieren ponerlo en práctica, aunque les sería posible, sino que actúan de otro modo. Y a todos cuantos yo pregunté cuál era, entonces, la causa de ese proceder, decían que estar vencidos por el placer o el dolor, o que los que hacían eso obraban dominados por alguna de esas causas que yo decía hace un momento.

-Creo que, como en muchos otros temas, no hablan correctamente los hombres. (Protágoras 352c)

Una contra-intuitiva consecuencia de esto, es que hay que considerar que quien hace el mal lo hace por ignorancia. Eso sí, hay una ignorancia fundamental, en la que no reparamos a menudo: la ignorancia acerca de lo que somos. Si creo soy una máquina de satisfacer deseos, será lógico que busque mi placer, al precio que sea. Esto es lo que llamamos, equivocadamente, ser “egoísta”. En realidad, el egoísta inteligente valora sobre todo la mejor parte de su alma, la razón, y no sacrifica su dignidad a otros intereses:

Sóc.- ¿No todos, en tu opinión, mi distinguido amigo, desean cosas buenas?
MEN. –– Me parece que no.
SÓC. –– ¿Algunos desean las malas?
MEN. –– Sí.
SÓC. –– Y creyendo que las malas son buenas ––dices– ¿o conociendo también que son malas, sin embargo las desean?
MEN. ––Ambas cosas, me parece.
SÓC. –– ¿De modo que te parece, Menón, que si uno co­noce que las cosas malas son malas, sin embargo las desea?



MEN. –– Ciertamente.
SÓC.––¿Qué entiendes por «desear»? ¿Querer hacer suyo?
MEN. –– Desde luego, ¿qué otra cosa?
SÓC. –– ¿Considerando que las cosas malas son útiles a quien las hace suyas o sabiendo que los males dañan a quien se le presentan?
MEN. –– Hay quienes consideran que las cosas malas son útiles y hay también quienes saben que ellas dañan.
SÓC. ––¿Y te parece también que saben que las cosas malas son malas quienes consideran que ellas son útiles?
MEN. –– Me parece que no, de ningún modo.


 
SÓC. –– Entonces es evidente que no desean las cosas malas quienes no las reconocen como tales, sino que de­sean las que creían que son buenas, siendo en realidad ma­las. De manera que quienes no las conocen como malas y creen que son buenas, evidentemente las desean como buenas, ¿o no?
MEN. –– Puede que ésos sí.
SÓC. ––¿Y entonces? Los que desean las cosas malas, como tú afirmas, considerando, sin embargo, que ellas da­ñan a quien las hace suyas, ¿saben sin duda que se van a ver dañados por ellas?


 
MEN. –– Necesariamente.
SÓC. –– ¿Y no creen ésos que los que reciben el daño merecen lástima en la medida en que son dañados?
MEN. –– Necesariamente, también.


 
SÓC. –– Luego nadie quiere, Menón, las cosas malas, a no ser que quiera ser tal. Pues, ¿qué otra cosa es ser me­recedor de lástima sino desear y poseer cosas malas?
MEN. –– Puede que digas verdad, Sócrates, y que nadie desee las cosas malas. (Menón 77c ss)

Según Platón, entonces, es peor hacer un mal que padecerlo. ¿Puedes argumentar por qué esto es así? ¿O por qué no lo es?

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