-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

viernes, 30 de octubre de 2015

EXCLUSIVA: Entrevista con Platón

Un periodista de cavernisofía ha conseguido hablar con el filósofo ateniense Platón acerca de la situación política actual. He aquí el valioso testimonio de esa entrevista:


Periodista (P).- Maestro Platón, viviste hace casi dos mil quinientos años y ahora accedes a visitarnos. Bienvenido a la Modernidad. ¿Notas una gran diferencia?

Platón.- Tengo que contestarte con un sí y con un no. Veamos: me sorprende gratamente, de vuestra sociedad, que algunas prácticas inhumanas se hayan minimizado o suavizado algo: por ejemplo, la esclavitud. También me alegra ver mujeres en la política, las artes y, en fin, por todas partes, aunque la cosa no me parece que esté clara…: yo mismo tuve siempre dudas sobre lo que significa ser mujer o varón, es decir, si hay ahí una diferencia esencial, que nos destina a oficios y labores diferentes, o bien, como creía cuando escribí La República, si esa diferencia es convencional, social… y, por tanto, eliminable, en favor de la igualdad de vidas los ciudadanos…

P.- ¿¡Igualdad!? ¡Reconoce que suena chocante esa palabra en tu boca!: todos te tienen, o tenemos, por el defensor de una utopía (o distopía) donde reina una completa desigualdad…

Platón.- Te entiendo, pero piensa que eso depende de cómo comprendamos lo de “igual”: ¿tratar a seres desiguales de la misma manera es tratarlos con igualdad? ¿Das y pides lo mismo a tus dos perros, si uno es grande y, por tanto, necesita comer más pero a cambio puede también correr más que el otro? ¿Exiges lo mismo a tus dos hijos, si uno tiene un carácter, mental y físico, diferente del otro? Creo que la igualdad real consiste en tratar a cada uno según su naturaleza, darle lo que necesita para desarrollarse cuanto pueda, y no exigirle ni más ni menos de lo que puede dar, que será también lo que le haga más feliz, dentro de sus posibilidades.

P.- Bien, luego te preguntaré por eso; volvamos ahora, si te parece, adonde estabas antes de que te interrumpiera: a tu sí pero no…

Platón.- Sí. Bueno, ahora iba al no: pese a los grandes cambios que he podido ver en vuestra sociedad (y añado a lo anterior el desarrollo de la ciencia y la técnica, por ejemplo), veo que, en el fondo, la naturaleza humana sigue siendo esencialmente la misma: los mismos males que padecíamos nosotros os afectan hoy.

P.- ¿Por ejemplo?

Platón.- Por ejemplo y sobre todo el enorme desconocimiento que la mayoría de las gentes tienen de lo que son en realidad, de esa inmensa belleza que esconden detrás de un montón de instintos egoístas y deseos irracionales.

P.- ¿Qué belleza es esa?

Platón.- La de ser criaturas capaces de trascender con el pensamiento todo lugar y tiempo, y comprender, al menos hasta cierto punto, la esencia de las cosas, y de sus propias existencias.

P.- ¿Qué descripción harías, entonces, de nuestra sociedad occidental?

Platón.- Dicho sin miramientos, es fundamentalmente una sociedad podrida, en la que se valora más acumular y consumir bienes materiales (por llamarlos bienes de acuerdo al uso común, aunque en realidad son males desde el momento en que no los necesitas y te esclavizan), eso se valora más, digo, que la honestidad y la inteligencia, la verdadera inteligencia.

P.- Pero ¿no te parece que vivimos, también, en la edad del conocimiento?

Platón.- Solo si le reduces la cabeza al conocimiento. Para mí, el conocimiento es algo más que matemática al servicio del lujo y sus guerras. Pero ese auténtico conocimiento, el que decía el maestro Sócrates, de qué somos y qué nos conviene… ¿me puedes decir en qué lugar lo depositáis?

P.- ¿En las universidades de Filosofía, o algo así?

Platón.- Me temo que no: vuestros filósofos, en su mayoría, son como los que conocí en mi comerciante Atenas. En primer lugar son lo que yo llamo unos “misólogos”, es decir, que le tienen odio o simplemente indiferencia a los razonamientos, y se dedican a ejercitar la verosimilitud o algo así como pseudo-poesía. En realidad, creen que la Verdad es una palabra pasada de moda. Lo importante es la utilidad… Los pocos que escapan a eso, ahora como siempre, son vistos como bichos raros e incluso como locos, ¡si no es que los ajustician!

P.- Entiendo que no te gusta la educación que has encontrado entre nosotros…

Platón.- En verdad no creo que se pueda llamar educación a eso: es un adiestramiento técnico, sin pensamiento ni intento de tenerlo acerca de la idea del Bien, de la Justicia.

P.- Tú hablaste pestes sobre la democracia. ¿Sigues, realmente, creyendo que hay algo mejor, o, por lo menos, menos malo? ¿No ves cómo vivimos hoy, en paz y tolerancia?

Platón.- Veo que vivís bajo auténticas mafias, es decir, bajo una oligarquía. Unos cuantos poderosos, cuyo objetivo en la vida es satisfacer el mayor número de deseos físicos, incluyendo los tratos más degradantes con mujeres, por ejemplo…, dirigen el destino de todos los humanos: su dinero cruza las fronteras y usa productores esclavos, incluidos niños, en cualquier lugar de miseria donde puede aprovecharse de tiranos alimentados por ellos mismos. Los que estáis más cerca de la mesa de esos oligarcas, y obtenéis, pues, mayores migajas, os sentís libres. Pero la libertad es otra cosa muy diferente.

P.- ¿Qué es?

Platón.- La libertad es ser dueño de uno mismo, es decir, saber lo que conviene a tu naturaleza: no es llenar el barril sin fondo de tus apetitos lamiendo la mano que te proporciona esas drogas.

P.- Y ¿cómo se puede acabar con eso?

Platón.- Es prácticamente imposible, amigo, porque las naturalezas que pueden cambiarlo son pocas, y son corrompidas desde niños (aunque lo llevan mal) y vigiladas de cerca.

P.- ¿Te refieres a tus sabios gobernantes?

Platón.- Me refiero a lo que llamo, en general, guardianes, es decir, esas almas nobles que antepondrían la justicia y la honestidad a su beneficio: ese juez, por ejemplo, que no se deja comprar por las mafias, pero también a ese hombre, por poco intelectual que sea, o a ese joven, que son insobornables por sus superiores, o esas mujeres policía que son las únicas que se atreven a ocupar puestos en algunas ciudades de países muy corruptos y violentos…

P.- Pero ¿esas naturalezas, si existen, querrían gobernar por la fuerza, contra la opinión de la mayoría?

Platón.- Por la fuerza se gobierna siempre, también ahora. Los humanos no somos tan racionales que podamos prescindir de ella. Pero los guardianes en que pienso solo tendrán que someter a la fuerza a los más ignorantes y, por tanto, egoístas, esto es, a los que quieren poseerlo todo. Los demás, creo yo, aceptarán un buen gobierno, en el que pueden participar con argumentos, y donde se es capaz, también, de reconocer al que es más sabio que tú, como hacemos con los médicos… La vanidad democrática no puede entender esto, lo sé…

P.- Déjame que vuelva sobre la desigualdad, o igualdad…, y la naturaleza. ¿Crees, entonces, que nacemos ya con unas características, que nos acompañarán toda la vida?

Platón.- Es muy probable. Aunque todos somos humanos, no todos tenemos las mismas capacidades e inclinaciones.

P.- Pero, ¿no se deberá esa diferencia a la educación que hemos recibido o al entorno en que hemos vivido, como dicen los socialistas?

Platón.- En su mayor parte, sí, o quiero pensar que sí. No creo que todo. En cualquier caso, lo primero que deberíamos hacer, desde luego, es impedir que el entorno marque a uno y le impida llegar a ser lo que es, como decía el excelso Píndaro.

P.- ¿Quitando al niño de la mano de los padres?

Platón.- No tanto: consiguiendo que el influjo social borre lo más posible esas diferencias. Y, una vez que cada uno creciese sin entorpecimientos, como plantas bien cuidadas y no torturadas por el jardinero, veríamos para qué está capacitado uno.

P.- O sea, si su alma es de cobre, plata u oro… Y, entonces, ya se podría dar a cada uno según sus méritos, ¿no es así?

Platón.- Esa es una manera pobre de ver las cosas, una manera propia de comerciantes.  ¿Qué es el mérito, y qué habría que darle? En el fondo, nadie se merece nada, puesto que todo el mundo hace cuanto puede según su naturaleza y circunstancia. Y tampoco nadie quiere tener más que otro, al menos el honesto. Se trata, más bien, como te decía antes, de darle a cada uno lo que necesita, y que él dé de sí lo que pueda. Así, tanto él como todos seremos lo más felices que podemos los mortales.
  
P.- Permíteme que abuse algo más de tu paciencia: tú escribiste, en La República, que los guardianes no tienen ni quieren propiedad privada, sino que todo lo tienen en común, y aquí incluías la sexualidad y los hijos. ¿Has cambiado de parecer en esto; sigues creyendo, como algunos comunistas, que la familia es algo así como enemiga de la sociedad, y que el amor entre un hombre y una mujer, en exclusividad, es un invento poético de seres egoístas?

Platón.- También sobre esto he tenido siempre mis titubeos, como respecto del asunto de la mujer y el varón… Quiero seguir creyendo, con los pitagóricos, que entre amigos todo es común, y que allí donde aparece lo mío cesa lo universal, lo nuestro, lo común, que decía Heráclito. Los celos, entre hombres y mujeres, o entre niños, me parecen más cosa del deseo egoísta y posesivo que de seres inteligentes. Pero reconozco que para la naturaleza humana es muy difícil desprenderse de ello, si es que debe hacerlo.

P.- Bien, querido maestro, te agradecemos mucho tus palabras, que parece que siguen tan frescas después de más de dos milenios.

 Platón.- Gracias a vosotros por mantenernos vivos, como por otra parte no podéis dejar de hacer. Lo más viejo es lo más nuevo: vosotros sois más viejos que nosotros, que vivíamos al principio, según vuestra imaginación; pero por eso nos veis como viejos. En realidad, estamos metidos en el mismo diálogo, el del hombre consigo mismo.


miércoles, 28 de octubre de 2015

Bien de Verdad. El intelectualismo moral de Platón


La ética de Platón es muy chocante para el sentido común, sobre todo en nuestros tiempos poco intelectualistas. Aunque modernamente hemos desarrollado mucho la ciencia y la técnica, creemos, en general que las cuestiones de qué es bueno o malo, justo o injusto, no son un objeto del conocimiento (no son objetivas), sino que dependen de los gustos o los deseos subjetivos de cada uno (aunque, a la vez, solemos hacer juicios acerca de lo que hacen los demás, como si pudiéramos juzgarlos de alguna manera objetiva). Platón, sin embargo, creía, como Sócrates, que la ética tiene que ser una “ciencia”, es más, la ciencia principal: si no sabes qué es lo bueno, y qué es bueno dadas tus características, ¿cómo puedes llevar una vida buena? Es nuestra inteligencia, según Platón, la que guía nuestras acciones. Y, por eso, debe ser educada:

-Venga, por favor, ahora Protágoras, ¿qué opinas de la ciencia? ¿Es que tienes la misma opinión que la mayoría, o piensas de modo distinto? La mayoría piensa de ella algo así, como que no es firme ni conductora ni soberana. No sólo piensan eso en cuanto a su existencia de por sí, sino que aun muchas veces, cuando algún hombre la posee, creen que no domina en él su conocimiento, sino algo distinto, unas veces la pasión, otras el placer, a veces el dolor, algunas el amor, muchas el miedo, y, en una palabra, tienen la imagen de la ciencia como de una esclava, arrollada por todo lo demás. ¿Acaso también tú tienes una opinión semejante, o te parece que el conocimiento es algo hermoso y capaz de gobernar al hombre, y que si uno conoce las cosas buenas y las malas no se deja dominar por nada para hacer otras cosas que las que su conocimiento le ordena, sino que la sensatez es suficiente para socorrer a una persona?

-Opino tal como tú dices, Sócrates, contestó; y, desde luego, más que para ningún otro, resultaría vergonzoso precisamente para mí no afirmar que la sabiduría y el conocimiento son lo más soberano en las costumbres humanas.

-Hablas tú bien y dices verdad, dije. Sabes entonces que muchos hombres no nos creen, ni a ti y ni a mí, y que afirman que muchos que conocen lo mejor no quieren ponerlo en práctica, aunque les sería posible, sino que actúan de otro modo. Y a todos cuantos yo pregunté cuál era, entonces, la causa de ese proceder, decían que estar vencidos por el placer o el dolor, o que los que hacían eso obraban dominados por alguna de esas causas que yo decía hace un momento.

-Creo que, como en muchos otros temas, no hablan correctamente los hombres. (Protágoras 352c)

Una contra-intuitiva consecuencia de esto, es que hay que considerar que quien hace el mal lo hace por ignorancia. Eso sí, hay una ignorancia fundamental, en la que no reparamos a menudo: la ignorancia acerca de lo que somos. Si creo soy una máquina de satisfacer deseos, será lógico que busque mi placer, al precio que sea. Esto es lo que llamamos, equivocadamente, ser “egoísta”. En realidad, el egoísta inteligente valora sobre todo la mejor parte de su alma, la razón, y no sacrifica su dignidad a otros intereses:

Sóc.- ¿No todos, en tu opinión, mi distinguido amigo, desean cosas buenas?
MEN. –– Me parece que no.
SÓC. –– ¿Algunos desean las malas?
MEN. –– Sí.
SÓC. –– Y creyendo que las malas son buenas ––dices– ¿o conociendo también que son malas, sin embargo las desean?
MEN. ––Ambas cosas, me parece.
SÓC. –– ¿De modo que te parece, Menón, que si uno co­noce que las cosas malas son malas, sin embargo las desea?



MEN. –– Ciertamente.
SÓC.––¿Qué entiendes por «desear»? ¿Querer hacer suyo?
MEN. –– Desde luego, ¿qué otra cosa?
SÓC. –– ¿Considerando que las cosas malas son útiles a quien las hace suyas o sabiendo que los males dañan a quien se le presentan?
MEN. –– Hay quienes consideran que las cosas malas son útiles y hay también quienes saben que ellas dañan.
SÓC. ––¿Y te parece también que saben que las cosas malas son malas quienes consideran que ellas son útiles?
MEN. –– Me parece que no, de ningún modo.


 
SÓC. –– Entonces es evidente que no desean las cosas malas quienes no las reconocen como tales, sino que de­sean las que creían que son buenas, siendo en realidad ma­las. De manera que quienes no las conocen como malas y creen que son buenas, evidentemente las desean como buenas, ¿o no?
MEN. –– Puede que ésos sí.
SÓC. ––¿Y entonces? Los que desean las cosas malas, como tú afirmas, considerando, sin embargo, que ellas da­ñan a quien las hace suyas, ¿saben sin duda que se van a ver dañados por ellas?


 
MEN. –– Necesariamente.
SÓC. –– ¿Y no creen ésos que los que reciben el daño merecen lástima en la medida en que son dañados?
MEN. –– Necesariamente, también.


 
SÓC. –– Luego nadie quiere, Menón, las cosas malas, a no ser que quiera ser tal. Pues, ¿qué otra cosa es ser me­recedor de lástima sino desear y poseer cosas malas?
MEN. –– Puede que digas verdad, Sócrates, y que nadie desee las cosas malas. (Menón 77c ss)

Según Platón, entonces, es peor hacer un mal que padecerlo. ¿Puedes argumentar por qué esto es así? ¿O por qué no lo es?

jueves, 15 de octubre de 2015

Lo que aparece y lo que es, según Platón

Si uno (Platón, por ejemplo) quiere saber qué es bueno para una persona, antes debe saber qué es una persona (conócete a ti mismo, que decía Apolo), y para eso necesita saber qué son las cosas, qué es la realidad. ¿Sabemos qué son, en realidad, las cosas?

Por supuesto, todo el mundo está aquí, en la realidad, así que sabe lo que es la realidad:

-La realidad es lo que vemos, oímos, olemos, tocamos… o lo que podemos ver, oír, oler, tocar… o sea, en una palabra, lo que podemos Percibir, lo SENSIBLE. Y ¿cómo es lo sensible?

-La realidad, lo sensible, está situado en el ESPACIO y en el TIEMPO: todo ocupa un lugar (más grande o más pequeño) y dura un tiempo (más corto o más largo). Como ocupa un lugar y un tiempo, toda realidad CAMBIA, está sujeta al DEVENIR (como dicen los filósofos). Tú, por ejemplo, no existías hace unos años; luego “viniste al mundo”, como se suele decir, es decir, naciste; luego has ido creciendo, transformándote de un mico de teta en una persona hecha y derecha...; envejecerás, te arrugarás y morirás, desaparecerás para siempre jamás. Y lo mismo le pasa a cualquier otra cosa. Esto es la realidad. El movimiento no se para. Si se parase una cosa se pararían todas, y no lo notaríamos, ni pasaría nada, porque el tiempo no es más que medida del cambio.

-Porque todo lo que existe es CONTINGENTE, o sea, no es necesario, ni será nunca igual.


Esto es la realidad. ¿Sí? Pero… ¿qué es cada cosa, entonces? ¿Qué soy yo, si estoy continuamente cambiando? Para ponerlo más fácil, ¿qué es este bolígrafo? A ver: es un objeto cilíndrico, rojo, rígido o duro… Pero todo esto no son más que ADJETIVOS, y además, pueden estar o no estar. Lo cilíndrico puedo moldearlo (calentándolo, por ejemplo) y hacerlo rectangular; lo rojo puede cambiar de color…

Pero ¿qué pasa con las IDEAS de Cilindro, Rojez, Dureza...? Estas, ahora que me doy cuenta, no tienen las mismas características que he dicho que tiene la realidad, sino las contrarias:

-No son sensibles: no puedo ver el Cilindro, puedo ver cosas cilíndricas. El Cilindro no tiene unas dimensiones concretas, es perfectamente cilíndrico (no como las cosas cilíndricas de la “realidad”). Lo mismo pasa con el círculo, con la rojez, con la dureza. Las ideas no están entre los objetos que puedo ver. Sin embargo sí puedo pensarlas, con el entendimiento. Son INTELIGIBLES, pero no sensibles.

-¿Son espacio-temporales? No. El Cilindro, el Círculo, la Rojez, no están en ningún lugar en concreto, ni existe en un tiempo. Es absurdo pensar que hubo un tiempo en que el Cilindro no tenía las propiedades que tiene ahora. Las Ideas son inespaciales, atemporales. Si supongo que el mundo desaparece ahora mismo, no por eso puedo pensar que 2+2 dejan de ser 4. Y si el mundo material no existió alguna vez, aún así las Ideas eran como son, y lo serán siempre. Mejor dicho, no tienen nada que ver con el tiempo y el espacio.

-Además, por eso mismo, las Ideas no cambian, son INMUTABLES. Una cosa cilíndrica puede hacerse cuadrangular, una cosa roja puede volverse blanca, pero el Cilindro no puede convertirse en Cuadrángulo, ni la Rojez puede hacerse Blancura.

-Las Ideas son Sustantivas, es decir, cada una se define por ser ella misma: lo Blanco (o sea, la Blancura) lo Círculo (la Circularidad), lo Bello (la Belleza), etc. Las Ideas son las Esencias, es decir, el Qué es cada cosa.

-Así que las Ideas o Esencias tienen necesariamente las propiedades que tienen.


Tengo, por tanto, dos tipos de “cosas”:

-los fenómenos, que son particulares (localizados espacio-temporalmente), cambiantes, sensibles, contingentes, sus propiedades son Adjetivas; y

-las Ideas, que son universales (atemporales, inespaciales), inmutables o eternas, necesarias.

¿Cuáles de estos dos tipos de cosas son reales, verdaderamente reales? Posibles respuestas:

A) Las Ideas no existen realmente. Sólo son reales las cosas materiales.


     A1) Las Ideas no existen en absoluto, son ficciones, inventadas por nosotros.

     A2) Las ideas no son del todo ficciones, sino productos de nuestra mente humana, abstraídas o separadas del todo en que están mezcladas, y mediante las cuales entendemos la realidad.


B) Las Ideas son reales, existen por sí mismas, de forma independiente a los fenómenos materiales.


     B1) Las Ideas existen aparte del mundo material, y gracias a ellas conocemos a éste.

      B2) Las Ideas no sólo son reales, sino que son la verdadera realidad. El mundo físico es una ilusión, una forma distorsionada en que percibimos las Ideas, debido a nuestra ignorancia.


¿Cuál te parece más razonable y por qué?

viernes, 2 de octubre de 2015

La sabiduría de la ignorancia. Sócrates

¿A dónde puede ir uno si quiere hacerse sabio? (Pero sabio, no en ordenadores o en zapatillas, sino sabio en… la vida, digamos). Si uno quería hacerse sabio en la Atenas de Sócrates podía encaminarse a la escuela de algún sofista (bueno, necesita dinero también).

Pero a Sócrates no le dejaba satisfecho lo que esos sabios querían o podían enseñarle... (además, no andaba muy bien de fondos para costearse el curso avanzado) ¿Por qué?
¿Qué te enseñaban estos grandes hombres? La mayor de las habilidades, aseguraban, la que las usa a las demás, y la que te puede hacer más poderoso: la de convencer.

Para explicarle el gran poder de la retórica a Sócrates, Gorgias le cuenta cómo muchas veces él, que no sabe ni jota de medicina, acompaña a su hermano, que es un gran médico, y sólo él, Gorgias, con su saber hablar, convence al enfermo de que se tome la medicina o se deje amputar. Y lo mismo podría decirse de la política (¿habría llegado Hitler tan lejos si no hubiesen tenido ese poder de atracción?) o de cualquier otro asunto.

Pero ¿cómo puede ser, preguntaba entonces Sócrates, que convenza más alguien que no sabe de un asunto que el que sí sabe? ¿Por qué la simple y desnuda verdad no convence a algunos? ¿A quienes convence más la apariencia que la verdad?

A ver, ¿haría falta Gorgias en un congreso de medicina para convencer a los médicos de un nuevo descubrimiento? ¿O en un congreso de herreros, o de matemáticos? No, porque estos no se dejarán convencer por la retórica (bueno, aquí hay mucho que decir, pero digamos que, en la medida en que sean médicos, herreros, matemáticos… se fiarán sólo de argumentos veraces). Entonces... es sólo a los ignorantes a los que convence la retórica.

De todas formas, sería muy útil esa técnica allí donde nadie es más sabio que los demás, por ejemplo, en una junta de vecinos. O... en una campaña electoral.

Aquí viene la segunda pega de Sócrates. ¿Es útil tener ese poder? ¿Útil para qué? Por supuesto, para conseguir nuestros fines. Pero ¿cuáles? ¿Sabemos cuáles son esos?

No, para eso necesitaríamos antes saber qué es un ser humano y qué nos conviene.

¿Qué es el hombre? (según Kant esta es la pregunta que encierra a todas las preguntas filosóficas):






Conócete a ti mismo (gnothi seauton, en griego), decía la inscripción del templo de Apolo en Delfos, y Sócrates lo consideró siempre el primer (y quizás último) mandamiento.

Pero en la búsqueda de uno mismo la retórica no sirve para nada. Sería engañarse a sí mismo.

Y ¿sabe el sofista qué es lo bueno?

Los sofistas solían contestar a Sócrates una de dos:
  • o que todo el mundo lo sabe
  • o que nadie lo sabe, porque si no hay una verdades absolutas, menos aún las hay en el tema de lo bueno y malo.

Pero, creía Sócrates que es evidente que no todo el mundo lo sabe ni cree saberlo, porque ni siquiera están de acuerdo. ¿Será, entonces, que no hay nada en sí bueno o malo, sino lo que uno decida o prefiera?

Lo bueno es lo que quiere cada uno, y quien más poder tiene impone sus gustos (pensaba un sofista, llamado Trasímaco). Pero, objeta Sócrates ¿y si el poderoso es ignorante, y manda algo que le perjudica?

Supongamos que unos extraterrestres te hacen el mejor regalo: una máquina con la que puedes controlar a todas las personas. Puedes destruir o dañar a quien no te obedezca, y nadie te la puede arrebatar, porque detecta a los intrusos y los daña. ¿Esa máquina te acercaría más a la felicidad?


Sócrates, en cambio, confesaba abiertamente que no sabía realmente nada, porque no sabía quién era y qué le convenía. Lo que sí sabía es que no lo sabía, y que debía dedicar todo el tiempo que pudiese a saber eso antes que nada, si no quería vivir (como, por desgracia, le pasa a la mayoría) siguiendo ciegamente el camino trazado.

Así lo cuenta él en su defensa ante el jurado (según la versión de Platón):

De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos. Pues bien, una vez mi amigo Querefonte fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir el oráculo. Más tarde, a regañadientes, me puse a investigarlo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios. Ahora bien, al examinarle, me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio, y especialmente lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que el creía ser sabio, pero que no lo era. Así me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Después de esto iba yo uno tras otro y, ¡por el perro!, me pareció que los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más importante para el que investiga según el dios. A causa de esta investigación, atenienses, me he creado muchas enemistades, y han surgido muchas tergiversaciones y el renombre de que soy sabio. Es probable que el dios sea en realidad sabio y que en este oráculo diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que habla de Sócrates como si dijera: ”es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría. [Platón. Apología de Sócrates. 20e y ss. Extractos]

O sea, los que no saben, y ni siquiera saben que no saben, enseñan (y cobran sus enseñanzas, sus discursos llenos de afirmaciones contundentes). Quien sabe que no sabe y busca el saber, no adoctrina, sino que dialoga, y nunca cobra nada por sus palabras. ¿Te suena este fenómeno?

Más curioso aún: los que no saben ni siquiera su ignorancia de lo que es valioso, sostienen que no hay nada que averiguar sobre lo que es bueno (o lo saben ya todos o nunca lo podrá saber nadie); sin embargo, quien sabe que no sabe, cree que se podría llegar a saber qué es lo bueno.

¿Sabe la gente lo que es bueno? ¿Quiénes lo saben?
¿Qué relación tiene esta cuestión con la de la utilidad?