Hasta que llegó Parménides los filósofos, para hablar de todo, de toda la realidad, usaban el término Fisis (Physis), que podríamos traducir por “naturaleza de las cosas”. Cuando escribían un libro se titulaba ‘Peri physeos’, o sea, “Acerca de la naturaleza de las cosas”, o “De la realidad”. El propio Parménides parece que tituló así a su libro (escrito en verso), del que se conservan algunos fragmentos. Pero Parménides fue el primero (que sepamos) que se fijó en el Ser como asunto principal del pensamiento filosófico.
Como sabéis, ‘ser’ es el verbo más universal, se aplica a todo. Todos los demás verbos pueden traducirse por ‘es + un sustantivo o adjetivo’ (por ejemplo, ‘pasear’ = ‘ser paseante’). Eso quiere decir que todos los seres tienen en común eso, ser.
Este verbo se usaba en griego (como en latín, y en otras lenguas) con dos funciones o valores:
- Un valor es el copulativo, o sea, el que se usa para unir un sujeto con un predicado, como cuando decimos “el amor es lo más bonito del mundo” o “dos más dos es cuatro”. En ese caso queremos decir que el predicado informa de la naturaleza del sujeto, lo que el sujeto es. En el mejor de los casos, cuando respondemos bien a la pregunta ¿qué es x?, el predicado nos da la “Esencia” de x, del sujeto (por ejemplo, “Parménides es el fanático de la razón”).
El otro valor de ‘ser’ es el valor existencial o absoluto, que en castellano actual expresamos con “existe” o “hay”, como en “Existen los extraterrestres”, y que en griego se diría “los extraterrestres son”.
Pero, desde luego, alguna relación tiene que haber entre los dos valores, o sea, entre tener ciertas características o esencia, y existir. ¿Puede tener características lo que no existe? ¿Puede existir lo que no tiene características? ¿Puede algo tener más características que, simplemente, existir?
Asistamos a una conversación entre el viejo Parménides y el viejo Giorgios, en pleno parque de Elea, soleada villa de la costa italiana, en el siglo VI a. c.
Parménides.- Veamos, amigo: lo que es, es, y lo que no es, no es, ¿no estás de acuerdo?
Giorgios.- Para, para, no te lances, espera que lo piense. ¿A ver? Sí, lo que es, es, lo que no es, no es. Ya lo decía mi abuela.
Parménides.- A ver si decía esto también: pensamos lo que es.
Giorgios.- ¿Lo que es qué?
Parménides.- Lo que es ser, o sea, real. Si pensamos lo que no es, pensamos en nada. Y si pensamos en nada, no estamos pensando, aunque lo parezca.
Giorgios.- Si me tengo que parar a discutírtelo estamos aquí hasta mañana. Pero ¿a dónde quieres ir a parar?
Parménides.- A lo siguiente, ¿cuántos seres hay, en realidad?
Giorgios.- Yo no los he contado, tengo muchas cosas que hacer.
Parménides.- Pues no te hace falta, porque ya te digo yo que hay sólo uno, el Ser.
Giorgios.- Me informas de algo en extremo novedoso, que no sé si va a creerlo mi familia.
Parménides.- Si razonan, lo creerán. Diles: supongamos, por simplificar, que hubiese sólo dos, dos seres o cosas. ¿En qué se diferenciarían?
Giorgios.- Depende de qué cosas sean, dos habichuelas o dos perros de Esparta.
Parménides.- Serán, antes que nada, dos seres, dos cosas ¿no es así? Pero claro, en el ser no se diferencian. Y si no se diferencian en ser, se tienen que diferenciar en el no-ser. Uno no-es el otro, el otro no-es el uno ¿lo ves?
Giorgios.- Sigo sin ver tus ocultas intenciones.
Parménides.- Nada de ocultas, sino más claras que el agua de esa fuente. Hemos dicho que el no-ser no es ¿no? Entonces ¿cómo vamos a distinguir a las cosas mediante el no-ser? Pero tampoco se distinguen por el ser, porque todas son seres por igual. Así que no se distinguen en realidad.
Giorgios.- Lo veo y no lo veo.
Parménides.- Te pondré un ejemplo.
Giorgios.- Te lo agradezco dos veces.
Parménides.- Imagínate que todas las cosas fueran blancas. ¿Podrías distinguirlas?
Giorgios.- Por el tacto, o poniendo el oído.
Parménides.- Eso es, compañero. Pero fíjate que fuera del ser no hay nada, mientras que sí lo hay fuera del color. Así que no puedes distinguir las cosas por algo que haya fuera del ser, ni, desde luego, por el ser mismo. Luego llegamos a la conclusión de que Todo es Uno, aunque los mortales, que estamos más bien soñando, creemos que hay muchas cosas y que se mueven.
Giorgios.- [tras un breve silencio, pensando] Oye, Parménides, y esto… ¿para qué te sirve?
Parménides.- ¿Que para qué? Te acabas de ganar otro razonamiento. Cuando queremos algo o a alguien lo queremos por lo que es, él mismo ¿no?
Giorgios.- Claro, eso lo decía mi abuela también.
Parménides.- Pero cuando quieres algo para algo, o sea, por su utilidad, no lo quieres por sí mismo, sino por lo que puedes conseguir mediante él. Te pongo, por ejemplo, tu martillo, que sólo te acuerdas de él cuando tienes un clavo que clavar.
Giorgios.- Bueno, ahí te equivocas, que yo a mi martillo le tengo mucho cariño: era de mi abuela.
Parménides.- Me parece estupendo. Pues ya ves, cuando quieres verdaderamente a algo, no lo quieres para nada, sino para él mismo. ¿Estamos de acuerdo?
Giorgios.- No hay quien te calle, eso sí que es cierto. Pero pareces buena persona. Teófilo, mi cuñado, dice que eres un loco inofensivo.
Si uno es mínimamente filósofo, cuando escucha los razonamientos de Parménides no tiene más remedio que intentar darle una respuesta (incluso aunque le convenza). Filósofos posteriores, que de ninguna manera querían aceptar que todo, todo, todo lo que vemos sea pura apariencia, buscaron errores en el razonamiento de Parménides. Pero un pensamiento similar al de Parménides se encuentra en otras filosofías, sobre todo orientales (como en la corriente vedanta el hinduismo).
¿En qué te parece que falla (si es que falla) este buen hombre? ¿Te parece que alguien puede intentar, sensatamente, defender que Todo es Uno?
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