Paisano de Elea.- Zenón, he traído a un amigo, ¿te parece bien?
Zenón.- Claro. A lo mejor sumando cabezas pensemos más.
Amigo de P.- Lo importante es pensar mejor, no más.
Z.- Bien dicho. Bueno, en lo que habíamos quedado es en pensar cuánto de grande es cada cosa. ¿Quién de los dos lo sabe?
Amigo.- Cuánto es de grande cada cosa dependerá de con qué la compares.
Z.- ¿Estás seguro? Puede ser. Quieres decir, si te interpreto bien…
Amigo.- Yo te digo lo que quiero decir: quiero decir que mi cabeza es grande comparada con mi puño, pero es pequeña comparada con al cabeza de Calias.
Z.- Tienes razón. Además, tu puño, por lo que veo, es más grande que esa piedrecita de ahí, la cual, a su vez, es más grande que una pulga, y creo que las pulgas son más grandes que los piojos. ¿El piojo es sólo más pequeño que los demás, o es más grande que algo o alguien? ¿Qué decís? ¿Hay algunas cosas que sean ya pequeñas en sí, no por comparación? ¿Y quizás otras que sean grandes en sí, no más pequeñas que nadie o nada?
P.- Eso ya lo hablamos ayer tú y yo, Zenón. Luego me acordé que tengo oído que un filósofo de Abdera, un tal Demócrito, dice que hay átomos, o sea, cosas indivisibles, de las cuales están hechas todas las demás cosas. Supongo que esos átomos son más pequeños que los piojos.
Z.- Es de temer. Y ¿has oído también cuánto ocupan esos átomos?
P.- No.
Z.- Pues escúchalo dentro de tu cabeza. ¿Pueden ocupar algo y ser, sin embargo, indivisibles?
Amigo de P.- ¡Claro que sí! No se pueden destruir o partir, pero tienen su propio tamaño.
Z.- Pero ¿por qué no se pueden partir? ¿Será porque no tenemos el cuchillo lo suficientemente fuerte, o porque son completamente indivisibles, hasta para la mente?
A.- ¿Qué problema hay en que sean indivisibles hasta con la mente?
Z.- Para mis entendederas hay el problema de que una cosa que no se pueda dividir ni con la mente tiene que medir exactamente nada.
A.- Y, si fuese así ¿qué?
Z.- Pues que si una cosa mide nada no es que sea pequeña, ni grande. Cualquier cosa que midiera algo, por poco que fuese, mediría infinitamente más que ella. ¿Cómo podríamos compararlas, entonces, en tamaño?
P.- Zenón, supongamos que no son indivisibles con la mente, sino sólo muy requetepequeñas.
Z.- Sí, pero infinitamente grandes ya.
A.- ¿Por qué?
Z.- Porque, si tienen algún tamaño, no veo manera en que no las podamos partir con la mente en infinitas partes.
P.- Es verdad, ya lo habíamos dicho.
Z.- Así que las cosas son a la vez tan pequeñas que no son nada, y tan grandes que son infinitas. Eso le pasará a todo lo que pueda ser más grande o más pequeño, como el espacio, o el tiempo.
P.- Por eso dices otras veces que no podemos movernos…
Z.- Claro. Me pregunto una y otra vez cuánto ocupa el espacio que va de mí a ti. Unos me dicen que hay infinitos puntos entre tú y yo. Pero entonces no entiendo cómo podemos siquiera movernos, si el más mínimo paso me hará atravesar un infinito. Entonces el otro suele decirme que no hay infinitos pasos, sino una cantidad determinada. Entonces me pregunto cuánto ocupa cada punto, y qué hay entre punto y punto. Y no sé salir de que cada punto, para ser indivisible, tiene que medir nada, y que lo que haya entre punto y punto no puede ser más que nada. Y no entiendo que sumando muchas nadas obtengamos un algo.
A.- Zenón, ¿a dónde quieres llegar con estos razonamientos?
Z.- ¿A dónde crees que quiero llegar, sino a la verdad?
A.- Mira, he venido con Calias a oírte, porque había escuchado que sabes hacer estos juegos de palabras, propias de gente ociosa. Sin embargo, otras personas inteligentes se ocupan en descubrir cómo se mueven los astros, o los animales. Y obtienen resultados de provecho, no conclusiones sin salida como las tuyas.
Z.- Amigo, me alegra mucho que conozcas gente sabia. Y si ellos te han enseñado en qué consiste el movimiento, o en qué consiste el espacio o la cantidad, te agradecería infinitamente que me lo comunicases. Así yo dejaría de hacerme preguntas inútiles.
A.- Pues claro que saben lo que es el movimiento y el espacio, porque son físicos y matemáticos. Y saben que la distancia entre tú y yo, por ejemplo, aunque sea siempre divisible, como te gusta decir a ti, es también un metro, porque resulta que una suma infinitas de trozos del espacio, como, por ejemplo, un medio más un cuarto más un octavo, etc, da justamente uno. Así que tu absurdo Aquiles puede llegar tranquilamente a la meta antes de que la tortuga haya aprendido tus inteligentísimos razonamientos.
Z.- ¿Así que una suma de infinitos trozos de espacio da uno? ¿”Un” qué?
A.- ¿Qué estás preguntando?
Z.- Pregunto que qué unidad es esa de la que hablan tus físicos y matemáticos. Tenía entendido que la unidad, la verdadera unidad, no puede tener partes. ¿O esa unidad, sin partes, no existe, pero sí existen las unidades que se pueden partir en infinitas?
A.- No entiendo bien lo que preguntas, pero no quiero que me líes otra vez. Lo que podrías entender es que una cosa es decir que todo es potencialmente divisible, o sea, que siempre podrías hacer un corte más pequeño, y otra cosa es decir que esos infinitos fragmentos existen realmente, hechos ahora.
Z.- ¡Bonita distinción haces tú! O sea, que el espacio podría seguirse partiendo siempre pero no tiene infinitas partes. Amigo, no estamos hablando de si podemos partirlo tú o yo, que somos mortales. Imagínate a un dios: él tiene que ver toda la división del espacio, si la hay. ¿Qué crees que verá?
A.- ¿Ahora metes a los dioses? ¡Lo que nos faltaba! Mira, Zenón, no tengo tiempo que perder. Voy a aprender algo útil. (se va)
P.- Lo siento, Zenón. No sabía que éste era tan mal educado. Si lo llego a saber no le invito a que viniese. Me decía que tenía mucho interés en conocerte.
Z.- Sí. Y tiene un gran afán de saber la verdad, no lo dudes. Pero está incapacitado para la filosofía, al menos por ahora. Quizás eso sea una suerte para él…P.- No lo creo, Zenón. Ni creo que vaya a dejar de darle vueltas cuando esté sólo. De hecho no calla. Pero dime a mí, por las buenas, ¿qué crees tú que demuestran tus inteligentes razonamientos completamente absurdos?
Z.- Pues, Calias, creo que demuestran una de dos: o que la realidad es completamente ilógica, o que no es como la vemos y nos la imaginamos ni se la imaginan los físicos y los matemáticos.
P.- Y ¿cómo es entonces?
Z.- De una manera que no se puede expresar y pensar sin parecer que caes en el absurdo. Bueno, te dejo, que he quedado con unos amigos.
P.- Muy bien, hasta pronto.
Z.- No, Calias, no sé si hasta pronto o hasta nunca… ¿No sabes que también el tiempo tiene a la vez infinitas partes y ninguna?
Se cuenta que Zenón fue detenido por participar en una conspiración para derrocar al tirano que había tomado el poder en la ciudad. El tirano le ordenó que delatase a los otros conspiradores y Zenón, entonces, se mordió la lengua con tanta fuerza que se la cortó, y después se la escupió al tirano. Un filósofo español, Agustín García Calvo (el de la foto -el que está sentado-), imagina una interpretación “simbólica” de esta leyenda. El tirano podría ser la Ciencia de la Realidad establecida, que nos intenta gobernar a todos e imponernos las leyes únicas. Zenón, el conspirador, sería quien ataca a ese tirano de la realidad de la ciencia: alguien que denuncia las contradicciones de lo que suponemos real. ¿Qué significaría arrancarse la lengua…? (Claro que otras versiones dicen que Zenón le pidió al tirano que se acercase para decirle al oído el nombre de sus cómplices y, cuando el tirano se acercó, Zenón le arrancó la oreja de un mordisco. Entonces un soldado del tirano mató a Zenón de una lanzada.
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