¿Quién, que se llame estudiante de filosofía, puede pasar sin oír hablar del ser y el no-ser, y de si esto es un sueño o no? Hasta que llegó Parménides los filósofos, para hablar de todo, de toda la realidad, usaban el término Fisis (Physis), que podríamos traducir por “naturaleza de las cosas”. Parménides fue el primero (que sepamos) que se fijó en el Ser como asunto principal del pensamiento filosófico.
Soy esto y soy lo otro: soy profesor o alumno, chica o chico, chistosa o seria... Me preocupa seguir siendo esto, dejar de ser aquello, convertirme en eso otro... Siempre nos ocupamos y preocupamos de y por lo que somos y son las cosas, pero casi nunca nos ocupa el simple hecho de que somos y son: no nos paramos a pensar en el ser, en el ser sin más (ni menos). Es normal: se da por descontado. Todas las cosas son, así que ¿qué diferencia introduce entre ellas el hecho de que “sean”? Siempre estamos ocupados con lo que introduce alguna diferencia, lo que es “relevante”, lo que sobresale, por encima o por debajo. Que las cosas sean, que yo sea, que tú seas, que haya ser… es algo completamente irrelevante, no genera relieve.
Sin embargo, para el filósofo (ese personaje que, según
decía no sé quien, se especializa en el Todo) es de la máxima relevancia justo el
hecho de que algo no establezca diferencias y sea igual para todos. El ser no
se niega a nada, se “da” a toda cosa, y esto le hace completamente diferente a
cualquier otra propiedad. En cierto sentido básico, el ser es el mismo para
todas las cosas, no discrimina; las demás propiedades, en cambio, son
propiedad de algunos y les falta a otros.
Ahora bien, si el ser no introduce diferencias entre los
seres, entonces, ¿qué introduce diferencias entre ellos, qué los discrimina, qué
pone a unos en el lado de la luz y a otros en el de la oscuridad, o en
una mezcla mejor o peor de ambas? No pueden diferenciarse en que son, desde
luego: la misma cualidad no puede hacer diferentes a dos seres. Si todas las
cosas se volviesen de un solo color, blanco por ejemplo, la vista no las distinguiría: todas serían, para ella, una sola.
Claro que, en ese caso, todavía conservaríamos el oído o el tacto para saber
que yo soy uno y tú eres otro distinto. Como el sonido no es ningún color, o
sea, no pertenece en absoluto al campo del color, puede distinguir a las cosas
que no se distinguen por el color. Pero el ser no es como el Color, sino que lo encierra o contiene todo.
Si lo seres no se distinguen en que son, quizás se
distinguirán, entonces, por otra u otras cualidades totalmente distintas a la
de ser, y estas cualidades serán las que importen, las útiles, las relevantes. Pero
¿qué cosa o cualidad hay que sea distinta y totalmente exterior al ser?, ¿qué
hay fuera del campo del ser? Fuera del ser solo está, si acaso, el no-ser, la
nada, lo que no es. Solo el no-ser puede conseguir que Tú, que estás ahí
enfrente, y Yo, que estoy aquí-mismo, seamos diferentes, que tú no-seas yo y yo
no-sea tú.
Ahora bien, ¿puede haber lo-que-no-es? ¿Cómo pensarlo? Cuando
pensamos algo, el pensamiento tiene que agarrarse a alguna característica, y es
precisamente esa característica la que el pensamiento tiene que reflejar
exactamente para que sea un pensamiento correcto y verdadero. Sin embargo, lo-que-no-es solo tiene la característica
de no-tener-características. ¿Es eso una característica? Pensar el no-ser es,
más bien, pensar en lo que no es; es decir, es no pensar algo que es; o sea, pensar
en nada; algo tan absurdo e imposible como ver la oscuridad. El no-ser no puede
ser (algo). Si lo fuera, además, le pasaría lo que a los demás seres: sería
igual a todos los demás en el ser, y seguiríamos en el mismo problema de cómo diferenciarlos. Si somos todos lo mismo en el ser, ¿qué
puede hacer realmente el no-ser, exista o no, para distinguirnos y separarnos?
¿Y si, en verdad, visto con profundidad, por debajo de los
relieves o adornos, más allá de las apariencias (que se dice que engañan), no
somos diferentes, tú y yo, y las otras cosas, sino que somos… todas lo mismo? Si
pudiéramos mirar las cosas con total profundidad, con el ojo de la inteligencia
pura (el ojo de la diosa Verdad) no veríamos ninguna sombra que distinguiera
una cosa blanca de otra, no entenderíamos ninguna limitación que haga que tú
seas tú y yo sea yo. La sombra que distingue a los cuerpos, el no-ser que
distingue a las cosas, es solo cuestión de perspectiva, de no estar en la
perspectiva total y absoluta, es cosa de tener la vista corta: una ilusión
“óptica” (como ver las cosas más pequeñas porque están más lejos).
Por supuesto, los mortales no sabemos mirar así, ver lo uno
de todo. Como mucho, podemos figurarnos que una diosa vea así las cosas (o la
cosa, mejor dicho), y podemos creer que nuestra labor en la vida es “despertar”
a ese pensamiento en que todas las diferencias, sombras y no-seres quedan
abolidos, convertidos en humo, y solo queda el ser único bien redondo.
Al menos, esto es lo que parece creer Parménides, como otros
sabios de otras culturas, según dice su poema, en el que relata lo que dice que le dijo la Diosa durante un “viaje” o transporte místico:
Venga, yo te diré (y tú guarda el relato que me oigas)
qué dos únicas vías de búsqueda hay concebibles.
La una, la de que es, y que no es que no sea,
esta es digna de fe y confianza (pues le acompaña la verdad);
esta es digna de fe y confianza (pues le acompaña la verdad);
la otra, que no es y que es necesario que no-sea,
esta está, te lo advierto, del todo desencaminada,
ya que ni podrías conocer el no-ser (porque nunca se
le alcanza)
ni pensarlo.
Pues lo mismo es el pensar y el ser.
(Parménides, Fragmentos 3 y 4 –traducción mía-)
Del No-ser no sale el Ser, el No-ser no sale del Ser.
El límite de ambos es visto por los que contemplan la
verdad.
Sabe que es indestructible Aquello de que este Todo está
penetrado.
La destrucción de esta cosa imperecedera nadie es capaz de
causarla.
(Bhagavadgita, II, 16-17 -traducción de F. Rodríguez Adrados-)
Asistamos ahora a una ficticia conversación entre el viejo Parménides y el viejo Giorgios, en pleno parque de Elea, soleada villa de la costa italiana, en el siglo VI a. c.
Parménides.- Veamos, amigo: lo que es, es, y lo que no es, no es, ¿no estás de acuerdo?
Giorgios.- ¡Para, para, no te lances, espera que lo piense! ¿A ver? Sí, lo que es, es, lo que no es, no es. Ya lo decía mi abuela.
Parménides.- A ver si decía esto también: pensamos lo que es.
Giorgios.- ¿Lo que es qué?
Parménides.- Lo que es ser. Si pensamos lo que no es, pensamos en nada. Y si pensamos en nada, no estamos pensando, aunque lo parezca.
Giorgios.- Si me tengo que parar a discutírtelo estamos aquí hasta mañana. Pero ¿a dónde quieres ir a parar?
Parménides.- A lo siguiente, ¿cuántos seres hay, en realidad?
Giorgios.- Yo no los he contado, tengo muchas cosas que hacer.
Parménides.- Pues no te hace falta, porque ya te digo yo que hay sólo uno, el Ser.
Giorgios.- Me informas de algo en extremo novedoso, que no sé si va a creerlo mi familia.
Parménides.- Si razonan, lo creerán. Diles: supongamos, por simplificar, que hubiese sólo dos, dos seres o cosas. ¿En qué se diferenciarían?
Giorgios.- Depende de qué cosas sean, ¿dos habichuelas o dos perros de Esparta?
Parménides.- Serán, antes que nada, dos seres, dos cosas ¿no es así? Pero claro, en el ser no se diferencian. Y si no se diferencian en ser, se tienen que diferenciar en el no-ser. Uno no-es el otro, el otro no-es el uno ¿lo ves?
Giorgios.- Sigo sin ver tus ocultas intenciones.
Parménides.- Nada de ocultas, sino más claras que el agua de esa fuente. Hemos dicho que el no-ser no es ¿no? Entonces ¿cómo vamos a distinguir a las cosas mediante el no-ser? Pero tampoco se distinguen por el ser, porque todas son seres por igual. Así que no se distinguen en realidad.
Giorgios.- Lo veo y no lo veo.
Parménides.- Te pondré un ejemplo.
Giorgios.- Te lo agradezco dos veces.
Parménides.- Imagínate que todas las cosas fueran blancas. ¿Podrías distinguirlas?
Giorgios.- Por el tacto, o poniendo el oído.
Parménides.- Eso es, compañero. Pero fíjate que fuera del ser no hay nada, mientras que sí lo hay fuera del color. Así que no puedes distinguir las cosas por algo que haya fuera del ser, ni, desde luego, por el ser mismo. Luego llegamos a la conclusión de que Todo es Uno, aunque los mortales, que estamos más bien soñando, creemos que hay muchas cosas y que se mueven.
Giorgios.- [tras un breve silencio, pensando] Oye, Parménides, y esto… ¿para qué te sirve?
Parménides.- ¿Que para qué? Te acabas de ganar otro razonamiento. Cuando queremos algo o a alguien lo queremos por lo que es, él mismo ¿no?
Giorgios.- Claro, eso lo decía mi abuela también.
Parménides.- Pero cuando quieres algo para algo, o sea, por su utilidad, no lo quieres por sí mismo, sino por lo que puedes conseguir mediante él. Te pongo, por ejemplo, tu martillo, que sólo te acuerdas de él cuando tienes un clavo que clavar.
Giorgios.- Bueno, ahí te equivocas, que yo a mi martillo le tengo mucho cariño: era de mi abuela.
Parménides.- Me parece estupendo. Pues ya ves, cuando quieres verdaderamente a algo, no lo quieres para nada, sino para él mismo. ¿Estamos de acuerdo?
Giorgios.- No hay quien te calle, eso sí que es cierto. Pero pareces buena persona. Teófilo, mi cuñado, dice que eres un loco inofensivo.
¿En qué te parece que falla (si es que falla) este buen hombre? ¿Te parece que alguien puede intentar, sensatamente, defender que Todo es Uno?
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