Jueza.- Señora Razón, se le acusa de invadir, también en la moral, el terreno que no le pertenece, y pretender decirnos a todos qué está bien y qué está mal, sin atender a lo que dice el Ministerio de Gustos y Felicidades. ¿Tiene usted algo que declarar?
Razón.- No tengo nada que decir. Ni siquiera reconozco legitimidad a este juicio. Nadie más que yo puede juzgar, a los demás y a mí misma.
Jueza.- Que se siga el proceso. Tiene la palabra el fiscal.
Fiscal.- Señoría, creo que ha quedado clara la arrogancia de la acusada. Es fácil demostrar que, exactamente igual que ocurría con el Ministerio de Conocimiento, la señora Razón, ha usurpado o, mejor dicho, intentado usurpar (porque no ha conseguido nada, a decir verdad) funciones que no le corresponden. Ha pretendido convertirse en monarca absoluta, ella que no es más que una consejera.
Querría llamar a declarar como testigo a don Sentido Común.
Jueza.- Que entre.
(entra un hombrecillo un poco tosco de andares. Jura decir la verdad)
Fiscal.- Don Sentido-Común, díganos: ¿Cuál es su cometido?
Sentido-Común.- ¿Cómo dice?
Fiscal.- Quiero decir qué busca usted…
Sentido-Común.- ¡Ah! Mi reloj, el de la pulsera negra.
Fiscal.- No, me refiero a qué busca usted en la vida. ¿No es verdad que usted busca, al fin y al cabo, la Felicidad?
Sentido-Común.- ¡Claro que sí! ¡Casi más que el reloj!
Fiscal.- ¿Reconoce usted a la acusada?
Sentido-Común.- La veo borrosa (es que ando un poco miope ¿sabe usted…? Los años…)
Fiscal.- No se preocupe. ¿No le han estorbado a usted ella o alguno de sus descendientes, los llamados “sabios”, en su difícil tarea de buscarse la vida?
Sentido-Común.- Hombre, un poco sí, pero no les hago mucho caso ¿sabe usted? A veces ni les entiendo cuando hablan (¡son gente muy leída!).
Fiscal.- Y ¿cómo puede usted apañárselas sin ella?
Sentido-Común.- Yo, como mi madre y mi padre, y mi abuelo y abuela y toda la familia, sé muy bien lo que ando buscando… el reloj ¿Lo ha visto usted?
Fiscal (algo nervioso).- No, querido amigo. No tengo más preguntas, señoría.
Jueza.- Tiene su turno la defensa.
Defensa.- Veamos, le voy a preguntar a usted cosas para las que no hace falta saber leer, ni tener vista de lince. Díganos, don Sentido-Común, ¿cree ustedes que todos somos iguales?
Sentido-Común.- ¿Iguales en qué, en lo ancho o en lo romo?
Defensa.- En derecho.
Sentido-Común.- No crea usted, señor, que veo a unos más torcidos que a otros.
Defensa.- (un poco impaciente) ¡Vamos a ver! ¿Qué pasa si le doy ahora un poco de dinero, así sin más, a todos los que hay en esta sala, menos a usted?
Sentido-Común.- Que le parto la silla en la espalda, como diría mi abuelo… perdóneme la palabra…
Defensa.- Y ¿por qué?
Sentido-Común.- Porque eso no está bien, no me diga usted…
Defensa.- ¿Y si le doy a usted sólo, y no a los demás?
Sentido-Común.- Hombre..., tampoco está bien… sobre todo así, a las claras.
Defensa.- ¿No cree usted que “no hay que hacer a los demás lo que no quieres que te hagan”?
Sentido-Común.- Eso está muy bien dicho. Por eso a mi no se pasa por las mientes esconderle el reloj a nadie, ¡cagoendiez! (¡perdone, mi señoría!).
Fiscal.- Señoría, con la venia, me gustaría preguntar de nuevo al testigo.
Jueza.- Pregunte. Luego tendrá su turno la defensa.
Fiscal.- Señor Sentido-Común, ¿no cree usted que eso de que no hay que hacer lo que no quieres que te hagan se explica porque no queremos que nos den palos y sí caricias? Quiero decir que sabemos que a todos nos conviene ayudarnos, y para eso tenemos que tratarnos con la mayor igualdad…
Sentido-Común.- ¿¡Qué se yo de esas filosofías!? Me vuelven ustedes loco. ¿Me puedo ir, señora jueza?
Jueza.- No, mientras la defensa quiera preguntarle algo.
Defensa.- Por mí puede marcharse. (El Sentido-Común se va, visiblemente incómodo).
Fiscal.- Querría llamar a declarar al Político.
Jueza.- Que entre.
(entra con gesto orgulloso y saludando. Promete decir la verdad).
Fiscal.- Señor Político, ¿no es usted el encargado de dirigir el Estado?
Político.- Así es. Puedo asegurarles que en todo momento, en el desempeño de nuestra gran responsabilidad, hemos cumplido con la mayor…
Jueza.- ¡Vale! ¡Vale! Deje su verborrea, por favor, y limítese a contestar las preguntas.
Político.- Sí, señoría, si yo no he dicho otra cosa: ha sido la oposición que…
Jueza.- (golpeando) ¡Silencio, o le hago salir!
Fiscal.- Dígame, ¿qué misión tiene usted, a cargo del estado?
Político.- ¿A parte de perpetuarme? ¡Ah! ¡Sí! Conseguir el bienestar de todos, incluidos (¡fíjese bien, señoría!) incluidos aquellos que no me han votado.
Fiscal.- Y ¿qué función debe cumplir en tan noble labor la acusada?
Político.- ¿Ella? Sí, bueno… es de la mayor ayuda. Es experta en todo.
Fiscal.- Pero ¿debe ella tomar las decisiones últimas?
Político.- ¡En absoluto! Para eso ya estoy yo. Aunque la escucho, al final yo hago… lo que me da la gana… Quiero decir, conseguir el mayor bienestar para la mayoría, claro.
Fiscal.- Gracias. No tengo más preguntas.
Defensa.- Señor político. ¿Ve bien usted los sobornos?
Político.- ¿¡Qué dice usted!?
Fiscal.- Protesto, señoría, se está prejuzgando…
Jueza.- No se admite, la defensa está haciendo una pregunta. Conteste.
Defensa.- (interrumpiéndole) ¿Por qué no los ve bien?
Político.- Porque… son injustos: no benefician a nadie.Defensa.- ¿Y si beneficiasen a sus votantes, que son la mayoría, o incluso a los que no le han votado? ¿Mentiría usted para beneficiar a la mayoría o a todos?
Político.- ¡Claro que no mentiría!
Alguien-entre-el-público.- ¡Está mintiendo!
Jueza.- ¡Silencio! Abandone la sala. ¿Tiene más preguntas el ministerio de la defensa?
Defensa.- No, señoría.
Fiscal.- Señoría, querría citar al perito, el psicólogo don Tiempos-que-corren.
Jueza.- Que entre.
(entra, con cara de persona profunda superficialmente)
Fiscal.- Señor Psicólogo don Tiempos-que-corren, ¿estudia usted la conducta humana?
Psicólogo.- Así es.
Fiscal.- ¿Puede decirnos cómo funciona el asunto de la toma de decisiones? ¿Puede la Razón, ella sola, movernos a actuar?
Psicólogo.- No. La razón puede afirmar cuantas cosas quiera, pero el deseo se mueve sólo para obtener un placer o huir de un dolor.
Fiscal.- ¿Qué papel dice usted que debería cumplir, entonces, la acusada?
Psicólogo.- Debería limitarse a informar de cómo funciona el mundo, para que el deseo elija con conocimiento de los medios. Nada más.
Fiscal.- Gracias. No hay más preguntas.
Defensa.- Señor psicólogo, ¿cómo, según usted dice, pueden los sentimientos mover a la voluntad, y no puede hacerlo la razón?
Psicólogo.- Porque nadie puede romper la conexión entre un sentimiento y una decisión. Siempre que alguien toma una decisión, podemos encontrar un placer como motivo.
Defensa.- ¿Qué motivo hay para decir la verdad cuando perjudica, cosa que hacen algunos, aunque sean pocos?
Psicólogo.- El sentimiento de estar a gusto con uno mismo, o el de evitar sentirse a disgusto con uno mismo.
Defensa.- Y ¿por qué se siente uno a disgusto con uno mismo cuando miente?
Psicólogo.- Es un hecho, psicológico. Quizás la naturaleza nos haya diseñado así para ser seres sociales.
Defensa.- Y ¿sabe eso uno, cuando decide no mentir?
Psicólogo.- No, claro, eso es subconsciente…
Defensa.- ¡Ah! ¿subconsciente..! ¿No es cierto, don Tiempos-que-corren que no es usted el único representante de su (llamémosla así) “ciencia”, y que hay psicólogos que no piensan como usted?
Psicólogo.- Una minoría.
Defensa.- Y ¿es cuestión de mayorías, esto de la ciencia suya? ¿Puede usted afirmar que sus teorías son fiables?
Fiscal.- Protesto, señoría: la defensa pone en tela de juicio la honorabilidad del perito.
Jueza.- La defensa resalta un hecho relevante para el procedimiento. Siga.
Defensa.- No tengo más preguntas.
Jueza.- ¿Hay algún testigo más?
Defensa.- Llamo a declarar al señor Santo-Sabio.
Jueza.- Que entre.
Santo-sabio (entrando con paso seguro y sereno).- ¡Kalimera!
Defensa.- Perdonen su forma de hablar, es que es griego. Sólo les ha saludado.
Jueza.- Interróguele.
Defensa.- ¿Por qué le consideran a usted un sabio?
Sabio.- Porque soy siempre dikaios, quiero decir, justo, sin temer los daños ni alegrarme con los hedonai.
Defensa.- Los placeres, quiere decir. Y ¿Puede usted hacer eso? Cuéntenos en qué consiste.
Sabio.- Simplemente escucho en todo cronos a mi Logos, perdón, quiero decir a mi razón, que es tauta… o sea, la misma que la suya y la de todos. Me costó mucho ejercicio controlar a mis deseos, pero ahora soy eleuterio, perdón, quiero decir libre, y me limito a seguir la fisis, o sea, la naturaleza, que es la virtud, perdón, quiero decir la areté.
Defensa.- Gracias. No hay más preguntas.
Fiscal.- Señor santo-sabio, ¿puede hacer usted el esfuerzo de hablar como las personas normales y decirnos por qué cree usted que es bueno lo que hace?
Santo-sabio.- Por sí mismo.
Fiscal.- ¿Y para usted la felicidad no es nada?
Santo-sabio.- ¿La eudemonía?, sí, claro, lo es todo, pero sólo el sabio es feliz.
Fiscal.- Señoría, quiero que conste que ha dicho que el motivo por el que este sabio hace todo lo que hace, es por conseguir la felicidad.
Sabio-santo.- Eso lo ha dicho usted, o más bien su agnoia, quiero decir, su ignorancia.
Jueza.- ¿Hay más preguntas?
Fiscal y defensa.- No, señoría.
Juega.- Emitan sus conclusiones.
Fiscal.- Creo, señoría, que ha quedado probado que la Razón es, y no puede ni debe dejar de ser, la esclava de las Pasiones. En cambio, ella y sus cachorros, los autodenominados sabios, aunque ni siquiera hablan una lengua viva y moderna, no dejan de ridiculizar a los Sentimientos y desprestigiar su función de monarcas y guías de la vida humana. Pedimos, por ello, que sea condenada a perpetuo silencio en todo lo que se refiere a este asunto, y que, como indemnización, pague con cien años de trabajos para el ministerio de Gustos, y busque argumentos para honrarlo hasta que compense el daño provocado.
Jueza.- Tiene la palabra la Defensa.
Razón.- Señoría, renuncio a mi defensa. La agradezco al abogado cuanto ha hecho, pero considero indigno tener que defenderme.
Jueza.- Como usted quiera. En breve emitiremos sentencia.
(Después de un rato ausente, la jueza entra en la sala, ocupa su lugar a oscuras, y hace pública la Sentencia:)
Jueza.- Oídas las partes, fallamos lo siguiente:
Consideramos a la acusada inocente del cargo que se le imputa, o sea, de haber invadido terrenos de la moral que no le corresponden.
El ministerio de Gustos ni puede ni debe determinar qué es correcto, justo y, en una palabra, bueno. ¿Qué pasaría si nosotros mismos, los jueces, por ejemplo, nos dejásemos llevar por nuestros gustos, por muy altruistas que estos fuesen? Hasta el más simple sentido común reconoce, si no se le manipula, que eso sería injusto. La justicia no puede negociarse, y sólo puede ser determinada por la Razón, que nos dice, a todos, como una orden incondicional o Imperativo Categórico, que toda persona (es decir, todo aquel ser que es dueño de sus actos y, por tanto, responsable) es Libre e Igual ante la Justicia, y que bajo ningún concepto se puede vender la justicia por conseguir beneficios, aunque sean los de los votantes. Nuestra sociedad sería indigna de sobrevivir si no hiciese caso exclusivamente a la Razón.
El perito psicólogo, en caso de que lleve razón en su teoría (que nos ha parecido más que dudosa y no representativa necesariamente de su ciencia), sólo prueba cómo se comportan usualmente las personas, no cómo deberían comportarse, que es de lo que se trata. Es cierto que podemos encontrar cierta conexión entre justicia y felicidad, pero la segunda es, como mucho, el resultado de la primera, y no el motivo o la causa. Debemos buscar, no la felicidad, sino merecernos la felicidad. Y esto, que no está garantizado en esta vida, consiste en ser justos, sin otro interés.
Así que, en adelante, el Ministerio de Gustos queda totalmente subordinado a la Razón, y se le impedirá que la interrumpa cuando ella esté deliberando sobre qué es lo correcto, y qué debemos hacer. El Ministerio de Gustos dedicará más fondos y atención a los sentimientos de Respeto y de Satisfacción con uno mismo por comportarse correctamente y Remordimiento por hacer lo contrario.
Además, se permite a la Razón que enseñe (aunque nunca como si fuese algo demostrable o científico) que las Personas somos algo más que seres físicos y determinados. Puesto que para poder comportarse correctamente hay que ser Libre, aunque no podamos demostrar científicamente que lo somos, como tampoco podemos demostrar lo contrario, está permitido creer que somos dueños de nuestros actos, y que seremos juzgados por el Juez de todos los jueces, que no es más que la Razón Absoluta.
Se levanta la sesión.
En ese momento se encienden todas las luces de la sala, incluidas las que caen sobre la jueza y todos descubren con enorme sorpresa que la Jueza no es otra que…
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