-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

viernes, 30 de abril de 2010

Las sinrazón de los racionalistas: razones para el irracionalismo (Nietzsche II)

Nietzsche es un filósofo. Como para todos los filósofos, su pregunta fundamental, la que se hizo y nos hace en todo momento, es ¿qué sentido tiene nuestra vida? Pero Nietzsche cree descubrir que lo que nos han contestado hasta ahora los sabios, es falso.


El razonamiento metafísico

¿Qué han dicho sobre eso los grandes sabios de la humanidad?

En nuestra cultura europea esos sabios (o lo más parecido a ellos) son los filósofos. Entre todos ellos, el padre de todos ellos, Platón (y Sócrates), dijo mejor y más claramente que ninguno la respuesta ortodoxa.

Para empezar, esa respuesta había que buscarla en el Conocimiento. Para Platón y todos los filósofos el sentido de la vida está en el Conocimiento, en la búsqueda de la Verdad.
Y ¿cuál es esa verdad? La Verdad, han dicho, está más allá de lo que vemos, más allá del mundo físico y sensible, en un mundo perfecto de esencias, al que sólo podemos llegar mediante la razón.
¿Por qué creían esto los filósofos? Lo que percibimos naturalmente, dicen, es un mundo de cosas variadas y en continuo cambio. Todo nace y todo muere, nada es igual a nada, y nada permanece igual ni a sí mismo. Pero, dice el filósofo (Platón), no podemos pensar ni comprender nada si todo está cambiando. Ni siquiera eso que está cambiando podemos pensarlo si no es mediante ideas que no cambian nunca.

Los fenómenos pueden cambiar de cualidades o características (una cosa caliente se enfría, una cosa pequeña crece, una cosa achatada se estira…) pero las cualidades en sí mismas, las ideas o formas, no pueden cambiar: el Calor no es nunca Frío, es sólo el Calor; la Pequeñez no es Grande; lo Achatado no es lo Estirado…

De aquí el Filósofo pasa a la siguiente afirmación: los fenómenos que percibimos no son la verdadera realidad, sino apariencia, ilusión… porque son en sí contradictorios, incognoscibles. El filósofo debe buscar la realidad en sí, que está más allá de las apariencias que nos presentan los sentidos. Esas Ideas sólo se pueden alcanzar con la Razón, y son eternas e inmutables.
Hasta aquí llega el razonamiento del Metafísico, que le lleva a dividir la realidad en dos mundos:
-El Mundo Ideal, que es el verdaderamente real según la metafísica, es racional (no sensible), eterno, no cambia. Es el mundo del Ser.
-El Mundo Material es sensible, ilusorio, cambiante: es el mundo de Devenir.

Kant, aunque dijo que la metafísica no podía ser ciencia, no supuso en realidad un gran cambio en el esquema metafísico. También según él los fenómenos esconden detrás una realidad en sí. La diferencia con Platón y el antiguo racionalismo es que Kant ya no se atreve a decir que podemos conocer ese mundo de las esencias: la metafísica lleva siglos dando vueltas sobre sí misma, sin convencer a nadie, y quedando en ridículo ante el progreso real de las ciencias de la naturaleza, basadas en los fenómenos. Pero Kant le deja un hueco de honor al mundo Ideal, en su Crítica de la Razón Práctica: mediante nuestro imperativo moral incondicional podemos postular que somos seres espirituales y libres, y que seremos juzgados por un Dios.

Pero ¿es correcto el razonamiento del metafísico?


El fallo del razonamiento racionalista

El razonamiento racionalista o metafísico se reduce a lo siguiente:  
Si no existiesen Ideas, es decir, esencias eternas e inmutables de las cosas, el conocimiento sería imposible, la realidad sería incognoscible. Así que tiene que existir un mundo de Ideas, que es la verdadera realidad, de la cual este mundo cambiante es sólo una apariencia, debida a nuestra ignorancia.

Pero este razonamiento, dice Nietzsche, es una falacia. ¿Quién nos ha dicho que el mundo tiene que estar hecho para que lo comprendamos nosotros? De nuestra pretensión de racionalizarlo todo no se deduce que la realidad tenga que ser así, racional. El metafísico inventa cómo le gustaría que fuese el mundo para que él lo comprendiese.

Y, de hecho, podemos ver que la creencia del metafísico es falsa. El mundo es un caos de sorpresas, con algunas islas de estabilidad, pero no sabemos cuánto durará esa estabilidad. No podemos asegurar nada.

Platón dijo que existen las ideas eternas, Kant aseguró que tenemos conocimientos sintéticos a priori. ¿Cómo demostraron esto? Diciendo que tenemos una gran certeza de que las matemáticas no van a cambiar. Pero una gran certeza no garantiza nada: es sólo nuestra necesidad de tener esa fe.


Cómo nacieron los conceptos

La verdad es la inversa a la que cree el metafísico: no es que estén las ideas en la razón y el mundo natural sea una imagen de ellas, sino que las ideas son una creación del "hombre". (Entre paréntesis Hombre, porque Hombre es una idea más, abstracta y ficticia como lo son todas las ideas).
La realidad es lo individual y pasajero, el “devenir” o suceder. Nosotros intentamos conocer esa realidad mediante ideas. Toda idea comienza siendo un signo individual, que vale para un suceso concreto. Pero usamos ese signo, como una extensión o metáfora, para todo aquello que se parece algo a ese suceso. Aunque no hay dos hechos ni dos cosas idénticos ni un momento (dos hojas iguales), unos se parecen a otros en ciertos aspectos. Nosotros agrupamos en nombres los parecidos, y clasificamos todos los hechos particulares en supuestas ideas universales (la idea 'Hoja'). Realmente nada es universal, ni siquiera el lenguaje con el que nos referimos a las ideas generales.

Así que el conocimiento falsea los hechos, para poder someterlos a leyes universales.
En verdad, nada tiene unidad, nada es sustancial, nada es permanente, nada tiene ninguna finalidad. Cuanto más general es una idea, más vacía y alejada está de lo que pasa, de la realidad, del mundo del cambio. Las ideas más universales y vacías son la especialidad del metafísico: Ser, Sustancia, Unidad, Fin… En ellas no queda nada ya del cambio y vida que es la realidad.


Cuestión de perspectiva

Si las ideas las inventamos nosotros, el mundo es como queramos verlo.
Ya Kant dijo que imponemos al mundo nuestra forma de verlo, pero se equivocó al pensar que esa forma era igual en todos: cada individuo puede crear su propia forma de ver el mundo, decidiendo fijarse en unos u otros parecidos de las cosas, según sus intereses vitales. La realidad es perspectivista, no hay una Verdad universal y única. Todo es interpretación, no hay hechos puros y objetivos.


El Pragmatismo. “Al principio fue la Acción”

Pero ¿Por qué han inventado los hombres esta visión metafísica, estática, ordenada, absoluta?

Esta pregunta es más importante todavía: no se trata de señalar el error metafísico, porque, al fin y al cabo, si todo es perspectiva o interpretación y no hay verdades absolutas, tampoco el perspectivismo puede ser una verdad absoluta.

Pero detrás del error metafísico hay un error mayor, que es precisamente creer que la respuesta al sentido de la vida está en el conocimiento.
¿Por qué han dado los filósofos tanta importancia al conocimiento, hasta considerarlo la única actividad respetable? ¿Por qué el máximo mandamiento es no-mentir?
La explicación, dice Nietzsche, hay que ir a buscarla “detrás” del conocimiento y de la metafísica. Como hemos dicho, la realidad depende de nuestra decisión al mirarla. No hay una realidad única, fuera de nuestros intereses. Seleccionamos una u otra forma de ver el mundo, unas u otras ideas, según nuestros interesas prácticos, es decir, según nuestra Voluntad, no según nuestro Conocimiento. Las teorías de los filósofos, los pensamientos de las personas, esconden detrás una voluntad, una forma de querer la vida. Detrás de toda teoría, hay una moral.

Hay que hacer psicología y genealogía de los filósofos y de las creencias metafísicas de los hombres, preguntarse por qué han creído tal cosa. Hay que situarse “más allá del bien y del mal” para ver qué moral se esconde tras cada visión del mundo.

Así que, contra lo que piensan los filósofos tradicionales, es la Voluntad la que está detrás de toda teoría: es una actitud vital la que promueve una forma de ver las cosas. Por tanto, debemos dirigir nuestra mirada desde el Conocimiento hacia la Decisión

 (Esto es similar a lo que dijo Marx: las ideas son “superestructuras” producidas por las relaciones materiales. Por debajo de las ideas está la acción). Como dice Goethe, “al principio fue la Acción”.


Las verdaderas razones del racionalista. La moral de la metafísica

¿Qué moral hay detrás de la visión tradicional, de la visión metafísica de la existencia? ¿Por qué los hombres “necesitan” tanto las ideas universales? La “razón” es que un mundo en que todo cambia, en que no se sabe nunca qué va a ocurrir dentro de un rato, es un mundo peligroso, causa temor. Nos conviene creer que la naturaleza es previsible, y buscamos todos aquellos fenómenos que se repiten. Así creemos que todo está regido por leyes que hacen totalmente previsible el futuro.
¿Qué actitud vital, entonces, está detrás de esta búsqueda de seguridad de la metafísica y la ciencia? Sólo una actitud vital que busca, sobre todo, seguridad y tranquilidad. Es decir, sólo una actitud vital temerosa, débil… que rehúye el riesgo y la aventura, que se dedica más a reaccionar que a la acción, que teme más que vive.

Supongamos por un momento que la ciencia llegase a describir todo según leyes. Se sabría entonces todo lo que va a pasar, lo que me va a pasar a mí mismo (porque yo soy una pieza más del mecanismo universal). ¿Qué pasaría entonces con la Vida? Simplemente se acabaría, porque ya no habría nada que decidir ni que hacer, todo estaría paralizado.

Quien busca seguridad, busca la nada, busca la muerte.
Así que la actitud que hay detrás de la búsqueda de seguridad, en la metafísica y en las ciencias, es la actitud de la falta de fuerza vital, de la debilidad, de la cobardía.
Un ser vital, no quiere que todo esté quieto, sino que haya sorpresas y caos.

“A la realidad se la ha despojado de su valor, de su sentido, de su veracidad en la medida en que se ha fingido mentirosamente un mundo ideal… El “mundo verdadero” y el “mundo aparente” –dicho con claridad, el mundo fingido y la realidad… Hasta ahora la mentira del ideal ha constituido la maldición contra la realidad, la humanidad misma ha sido engañada y falseada por la mentira hasta en sus instintos más básicos – hasta llegar a adorar los valores inversos de aquellos solos que habrían garantizado el florecimiento, el futuro, el elevado derecho al futuro”. (Ecce homo Prólogo, 2).

En resumen, la visión metafísica del mundo es falsa porque confunde la realidad con un mundo inmutable creado mediante metáforas (error teórico), un mundo ideal creado para dar seguridad a una actitud vital cobarde e inadaptada, que teme el cambio y el riesgo que supone la vida (error práctico).

martes, 27 de abril de 2010

La Vida enferma (Nietzsche I)

Informe clínico, por el doctor Nietzsche, fisíologo, psicólogo y geneálogo.

Datos del paciente:
Nombre: Hombre
Apellidos: Europeo
Edad: Moderna, según él (o sea, de avanzada edad).
Sexo: más varón que hembra (la “mujer” es una creación de sus delirios enfermizos).

Síntomatología:
El paciente presenta decaimiento y fuertes dolores.
Dice aburrirse y tener angustia total.
Se observa salpullidos de vulgaridad por todo su cuerpo.
En la fase más avanzada de la enfermedad sostiene que ya todo le da igual, que se aburre con todo y que si no se suicida es sólo por pereza.

Analítica clínica:
En una primera fase de análisis psicosomático llevado a cabo en el paciente, se encuentra las siguientes causas “internas” de la enfermedad: División de la realidad y fe metafísica. El paciente “vive” (o malvive) creyendo que existen dos mundos, o que el mundo está dividido en dos. Creemos vivir, según él, en un mundo de fenómenos, en que todo cambia, todo pasa, nada permanece mucho tiempo igual. Pero en realidad, sigue diciendo, nuestras esencias o ideas son eternas e inmutables, y no se pueden ver con los ojos ni oler con las narices.
Por más que se le habla, el paciente apenas es capaz de comprender que las ideas no existen, son simples signos utilizados metafóricamente. Padece una ilusión muy viva.
El paciente cree, además, que él es alguien persistente a lo largo del tiempo, cree en su Yo.
Por supuesto, todo esto le hace vivir continuamente fuera de sí, más en el pasado o en el futuro (que son simples construcciones ideales suyas) que en el presente.

Investigando más a fondo, encontramos lo siguiente como origen de su enfermedad metafísica: El paciente lleva toda su vida padeciendo miedos a la vida. No ha sabido adaptarse al riesgo que supone estar vivo, ha querido tenerlo todo previsto y congelado, como si estuviese muerto. Esto le ha provocado el tumor metafísico-religioso, que en su fase más avanzada se llama Cristianismo, y que consiste en creer real justo lo contrario de lo que es real, y tomar por malo justo lo que es saludable y por bueno lo que es nocivo.
Así ha llegado a despreciar el alimento, el sexo, la lucha, el dolor. ¡Afirma creer que todos somos iguales, y tenemos el mismo derecho a vivir! (caso claro de aborregamiento).

Diagnóstico:
Se le diagnostica NIHILISMO agudo. Ha perdido el sentido de la Vida, se ha quedado sin Voluntad, o, digamos, su voluntad es extremadamente débil y enfermiza, incapaz de vivir.

Prescripción facultativa:
Se le prescribe que:
-en primer lugar, se tome el diurético “muerte de Dios”, tres veces al día, antes de cada comida, hasta que expulse todo resto de fe.
-simultáneamente, será sometido a extirpación de los tumores metafísicos que le han crecido por todo el cuerpo, especialmente en la cabeza.
-una vez esto le haya hecho efecto, y esté limpio de toda esperanza sobrenatural, se le someterá a rehabilitación vital, mediante terapia de Ultrahumanidad (consistente básicamente en tener que andar por sí mismo, sin muletas espirituales) y de sano EGOÍSMO.
-por último, cuando su voluntad esté algo más fortalecida, se le implantará un nuevo corazón de la marca ETERNO RETORNO, con el cual llegue a amar todos y cada uno de los momentos de su vida y a ser afirmativo en todos sus instantes.




Friedrich Nietzsche fue un pensador alemán, que vivió entre los años 1844 y 1900. Desde joven fue un apasionado del conocimiento en su sentido más profundo, y, aunque padeció toda su vida muchos dolores físicos debidos a una dolencia cerebral (que le hacía a veces desear la muerte y le acabaría dejando mentalmente inválido los últimos nueve años de su vida), se hizo cargo de los problemas más fundamentales de la humanidad y de los pensamientos más “peligrosos” y “abismales” pensados en los últimos ciento y pico años.


De la pasión con que se dedicó al conocimiento del hombre y de su destino, valgan estas líneas de una carta que escribió a un amigo:


"¡Por fin, mi querido y buen amigo! El sol de agosto luce ya sobre nosotros; el año camina hacia su ocaso y sobre las montañas y los bosques todo se hace más tranquilo y silencioso. Han surgido en mi horizonte ideas nunca vistas, pero no quiero dejar percibir nada de ellas y quiero conservarme yo mismo en una indestructible tranquilidad. ¡Tendré que vivir todavía algunos años! Cuando tales ideas llegan a mi cerebro, mi querido amigo, llega también la de que vivo una vida muy peligrosa y que pertenezco a aquellas máquinas que pueden romperse. Lo intenso de mi sensibilidad me produce espanto y risa. Ya me he visto imposibilitado, algunos días, de abandonar mi cuarto por el risible motivo de que mis ojos estaban inflamados. ¿Y por qué? Porque el día anterior había llorado mucho, y no lágrimas sentimentales, sino de júbilo, en mis solitarios paseos, durante los cuales voy cantando, llorando y delirando a un tiempo, lleno de una nueva visión que poseo antes que ningún otro hombre”. (Epistolario. carta a Peter Gast, 1881. Editado por Biblioteca Nueva)

Las ideas a las que se refiere Nietzsche son las del terrible “descubrimiento” de la muerte de Dios (todo carece de sentido y valor), y las del Ultrahombre (tiene que venir un hombre que sepa vivir sin ideales metafísicos ni religiosos, o sea, sobrenaturales), y el Eterno Retorno (el sentido de la vida sólo se recuperará si se desea que todo vuelva a suceder eternamente, y que el instante de ahora tenga un valor infinito).

En sus últimas cartas firmaba como Dionisos, y alguna vez llegó a firmar como “El Crucificado”. Su último acto consciente fue abrazarse llorando al cuello de unos caballos a los que su amo estaba fustigando. Después de eso fue internado en un psiquiátrico, donde aún vivió nueve años sin, al parecer, enterarse de la enorme fama que su filosofía iba cobrando por toda Europa.
A algunos les gusta pensar que su locura se la inventó él, como último acto de su pensamiento, que apuntaba a ver la vida como Juego y Locura (los médicos no opinan lo mismo, claro).

La importancia del pensamiento de Nietzsche, como él mismo presintió, no es posible calcularla todavía. Según muchos, con él acaba toda una etapa de la historia humana, y a partir de ahora habrá que vivir de otra forma: sin esos ideales trascendentes que la religión ha promovido siempre, y que Nietzsche creyó insostenibles ya para siempre.

Estas son algunas imágenes reales de Nietzsche, en sus últimos días de vida:



Hay una película sobre él, Cuando Nietzsche lloró, (que podéis encontrar en internet) pero yo no pienso verla.

domingo, 25 de abril de 2010

El materialismo que no ha llegado a materializarse. Marx y la sociedad sin clases

La dialéctica de la dialéctica. Ateísmo dialéctico

Hegel tuvo una influencia enorme en su época. Pero sus seguidores tendieron a dividirse en una ‘derecha’ y una ‘izquierda’.
La izquierda hegeliana aceptó del maestro
-que todo se desarrolla en la Historia
-que esa Historia sigue un proceso dialéctico, de contradicciones que hay que superar mediante armonización o síntesis.

Pero se vieron obligados a “matar al padre” por un gran delito: ser metafísico. Creían que Hegel, como buen profesor de universidad que no sabe lo que es trabajar (con las manos en el suelo, se entiende), se había quedado en el mundo abstracto de las Ideas sin tener en cuenta la verdadera base de esas ideas, que son los acontecimientos físicos, materiales.

En realidad Hegel sí había tenido en cuenta la Naturaleza Material, pero la consideraba el aspecto negativo e inconsciente de la realidad, que era superado en la vida espiritual o consciente. Pero los hegelianos materialistas no entendieron o no aceptaron que el Espíritu fuese más individuo y más real que los cuerpos.

No, dicen los materialistas, el Espíritu Absoluto no es la realidad, sino un engendro del cerebro humano, cuando proyecta sus propias características hasta el infinito.

Hegel pensaba que lo material es un producto del Espíritu, producto en que éste se encuentra “alienado”, extraño a sí mismo: le cuesta reconocerse (cuando miras tu cuerpo y dices “¿este montón de fluidos, gases y sólidos soy YO?). Feuerbach sostiene justo lo contrario: Dios es sólo una alienación del hombre material. Mientras creamos en Dios, no creeremos en nuestra realidad, estaremos fuera de nosotros mismos, adorando a una proyección de nuestra imaginación.
Así pensaba Feuerbach estarle pasando la factura dialéctica a Hegel

Materialismo dialéctico y revolución

Pero ¿cómo era la realidad material de ese tiempo histórico?
Hegel creyó que el único conocimiento completo y perfecto es el de la Filosofía, puramente racional(ista). Mientras tanto la historia humana iban por otro camino:
-las ciencias avanzaban, gracias al método matemático-empírico, sin meterse en inútiles asuntos filosóficos.
-la sociedad avanzaba en los métodos de producción, gracias a los descubrimientos tecnológicos que caían del plato de la ciencia…

En cuanto a la política, Hegel creía que el camino correcto era el nuevo imperio burgués bien organizado, en que cada individuo era a la vez libre y totalmente social. En cambio, el sistema social burgués, (contra los sueños de los revolucionarios, quizás) no parecía haber traído la felicidad y realización del hombre, sino que había dado lugar a algo de aspecto bastante feo: en lugar del taller o del campo familiar, las fábricas; en lugar del siervo, el asalariado.
El escenario había cambiado (ahora era más feo), pero las condiciones de vida no habían mejorado: trabajo desde temprana edad, a cambio de un sueldo mísero, sin apenas descanso, etc. Una minoría de propietarios de los medios de producción habían sustituido a los antiguos nobles en la vieja, difícil y noble tarea de vivir en la abundancia. Y el tercer grupo, el clero, seguía a lo suyo, dedicado a la salvación de las almas (ya que no se podía de los cuerpos).
Muchos jóvenes intelectuales (de esas buenas familias burguesas, por tanto) no pudieron soportar ver lo que hacían sus padres para tenerlos a ellos tan bien alimentados y cultivados.
Y, claro, no bastaba con mirarlo y criticarlo, había que hacer algo.

Entonces vino K. Marx y le pasó a Feuerbach la misma factura que éste le había pasado a Hegel: no ser suficientemente materialista. Si aceptamos que la realidad es lo material, no lo ideal, entonces tenemos que dar un paso más, el paso definitivo, y ponernos a Actuar en el mundo material y real, y dejarnos de tanto pensar.

“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”

Pero para trasformar el mundo hay que “conocer” cómo funciona.
Las ciencias naturales nos dicen cómo funcionan los otros seres materiales, del hombre se encarga… la economía. Todo lo que produce el hombre, incluidas, por supuesto, las ideas, dependen, en último término, de sus actividades materiales, de su Trabajo. La economía puede explicar todas las ideas.

Las ideas son como el tufo que emana de cada forma de vida. Si tú vives bien, creerás que el mundo está bien hecho. Si vives mal… puedes vivir con la esperanza de que en otra vida te irá mejor (los últimos serán los primeros, dice la religión) o puedes creer que no tienes por qué aguantar esto. La religión es opio para el pueblo: le mantiene adormecido, le permite trabajar horas y horas sin sentir dolor (como hacen los campesinos con la marihuana en algunos países). No es una solución real, sino totalmente imaginaria, como todas las drogas. Lo único que hace es ocultar el problema. No funcionará, además, indefinidamente.

La Historia Humana ha consistido siempre en una lucha de Clases. La versión moderna, y definitiva, de esta lucha, es el Estado Burgués, basado en la economía capitalista. Según el análisis de Marx, la forma de economía burguesa:
-no puede traer más que infelicidad a la mayoría, porque se apoya en el trabajo alienado de los asalariados. Los trabajadores venden su tiempo de trabajo al patrón, que es el dueño del producto y cuyo fin es sacarle un dinero extra (plus valia).
-es insostenible, lleva en sí misma su propia dialéctica, y eso le llevará a la autodestrucción. Necesita estar creciendo continuamente, pero no puede hacerlo, porque supone el empobrecimiento de los que deberían comprar, y porque no se puede crecer infinitamente en un medio finito.




Lo que tenemos que hacer es, sencillamente, participar en la (auto)destrucción del sistema capitalista, acelerando cuanto podamos la Revolución, que nos llevará a la fase (¡esta sí!) definitiva de la historia: el Comunismo, es decir, el estado de la humanidad en que la propiedad es colectiva, y no hay explotación del hombre por el hombre (sólo de la tierra por el hombre… -¿y de los animales por el hombre? Marx no dice nada, que yo sepa, de este asunto: dio prioridad a los humanos…-).

En esa situación se exigirá a cada uno según sus posibilidades y se dará a cada uno según sus necesidades.

El marxismo más de cien años después

Las profecías de Marx y compañeros no parecen haberse cumplido. La economía basada en la empresa capitalista ha “sabido” readaptarse, mejorando las condiciones de los trabajadores-consumidores en la medida de lo necesario, y superando sus “crisis”, a veces con alguna que otra guerrerilla (pero ¿quién no pasa de vez en cuando crisis ni se pelea alguna que otra vez –por dinero-?).
En cambio, las políticas que decían inspirarse en el marxismo (como la Unión Soviética o China) o han caído en la lucha por la subsistencia, o se han tenido que trasformar en capitalistas. Los comunistas suelen decir, claro, que esos no eran "auténticos socialismos", pero el auténtico socialismo parece ser tan irreal como el cielo de Platón. Está "en ninguna parte" (u-topia, se dice en griego).

Algunos creen hoy que el Capitalismo ha venido para quedarse, y que ese es el fin de la historia, la paz y prosperidad del libre mercado.
Ante tamaña desvergüenza contra la verdad, otros aún dicen que Marx tiene que volver, esperan que vuelva, de alguna u otra forma. Por lo menos, sus espectros (así ha dicho Derrida, un gran filósofo francés actual). Pero ¿qué puede quedar todavía de Marx? Quizás cosas como:
-Que hay que cambiar el mundo, más que contemplarlo.
-Que la explotación es injusta y genera infelicidad, aunque produzca “bienestar”.
-Que hace falta siempre una revolución, porque si no el hombre está muerto.
-...

¿Qué piensas? ¿Crees que el sistema capitalista es injusto? ¿Crees que lo que pone el trabajador en su trabajo es Tiempo?
¿Crees que es justo dar a cada uno según sus necesidades, o hay que tener en cuenta sus méritos? ¿Cuáles son las necesidades de uno? ¿Y los méritos?
¿Crees que los humanos aceptarán alguna vez vivir en propiedad colectiva? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Por qué crees que no ha triunfado la (auténtica) revolución comunista?

miércoles, 21 de abril de 2010

Cría cuervos. El Idealismo Alemán, hijo no deseado del ilustrado Kant

Ya se ha dicho: “de mis amigos me libre Dios, que de mis enemigos me encargo yo”. Kant mismo podría haberlo dicho.
Enseguida unos cuantos jóvenes inteligentísimos (o sin nada mejor que hacer) se entusiasmaron con la filosofía de Kant. Tanto la leían y releían que… le encontraron fallos. Aunque, claro, como buenos discípulos, prefirieron expresarlo diciendo que sólo estaban sacando las consecuencias necesarias de lo que el maestro debería haber dicho… Kant no estaba de acuerdo, pero ya no tuvo ganas de discutir mucho con jovenzuelos precipitados.

¿Qué fallos de Kant eran esos?

-Según Kant nuestro conocimiento no llega a las cosas en sí mismas, sino que somos seres limitados, condicionados: vemos las cosas según nuestra forma predeterminada o a priori, que es la sensibilidad y el entendimiento. De lo que está más allá de los sentidos no podemos decir nada, salvo que debe haberlas, para que pongan en movimiento nuestro conocimiento. Pero esto parece significar que las cosas en sí mismas (los noumena), al entrar en contacto con nosotros, provocan o causan nuestro conocimiento. ¡Claro! –pensareis- ¿qué tiene eso de extraño?
Pues tiene que, según el propio Kant, la noción de ‘causa’ es una de nuestras categorías o conceptos a priori, vacíos, que sólo podemos usar para referirnos a lo que se da en la sensibilidad. Así que NO PODEMOS USAR LA NOCIÓN DE CAUSA PARA REFERIRNOS A LAS COSAS MISMAS O A SU INFLUENCIA EN NOSOTROS.
Tampoco podemos usar para ellas (o ella, o ello… porque no podemos saber si el noúmeno es singular o plural) los conceptos de ‘existencia’, ‘unidad’, ‘pluralidad’… No podemos decir nada de ella/o(s). Así que son NADA DE NADA.

-Otro fallo (al menos aparente) de la filosofía de Kant es que hablaba de muchas cosas de las que, según ella misma, no se podía hablar: sobre todo, del Yo. ¿Qué experiencia podemos tener del yo abstracto y de sus categorías? Kant creía que esto era simplemente analizar nuestro conocimiento, que el sujeto no era un ser o sustancia.

Esos jóvenes no están de acuerdo, ni con la existencia de cosas fuera del Sujeto, ni con que el Sujeto sea nada. Las cosas en sí, fuera del sujeto, son pura nada; el Sujeto (el Yo) lo es todo. A esto se le llama IDEALISMO ABSOLUTO, o simplemente Idealismo (Alemán: es un producto típicamente alemán, como las salchichas).

El Idealismo da, pues, el paso que Kant no hubiera dado jamás (sin dejar de ser Kant): todo, no sólo la forma del conocimiento, sino también el contenido, todo, es producto del Sujeto, del Yo. Nada hay fuera del Sujeto Universal. No sólo el Sujeto es algo real, sino que es todo lo real. A este ser total y único lo llamará Hegel el Espíritu Absoluto.

(Hegel, el más importante de los idealistas alemanes –valga la redundancia-, es, por cierto, el filósofo al que todo el mundo debe nombrar cuando quiera insultar a alguien. Si tu amigo se está haciendo un lío, puedes decirle “pareces Hegel”, y te quedas tan ancho. Si no entiendes a alguien, lo mismo, con llamarle Hegel queda instantáneamente refutado. -Por supuesto, esta posibilidad es inversamente proporcional al grado de lectura atenta que se haga de Hegel-).

El Espíritu Absoluto, según Hegel, lo es todo, pero Él (el Espíritu Absoluto, se entiende) se va presentando por partes o momentos a lo largo de la Historia. Su movimiento universal tiene tres fases o momentos:

-Primero se presenta como noción abstracta, general, vacía (tesis)

-En segundo lugar, dado que lo abstracto está incompleto y vacío, surge la noción de lo particular, lo contingente, (momento negativo, o antítesis).

-Por último, el Espíritu se presenta como la unión o “armonía” de los dos momentos anteriores, como Individuo Absoluto (no relativo), completo (síntesis).

Todo este movimiento es lo que Hegel llama Dialéctica, porque se basa en la contradicción. Al contrario que Kant, Hegel cree que la dialéctica no es un problema, sino el verdadero funcionamiento del Espíritu cuando no se reduce, como en las Ciencias, a un conocimiento limitado y fragmentario. La Dialéctica acaba superando las contradicciones en una unidad superior, y eso es el progreso, que tiene como meta el Absoluto.



Veamos algunos ejemplos:

-La propia realidad es una síntesis de Ser y Nada. Ser es Todo (todo es). Pero es, a la vez, nada, porque el Ser es ninguno de los seres en concreto. Así que Ser y Nada son lo mismo, visto desde el lado positivo y el negativo. Cuando los "juntamos" ambos, con un sobreesfuezo mental que se llama filosofía, surge el Cambio, el Universal Devenir.
 -En la Política, la Historia Humana
a) empieza con un Estado absoluto, en que los individuos no pintan nada, no existen, no son más que esclavos de esa abstracción que es el Estado (por ejemplo, en la China Antigua, o en Egipto).

b) Pero el hombre no puede soportar esa situación abstracta y reclama su libertad individual. Esto pasó en Grecia, con la llegada de la democracia. Y, más recientemente (en el siglo XVIII) con el final de las monarquías absolutas)

c) La situación más perfecta no es ni una ni otra, ni el estatalismo ni el anarquismo, sino la síntesis, en la cual el individuo se da cuenta que sólo es realmente libre viviendo en un Estado en que la Unidad no excluya la Singularidad de los ciudadanos. Según Hegel, esto se ha alcanzado en su época, con la monarquía constitucional!

-Otro ejemplo: el desarrollo de un individuo humano

a) Un niño es un individuo sin libertad, que vive en la fantasía y recibe todas sus normas de conducta desde arriba. No tiene sentido de la personalidad propia, de su Yo.

b) Un adolescente se rebela contra eso y reclama su individualidad. Pero lo lleva hasta el extremo contrario, rechazando todo lo demás.

c) El adulto es el que debe integrar los dos aspectos, su individualidad y su vida en sociedad (familia, estado).

El problema que se les plantea a los idealistas es el mismo que a los que decían que Dios, el ser Perfecto, ha creado el mundo, que es imperfecto. ¿Por qué el Espíritu Absoluto se puso a moverse, dando lugar a la Historia? ¿Por qué no se estuvo quietecito, en su absolutez e infinitud, y dió lugar a esta tragicomedia que acaba reabsorviéndose allí de donde salió?

Con el idealismo vuelven las viejas ideas metafísicas, aunque vestidas a veces con otros trajes, más a la moda. Por ejemplo, Hegel cree completamente válido el Argumento Ontológico: este razonamiento no hace más que seguir el movimiento del Espíritu (que cada uno llevamos dentro) por el cual no podemos quedarnos en lo pasajero y contingente, sin buscar una fundamento absoluto para la realidad. Por supuesto, el Espíritu Absoluto de Hegel (dentro del cual existe todo lo que existe, incluido tú) es el antiguo Dios. Por eso a Hegel se le llama a menudo Panteísta, que es el que afirma que todo lo que existe es sólo Dios.

La intención kantiana de acabar con las discusiones metafísicas y traer la paz al pensamiento duró poquísimo. Aunque quizás Kant, como creía él mismo, sólo influiría lo que debería influir, pasados unos siglos, cuando la humanidad estuviese madura para entenderle.

¿Es el Idealismo una consecuencia necesaria y lógica a la filosofía kantiana?

viernes, 16 de abril de 2010

Diálogo entre Kant y Platón (Kant VI)

A las puertas del juzgado, cuando todo el mundo se ha marchado, dos siluetas, que parecen las de Kant y Platón, charlan así:


Kant.- ¿Qué te ha parecido el Juicio? ¡Lo he diseñado yo solito!

Platón.- Eso de la dignidad del hombre, y que no se puede comerciar con la justicia, te ha quedado muy bonito.

K.- Sí, es de lo que más orgulloso me siento.

P.- Y cuando lo llamas “Razón Práctica” ¿no quieres decir que es sólo la Razón misma, pero tratando sobre lo bueno?

K.- Sí, si lo entiendes bien. Lo que quiero decir es que dictar leyes o tomar decisiones no es lo mismo que saber algo: es Hacer, no Saber.

P.- Eso suena también muy profundo. Pero ¿quieres decir que no hay una conexión entre decir “Esto es bueno” y decir “Esto debe hacerse”?

K.- Ahí está el punto: no hay ningún conocimiento como “Esto es bueno”. Nada es bueno en sí, salvo la buena voluntad, pero eso no es un objeto, claro.

P.- ¿Entonces no son buenas la Vida, el Conocimiento, y todo eso?

K.- ¿No has leído al avispado de Hume? Él ha resumido muy bien lo que ya se venía viendo: no hay ninguna propiedad en las cosas que sea lo bueno, como sí hay lo amarillo. Y no se puede pasar de describir algo (por ejemplo, los seres vivos buscan perpetuarse) a decir que “debe hacerse así”. Yo he dicho lo mismo, pero salvando a la razón, en contra del hedonismo de Hume.

P.- ¿Así que no crees que las cosas tienen, cada una, una Esencia, y que se puede conectar el Bien de una cosa con su Esencia? ¿Por ejemplo, que para un caballo es bueno todo lo que le hace ser mejor caballo, y para una persona todo lo que le hace persona, y que hay una idea de Perfección que rige sobre las demás esencias?

K.- ¡Ay, las esencias! Tarde pero a tiempo me di cuenta de que eso no era más que optimismo y fanatismo griego. Me pasé mi juventud creyendo en ellas, sin ver ninguna, como les pasa a los jóvenes con el amor verdadero.

P.- Cuentan de mí que, a alguien que me dijo algo así como “pues yo veo a Sócrates y a Alcibíades, pero no veo la Humanidad” le contesté “eso, amigo, es porque tienes ojos pero no inteligencia”. No recuerdo haberlo dicho, pero ¿y si te lo digo a ti? ¿También tú confundes conocer con imaginarse o representarse algo? ¿Crees que el mundo es un teatrillo?

K.- A ver, yo no he dicho más que lo que dijiste tú: que todo lo que vemos no es más que simples fenómenos, no las cosas en sí mismas. El espacio y el tiempo no son más que nuestra forma de percibir las cosas, que para nosotros son sólo pensable, noúmena.

P.- Y ¿no ves ninguna diferencia entre tú y yo?

K.- Sí: que yo me he visto obligado a negar que tengamos conocimiento alguno de esos seres inteligibles. Ha llovido mucho desde tu época, y yo no puedo refugiarme en metáforas y mitos, como hacías tú cuando querías referirte al Alma o a los Dioses.

P.- ¡Eres en todo igual de inflexible! Piensas como un hacha, separándolo todo. ¿Sabes? Aunque no me entusiasma este tipo de explicaciones, me parece que tiene que ver con tu educación en esa religión del desierto, el judaísmo, renovada hace poco por el monje alemán, Lutero. También tú dices que no tenemos ninguna imagen de Dios, o sea, del Bien en sí, y que lo que tenemos que hacer es acatar su Ley sin conocerle. Pero no puedes evitar mencionarlo, por mucho que lo llames cosa en sí.

K.- Eres muy sabio, y muy buen psicólogo.

P.- Y sabes que siempre te preguntarán qué relación dices tú que hay entre esas inalcanzables cosas en sí mismas y nuestros miserables fenómenos. Alguna tiene que haber ¿no? ¿O cualquier cosa puede provocar cualquier fenómeno?

K.- Sí, has metido el dedo en el ojo de mi teoría. Últimamente, antes de morir, trabajo en algo que se parece mucho a deducirlo todo del entendimiento, y mis lectores jóvenes y supuestos seguidores están cayendo en lo que más he combatido: están convirtiendo al Yo en una cosa, en una sustancia, y diciendo que lo es todo.

P.- Y ¿qué es el Yo, según tú, si no es una cosa?

K.- Es una simple forma, una función. Esto es muy difícil de comprender.

P.- ¡Y tanto! ¡Un algo que no es una cosa! Me recuerdas a un inteligentísimo alumno mío, un tal Aristóteles, que se ha venido desde Macedonia a estudiar a mi Academia. Él también me dice: maestro ¿y si las Ideas no son cosas, sino sólo Formas? Eso es demasiado inteligente para mí: yo, todo lo que pienso creo que es algo.

K.- ¡No te hagas el simple, como tu maestro Sócrates! Pero ¿no ves que en cuanto intentamos mencionar a las Ideas, a los seres de más allá, a las Esencias tuyas, caemos en contradicciones, en Dialéctica?

P.- Claro, eso es lo que hemos dicho otros, empezando por el viejo Heráclito y el sabio Parménides. Yo mismo, si has leído mi libro de la República, he distinguido dos tipos de conocimiento racional, uno mixto y otro puro. El primero es lo que tú llamas uso condicionado o Ciencia, o sea, que saca sus contenidos de la sensibilidad. El segundo es el que busca las cosas mismas.

K.- Sí, buscarlas las busca, pero nunca las encuentra.

P.- Es que nadie ha dicho que seamos dioses. Aunque, en cierto modo, lo somos.

K.- Pues yo digo que un conocimiento que se contradice, no es conocimiento ni nada. Y eso le pasa a tu dialéctica.

P.- Me vas a permitir que te diga que no has profundizado lo suficiente en el asunto. Escucha, y dime. Según lo expuse en mi Parménides (que no sé si has leído…), nosotros no podemos pensar sin dar por supuesto lo Uno puro, porque todo conocimiento es unidad. Pero es cierto que, a la vez, en cuanto queremos representarnos esa unidad, no tenemos más remedio que hacerla múltiple, porque somos entendimientos limitados, no infinitos o perfectos.

K.- De acuerdo hasta ahí.

P.- Muy bien. Pues ahora creo que hay que darse cuenta de que, no por eso podemos prescindir de pensar en lo Uno y lo Múltiple, y sus relaciones. Al pensarlos, vemos que el uno implica al otro, y caemos en contradicciones, por pensar Todo a la vez. Pero entonces, como una chispa, surge la intuición racional (que no puedes imaginar, fíjate bien) de lo Uno puro.

K.- Ese es el paso que niego: no hay esa intuición, yo no la conozco.

P.- Pues, para no conocerla, la usas correctamente, porque ¿con qué te refieres a las cosas en sí mismas? La diferencia es que yo, como buen griego, pienso que podemos referirnos a ello usando las representaciones, si no las tomamos como la realidad misma, sino como símbolos o imágenes imperfectas.

K.- Y yo, como buen alemán, no sé nada de metáforas ¿no es eso?

P.- Casi. Más bien, no eres consciente de tus metáforas. Porque, mira, ¿no hablas tú de las cosas mismas, esas que sin embargo dices que no podemos pensar? Dices que las ‘hay’, que ‘causan’ nuestras representaciones, etc.

K.- Vale, uso algunas analogías. Pero no me refiero a ellas en sus contenidos, como haces tú cuando hablas del Caballo-en-sí y las demás esencias.

P.- ¿Sabes? Tú encajas perfectamente en la figura del Guardián de mi polis.

K.- ¡Me haces mucho honor! Y ¿por qué piensas eso?

P.- El guardián, digo yo, sólo sabe de Matemáticas, no va más allá ni llega a la dialéctica. Se siente completamente obligado a cumplir la Ley, pero él no es capaz de darle ningún contenido a esa ley.

K.- ¡Y el sabio sí es capaz!

P.- Se acerca más. El sabio sabe que el Bien es lo mismo que la Unidad, y sabe que los cuerpos son imágenes, o sea, ni del todo iguales ni del todo diferentes, del Alma. Así que busca unidad en el alma produciendo unidad y armonía en los cuerpos.

K.- Los griegos siempre seréis unos ilusos…, eso sí, luminosos. Pero Grecia ya ha pasado. Hoy, en Europa, sabemos que los cuerpos no representan nada de nada: vivimos en la noche de un mundo sin sentido, no en el mediodía poblado de dioses desnudos, como vosotros.

P.- Por eso no sabéis ni qué hacer. Porque, si no piensas que el cuerpo es imagen de la persona, ¿cómo sabes qué comportamientos son correctos o cuales no? Repetir, como haces una y otra vez, que debes actuar como querrías que actuara cualquiera, no te va a ayudar a decir cómo debes actuar. Debes saber qué cosas son buenas.

K.- Quizás tengas razón. Pero cuanto dices me suena a un imposible, al pasado. Las ciencias han avanzado mucho. Nos dicen que, en el cuerpo, todo es ciego mecanismo. Yo he intentado dejarle un hueco a la Libertad, pero fuera de este mundo, claro. Este mundo se lo doy todo a la Ciencia.

P.- ¡La Ciencia! ¿Qué es la ciencia? Cada uno tiene la ciencia que se merece, ¿no te parece? Pero todo eso de que la ciencia dice que las cosas son mecánicas, no es ciencia, sino filosofía. Ya existía en mi época: también en Grecia había pesimistas. Y también algún día volverán…

K.- Las oscuras golondrinas, eso es. Y ¿para cuando será eso?

P.- Para cuando el personaje más importante deje de ser ese mediocre personaje que es el comerciante.

K.- Eso no lo verán nuestros ojos, por más que nos reencarnemos. Aunque creo que nos iremos acercando cada vez más.

P.- ¿Ves como no es tan duro ser optimista? Pues atrévete a pensar que lo alcanzaremos.

domingo, 11 de abril de 2010

Juicio a la razón, segunda parte (Kant V)

Hoy se reanuda en Köninsberg el trascendental juicio a la Razón Humana. Como recordarán, en la primera parte no salió bien parada: se la consideró culpable de pretender saber lo que no puede saber. ¿Qué pasará hoy? La jueza empieza recordándole los cargos:


Jueza.- Señora Razón, se le acusa de invadir, también en la moral, el terreno que no le pertenece, y pretender decirnos a todos qué está bien y qué está mal, sin atender a lo que dice el Ministerio de Gustos y Felicidades. ¿Tiene usted algo que declarar?
Razón.- No tengo nada que decir. Ni siquiera reconozco legitimidad a este juicio. Nadie más que yo puede juzgar, a los demás y a mí misma.
Jueza.- Que se siga el proceso. Tiene la palabra el fiscal.

Fiscal.- Señoría, creo que ha quedado clara la arrogancia de la acusada. Es fácil demostrar que, exactamente igual que ocurría con el Ministerio de Conocimiento, la señora Razón, ha usurpado o, mejor dicho, intentado usurpar (porque no ha conseguido nada, a decir verdad) funciones que no le corresponden. Ha pretendido convertirse en monarca absoluta, ella que no es más que una consejera.
Querría llamar a declarar como testigo a don Sentido Común.
Jueza.- Que entre.
(entra un hombrecillo un poco tosco de andares. Jura decir la verdad)

Fiscal.- Don Sentido-Común, díganos: ¿Cuál es su cometido?
Sentido-Común.- ¿Cómo dice?
Fiscal.- Quiero decir qué busca usted…
Sentido-Común.- ¡Ah! Mi reloj, el de la pulsera negra.
Fiscal.- No, me refiero a qué busca usted en la vida. ¿No es verdad que usted busca, al fin y al cabo, la Felicidad?
Sentido-Común.- ¡Claro que sí! ¡Casi más que el reloj!
Fiscal.- ¿Reconoce usted a la acusada?
Sentido-Común.- La veo borrosa (es que ando un poco miope ¿sabe usted…? Los años…)
Fiscal.- No se preocupe. ¿No le han estorbado a usted ella o alguno de sus descendientes, los llamados “sabios”, en su difícil tarea de buscarse la vida?
Sentido-Común.- Hombre, un poco sí, pero no les hago mucho caso ¿sabe usted? A veces ni les entiendo cuando hablan (¡son gente muy leída!).
Fiscal.- Y ¿cómo puede usted apañárselas sin ella?
Sentido-Común.- Yo, como mi madre y mi padre, y mi abuelo y abuela y toda la familia, sé muy bien lo que ando buscando… el reloj ¿Lo ha visto usted?
Fiscal (algo nervioso).- No, querido amigo. No tengo más preguntas, señoría.

Jueza.- Tiene su turno la defensa.

Defensa.- Veamos, le voy a preguntar a usted cosas para las que no hace falta saber leer, ni tener vista de lince. Díganos, don Sentido-Común, ¿cree ustedes que todos somos iguales?
Sentido-Común.- ¿Iguales en qué, en lo ancho o en lo romo?
Defensa.- En derecho.
Sentido-Común.- No crea usted, señor, que veo a unos más torcidos que a otros.
Defensa.- (un poco impaciente) ¡Vamos a ver! ¿Qué pasa si le doy ahora un poco de dinero, así sin más, a todos los que hay en esta sala, menos a usted?
Sentido-Común.- Que le parto la silla en la espalda, como diría mi abuelo… perdóneme la palabra…
Defensa.- Y ¿por qué?
Sentido-Común.- Porque eso no está bien, no me diga usted…
Defensa.- ¿Y si le doy a usted sólo, y no a los demás?
Sentido-Común.- Hombre..., tampoco está bien… sobre todo así, a las claras.
Defensa.- ¿No cree usted que “no hay que hacer a los demás lo que no quieres que te hagan”?
Sentido-Común.- Eso está muy bien dicho. Por eso a mi no se pasa por las mientes esconderle el reloj a nadie, ¡cagoendiez! (¡perdone, mi señoría!).

Fiscal.- Señoría, con la venia, me gustaría preguntar de nuevo al testigo.
Jueza.- Pregunte. Luego tendrá su turno la defensa.
Fiscal.- Señor Sentido-Común, ¿no cree usted que eso de que no hay que hacer lo que no quieres que te hagan se explica porque no queremos que nos den palos y sí caricias? Quiero decir que sabemos que a todos nos conviene ayudarnos, y para eso tenemos que tratarnos con la mayor igualdad…
Sentido-Común.- ¿¡Qué se yo de esas filosofías!? Me vuelven ustedes loco. ¿Me puedo ir, señora jueza?
Jueza.- No, mientras la defensa quiera preguntarle algo.
Defensa.- Por mí puede marcharse. (El Sentido-Común se va, visiblemente incómodo).

Fiscal.- Querría llamar a declarar al Político.
Jueza.- Que entre.

(entra con gesto orgulloso y saludando. Promete decir la verdad).

Fiscal.- Señor Político, ¿no es usted el encargado de dirigir el Estado?
Político.- Así es. Puedo asegurarles que en todo momento, en el desempeño de nuestra gran responsabilidad, hemos cumplido con la mayor…
Jueza.- ¡Vale! ¡Vale! Deje su verborrea, por favor, y limítese a contestar las preguntas.
Político.- Sí, señoría, si yo no he dicho otra cosa: ha sido la oposición que…
Jueza.- (golpeando) ¡Silencio, o le hago salir!
Fiscal.- Dígame, ¿qué misión tiene usted, a cargo del estado?
Político.- ¿A parte de perpetuarme? ¡Ah! ¡Sí! Conseguir el bienestar de todos, incluidos (¡fíjese bien, señoría!) incluidos aquellos que no me han votado.
Fiscal.- Y ¿qué función debe cumplir en tan noble labor la acusada?
Político.- ¿Ella? Sí, bueno… es de la mayor ayuda. Es experta en todo.
Fiscal.- Pero ¿debe ella tomar las decisiones últimas?
Político.- ¡En absoluto! Para eso ya estoy yo. Aunque la escucho, al final yo hago… lo que me da la gana… Quiero decir, conseguir el mayor bienestar para la mayoría, claro.
Fiscal.- Gracias. No tengo más preguntas.

Defensa.- Señor político. ¿Ve bien usted los sobornos?
Político.- ¿¡Qué dice usted!?
Fiscal.- Protesto, señoría, se está prejuzgando…
Jueza.- No se admite, la defensa está haciendo una pregunta. Conteste.
Político.- No, no los veo bien, claro, y puedo prometerles que…
Defensa.- (interrumpiéndole) ¿Por qué no los ve bien?
Político.- Porque… son injustos: no benefician a nadie.
Defensa.- ¿Y si beneficiasen a sus votantes, que son la mayoría, o incluso a los que no le han votado? ¿Mentiría usted para beneficiar a la mayoría o a todos?
Político.- ¡Claro que no mentiría!
Alguien-entre-el-público.- ¡Está mintiendo!
Jueza.- ¡Silencio! Abandone la sala. ¿Tiene más preguntas el ministerio de la defensa?
Defensa.- No, señoría.

Fiscal.- Señoría, querría citar al perito, el psicólogo don Tiempos-que-corren.
Jueza.- Que entre.

(entra, con cara de persona profunda superficialmente)
Fiscal.- Señor Psicólogo don Tiempos-que-corren, ¿estudia usted la conducta humana?
Psicólogo.- Así es.
Fiscal.- ¿Puede decirnos cómo funciona el asunto de la toma de decisiones? ¿Puede la Razón, ella sola, movernos a actuar?
Psicólogo.- No. La razón puede afirmar cuantas cosas quiera, pero el deseo se mueve sólo para obtener un placer o huir de un dolor.
Fiscal.- ¿Qué papel dice usted que debería cumplir, entonces, la acusada?
Psicólogo.- Debería limitarse a informar de cómo funciona el mundo, para que el deseo elija con conocimiento de los medios. Nada más.
Fiscal.- Gracias. No hay más preguntas.

Defensa.- Señor psicólogo, ¿cómo, según usted dice, pueden los sentimientos mover a la voluntad, y no puede hacerlo la razón?
Psicólogo.- Porque nadie puede romper la conexión entre un sentimiento y una decisión. Siempre que alguien toma una decisión, podemos encontrar un placer como motivo.
Defensa.- ¿Qué motivo hay para decir la verdad cuando perjudica, cosa que hacen algunos, aunque sean pocos?
Psicólogo.- El sentimiento de estar a gusto con uno mismo, o el de evitar sentirse a disgusto con uno mismo.
Defensa.- Y ¿por qué se siente uno a disgusto con uno mismo cuando miente?
Psicólogo.- Es un hecho, psicológico. Quizás la naturaleza nos haya diseñado así para ser seres sociales.
Defensa.- Y ¿sabe eso uno, cuando decide no mentir?
Psicólogo.- No, claro, eso es subconsciente…
Defensa.- ¡Ah! ¿subconsciente..! ¿No es cierto, don Tiempos-que-corren que no es usted el único representante de su (llamémosla así) “ciencia”, y que hay psicólogos que no piensan como usted?
Psicólogo.- Una minoría.
Defensa.- Y ¿es cuestión de mayorías, esto de la ciencia suya? ¿Puede usted afirmar que sus teorías son fiables?
Fiscal.- Protesto, señoría: la defensa pone en tela de juicio la honorabilidad del perito.
Jueza.- La defensa resalta un hecho relevante para el procedimiento. Siga.
Defensa.- No tengo más preguntas.

Jueza.- ¿Hay algún testigo más?
Defensa.- Llamo a declarar al señor Santo-Sabio.
Jueza.- Que entre.

Santo-sabio (entrando con paso seguro y sereno).- ¡Kalimera!
Defensa.- Perdonen su forma de hablar, es que es griego. Sólo les ha saludado.
Jueza.- Interróguele.
Defensa.- ¿Por qué le consideran a usted un sabio?
Sabio.- Porque soy siempre dikaios, quiero decir, justo, sin temer los daños ni alegrarme con los hedonai.
Defensa.- Los placeres, quiere decir. Y ¿Puede usted hacer eso? Cuéntenos en qué consiste.
Sabio.- Simplemente escucho en todo cronos a mi Logos, perdón, quiero decir a mi razón, que es tauta… o sea, la misma que la suya y la de todos. Me costó mucho ejercicio controlar a mis deseos, pero ahora soy eleuterio, perdón, quiero decir libre, y me limito a seguir la fisis, o sea, la naturaleza, que es la virtud, perdón, quiero decir la areté.
Defensa.- Gracias. No hay más preguntas.

Fiscal.- Señor santo-sabio, ¿puede hacer usted el esfuerzo de hablar como las personas normales y decirnos por qué cree usted que es bueno lo que hace?
Santo-sabio.- Por sí mismo.
Fiscal.- ¿Y para usted la felicidad no es nada?
Santo-sabio.- ¿La eudemonía?, sí, claro, lo es todo, pero sólo el sabio es feliz.
Fiscal.- Señoría, quiero que conste que ha dicho que el motivo por el que este sabio hace todo lo que hace, es por conseguir la felicidad.
Sabio-santo.- Eso lo ha dicho usted, o más bien su agnoia, quiero decir, su ignorancia.
Jueza.- ¿Hay más preguntas?
Fiscal y defensa.- No, señoría.

Juega.- Emitan sus conclusiones.
Fiscal.- Creo, señoría, que ha quedado probado que la Razón es, y no puede ni debe dejar de ser, la esclava de las Pasiones. En cambio, ella y sus cachorros, los autodenominados sabios, aunque ni siquiera hablan una lengua viva y moderna, no dejan de ridiculizar a los Sentimientos y desprestigiar su función de monarcas y guías de la vida humana. Pedimos, por ello, que sea condenada a perpetuo silencio en todo lo que se refiere a este asunto, y que, como indemnización, pague con cien años de trabajos para el ministerio de Gustos, y busque argumentos para honrarlo hasta que compense el daño provocado.
Jueza.- Tiene la palabra la Defensa.
Razón.- Señoría, renuncio a mi defensa. La agradezco al abogado cuanto ha hecho, pero considero indigno tener que defenderme.
Jueza.- Como usted quiera. En breve emitiremos sentencia.

(Después de un rato ausente, la jueza entra en la sala, ocupa su lugar a oscuras, y hace pública la Sentencia:)

Jueza.- Oídas las partes, fallamos lo siguiente:
Consideramos a la acusada inocente del cargo que se le imputa, o sea, de haber invadido terrenos de la moral que no le corresponden.
El ministerio de Gustos ni puede ni debe determinar qué es correcto, justo y, en una palabra, bueno. ¿Qué pasaría si nosotros mismos, los jueces, por ejemplo, nos dejásemos llevar por nuestros gustos, por muy altruistas que estos fuesen? Hasta el más simple sentido común reconoce, si no se le manipula, que eso sería injusto. La justicia no puede negociarse, y sólo puede ser determinada por la Razón, que nos dice, a todos, como una orden incondicional o Imperativo Categórico, que toda persona (es decir, todo aquel ser que es dueño de sus actos y, por tanto, responsable) es Libre e Igual ante la Justicia, y que bajo ningún concepto se puede vender la justicia por conseguir beneficios, aunque sean los de los votantes. Nuestra sociedad sería indigna de sobrevivir si no hiciese caso exclusivamente a la Razón.
El perito psicólogo, en caso de que lleve razón en su teoría (que nos ha parecido más que dudosa y no representativa necesariamente de su ciencia), sólo prueba cómo se comportan usualmente las personas, no cómo deberían comportarse, que es de lo que se trata. Es cierto que podemos encontrar cierta conexión entre justicia y felicidad, pero la segunda es, como mucho, el resultado de la primera, y no el motivo o la causa. Debemos buscar, no la felicidad, sino merecernos la felicidad. Y esto, que no está garantizado en esta vida, consiste en ser justos, sin otro interés.
Así que, en adelante, el Ministerio de Gustos queda totalmente subordinado a la Razón, y se le impedirá que la interrumpa cuando ella esté deliberando sobre qué es lo correcto, y qué debemos hacer. El Ministerio de Gustos dedicará más fondos y atención a los sentimientos de Respeto y de Satisfacción con uno mismo por comportarse correctamente y Remordimiento por hacer lo contrario.
Además, se permite a la Razón que enseñe (aunque nunca como si fuese algo demostrable o científico) que las Personas somos algo más que seres físicos y determinados. Puesto que para poder comportarse correctamente hay que ser Libre, aunque no podamos demostrar científicamente que lo somos, como tampoco podemos demostrar lo contrario, está permitido creer que somos dueños de nuestros actos, y que seremos juzgados por el Juez de todos los jueces, que no es más que la Razón Absoluta.
Se levanta la sesión.

En ese momento se encienden todas las luces de la sala, incluidas las que caen sobre la jueza y todos descubren con enorme sorpresa que la Jueza no es otra que…

domingo, 4 de abril de 2010

Volando en el vacío. (Entreacto segundo) (Kant IV)

Dialéctica: pensar mucho en nada para querer saberlo todo

Según hemos visto, aunque no somos una tabla rasa nuestros conceptos “a priori” y nuestra sensibilidad espacio-temporal son puras formas vacías, y sólo funcionan si reciben una “influencia” externa, que proporcione la materia u ocasión del conocimiento.

Usando la metáfora del ordenador, nuestro disco duro contiene programas en sí mismo, pero estos programas no funcionan sin que llegue información externa al ordenador (lo inadecuado de la metáfora es que en nosotros el propio espacio y tiempo son parte del programa, así que lo que hay fuera ¡no puede ser físico!).

Pero la razón humana no se conforma con los fenómenos naturales, sino que intenta unificar todo nuestro conocimiento y remontarse al principio y por qué de Todo. En ese viaje la Razón abandona la compañía de la experiencia, y cree que, usando sólo conceptos, puede saber algo de las cosas en sí mismas (noumena), más allá de cómo se presentan a nuestra sensibilidad, es decir, más allá de los fenómenos (como ave, dice Kant, que creyese que puede volar mejor en el vacío).

En esto consiste la Metafísica, que afirma que Yo soy una sustancia inmaterial (Alma), que actúo libremente en el mundo (Libertad) y que tiene que existir un ser absolutamente perfecto que sea el fundamento de todo (Dios).
Pero, según Kant, este salto es mortal (y no inmortal, como cree el metafísico), porque sin la ayuda de la experiencia, la Razón no puede darle ningún contenido a sus Ideas. Entonces, aunque cree que descubre algo trascendente, lo único que hace nuestra pobre Razón pura es caer en ilusiones “trascendentales”, en razonamientos aparentes.

Estas ilusiones (Dialéctica) son de tres tipos, según la Idea de la que traten:

La ilusión del Alma (paralogismos)

La Metafísica (ese supuesto conocimiento que va más allá de los sentidos), dice “Pienso, luego existo”. Y de aquí saca que somos sustancias no materiales, inmortales, etc.

Según Kant aquí se razona incorrectamente, pues “Yo pienso” es un conocimiento puramente lógico (lógico-trascendental), que significa que todo juicio presupone una unidad formal del Sujeto que juzga. En cambio “yo soy una sustancia pensante” toma la palabra Yo en un sentido sustancial o real, no simplemente lógico. Pero ¿qué podemos saber nosotros de una sustancia así? La sustancia (una de las categorías de relación) es algo que permanece a través de los cambios, y sólo de los cuerpos que cambian de cualidad podemos entenderla nosotros: no podemos hacernos ninguna idea de una sustancia sin cambios. Así que la Metafísica no demuestra que existe el Alma (ni que es inmortal ni todo lo demás, claro está).

La ilusión de Todo (las antinomias)

Cuando buscamos las causas no de este o aquel suceso, sino de todo el universo, creemos que podemos preguntarnos y contestarnos cosas como de dónde surgió el mundo, si es finito o infinito, o si en él existen causas libres (las propias de las personas) y no todo ocurre ciegamente.
Pero la Razón pura no logra demostrar nada de esto, porque puede demostrarse a la vez tanto una cosa como su contraria (antinomia).

Por ejemplo ¿tuvo el Universo un principio en el tiempo, o tiene un límite en el espacio?
-Sí, porque si no iríamos al infinito, y un infinito no puede existir.
-No, porque si tiene límites estará limitado por la nada.

La más importante de estas antinomias es la referida a la Libertad. Puede demostrarse que existe y que no existe libertad en el mundo.
-¿Quieres demostrar que no existe? Date cuenta de que todo sigue unas leyes matemáticas (aunque sean las del azar), y aquí no hay sitio para la libertad: ciencia natural y libertad son incompatibles. Si yo pudiera cambiar el curso de las cosas, la ciencia se iría al garete.
-¿Quieres demostrar que sí existe la libertad? Date cuenta de que si todo estuviese determinado, debería estar determinado que todo está determinado, y así caerías en un proceso infinito de causas determinadas: no todo puede estar determinado, algo ha tenido que ocurrir espontáneamente: el propio principio de todas las causas.

La ilusión del Ser Perfecto (el Ideal)

La razón busca, por último, un ser que contenga todas las perfecciones, una sustancia que no sea contingente sino Necesaria. Los argumentos a favor de la existencia de Dios son tres, según Kant:
-Que el mundo es bello y ordenado (físico-teológico)
-Que el mundo tiene que tener una causa (Cosmológico)
-Que el concepto de perfección implica la existencia (Argumento ontológico, el que dio san Anselmo)
Pero los dos primeros reposan en el último, porque si no suponemos como causa primera un ser perfecto siempre nos preguntaremos de dónde salió un ser no completamente perfecto.
Pero el concepto de Ser Perfecto es un simple Ideal de la razón, es decir, un individuo que la razón supone sólo para encontrar reposo en su búsqueda de unidad perfecta. En verdad no podemos demostrar que exista, porque “existir” no es una propiedad, no añade nada al conjunto de características de una cosa (como creían los racionalistas, partidarios del argumento ontológico); existir es una simple “modalidad del juicio” (como la posibilidad o la necesidad), por la cual sólo señalo que aquello de lo que hablo se me está dando. Pero a mí las únicas cosas que se me están “dando” son las de la sensibilidad, y aquí no voy a encontrar un ser perfecto, lo puedo dar por seguro.

Agnosticismo contra ateísmo

Cualquiera diría que (si tiene razón en sus argumentos) Kant ha arrasado con el más allá de las religiones y los filósofos antiguos…
Él, en cambio, piensa que este resultado no es tan malo como podría parecer para los intereses de la fe. Para empezar, dice, nos hemos cargado al ateísmo, porque si bien no podemos demostrar que existen el alma, la libertad o Dios, tampoco podemos demostrar lo contrario. La única respuesta del científico ante esos asuntos debe ser: “no puedo decir nada sobre eso”.
Ahora bien, diría el ateo: “¿Para qué vamos a suponer causas que no nos ayudan a explicar nada? Si puedo explicarlo todo sin almas, dioses ni libertades, olvidémonos de esos seres como hicimos con Zeus o Poseidón”.
Cierto, siempre y cuando no haya otro terreno de la vida humana donde creer en esos seres inteligibles (Dios, Alma y Libertad) sea más coherente que no creer en ellos.
¿Hay algo así?
Kant cree que lo hay: la moral. Lo que ha hecho la Crítica de la Razón pura ha sido quitar de las manos del Conocimiento todo lo relacionado con lo inmaterial. Pero es que el Conocimiento trata de cosas que, en sí mismas, no tienen ningún valor.
El valor de las cosas no viene del conocimiento, sino de la voluntad. Eso queda para el otro uso de la Razón, el uso práctico o moral.

¿Te parece que los argumentos de Kant acaban con la Metafísica?