-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Fluido universal o números eternos? (Diálogo entre un milesio y un pitagórico)


Diálogo entre dos amigos de la ciudad de Mileto, uno de ellos recién llegado de Sicilia, donde ha conocido a la escuela de Pitágoras (los llamaremos M y P)


M.- ¡Querido amigo, bienvenido!, ¡dame un abrazo! En cuanto he sabido que has vuelto, he venido al puerto a buscarte. ¿Nos harás el favor de comer hoy con nosotros?

P.- ¡Encantado! Eso sí, tengo que advertirte que ya hace tiempo que no como carne.

M.- Ciertamente, te veo algo más magro, aunque de aspecto sano y sereno. Pero, dime, ¿¡tan mala era la carne en tierras itálicas!?

P.- ¡Ellos presumen de tener mejores reses que aquí en el Asia Menor!

M.- Eso he oído, sí…

P.- Pero en Sicilia he conocido a una sociedad de amigos filósofos que me ha enseñado, entre otras cosas, que todas las almas son hermanas y transmigran de cuerpo a cuerpo: ¡quizás el cordero que asas es un familiar tuyo, o podrías ser tú mismo, en otro momento o lugar!

M.- ¡Curiosa creencia, que, según tengo entendido, también sostienen los lejanos santones de la India! ¿Recuerdas que nuestro viejo maestro, Tales, decía que todo está lleno de principio vital? Pero él nos convenció de que lo que llamamos nacimiento y muerte es una manera humana de hablar, y que, en realidad, todo son transformaciones de la misma cosa, el fluido primigenio. De allí salimos y allí volvemos, pagando nuestro precio por la injusticia de haber querido ser seres separados, como poéticamente lo expresó nuestro otro sabio conciudadano, Anaximandro.

P.- Precisamente de eso me gustaría dialogar contigo. Lo que he escuchado en aquella escuela que te digo, fundada por un tal Pitágoras (al parecer, un hombre muy superior a todos, una especie de encarnación de Apolo, si haces caso a sus discípulos, que siguen una forma de vida muy escrupulosa), me ha hecho pensar más profundamente en todo eso.

M.- ¡Excelente! ¿Me lo cuentas ya, mientras caminamos a casa?

P.- Desde luego. Vamos a ver: nosotros siempre hemos pensado eso que decías: que el cosmos todo es transformación de una única sustancia.

M.- Así es, una verdad indudable.

P.- Seguramente. Y, como decíamos a menudo, nuestra tarea es, en cuanto al conocimiento, conocer con la mayor precisión esas transformaciones, y, en cuanto a los actos, dejar de temer a la muerte y vivir lo más de acuerdo posible con la naturaleza, con amistad, alegría y sensatez.

M.- Exacto.

P.- Sin embargo, a veces nos hemos preguntado por qué la sustancia primitiva se transforma, en esto o en lo otro, por qué no es siempre uniforme, o al menos caótica. Yo no conocí a Tales, pero lo que le escuché a los que sí hablaron con él, no me resultó claro como… el agua, digamos.

M.- Bueno, a mí no me parece oscuro reconocer que la sustancia primigenia tiene en sí misma un principio de vitalidad y creatividad, que, en su dinamismo, produce todas las cosas.

P.- A mí, en cambio, me parece que, aunque los consideres ya mezclados, son dos cosas: la masa o materia con la que se hace todo, y las formas mismas que adopta esa masa en cada momento. ¿No las puedo separar, al menos con el pensamiento: por ejemplo, la forma de planta y esta planta de ahí?

M.- Puedes. ¿Qué ocurre con eso?

P.- Algunos de entre nosotros decían que el propio Tales habría hablado de que una Inteligencia universal dividía el agua. Y esto mismo, por cierto, se dice en algunos mitos de tierras orientales, por ejemplo entre los fenicios, según creo.

M.- Lo había oído, sí. Pero ¿qué necesidad hay de sutilizar acerca de si se pueden separar las formas? ¿No basta con entender que están dentro de la sustancia primitiva y única?

P.- ¿No piensas que es muy importante, incluso para comprender qué somos nosotros, los mortales, saber si las formas y las mentes son o no separables del fluido?

M.- Puede ser.

P.- La razón que tenía yo para no estar satisfecho, y que con el tiempo he comprendido mejor, es que las formas no se transforman, ellas mismas, sino que son eternas. Y no puedo entender, entonces, que existan realmente solo en la masa primigenia, pues en ese caso cambiarían con los cambios de esta. Pero no: son ellas las que, sin cambiar, dan forma aquí o allí a las cosas que vemos. La forma Tres, por ejemplo, no se transforma, ni nace ni muere, sino que es siempre la misma, y da forma a todos los cuerpos que tienen algo ternario (por ejemplo, a la letra delta, D). Así que más bien habría que decir que existen por una lado las formas y, por otro, la sustancia amorfa, el Agua, o lo indefinido, como lo llamaba Anaximandro (aunque él creía que eso es el todo y lo divino mismo), y que de la mezcla de ambas, se produce lo que vemos. Como si hubiera arcilla por un lado (el Agua), y un alfarero por otro (la Inteligencia), que da forma a aquel barro para hacer las diferentes cosas.

M.- Bella explicación. Ahora bien, se me ocurre preguntarte: ¿cómo puede algo como las formas, que –según te entiendo- no son corpóreas, causar algo sobre la sustancia natural, para producir todo esto que vemos y tocamos?

P.- Exactamente, esa es la pregunta. Pues verás, aquí es donde realmente empieza la enseñanza de la escuela de los pitagóricos: según ellos, en verdad no existe otra cosa que formas. Más en concreto: Números; todo es número. No me extraña que pongas esa cara de sorpresa: es lo mismo que me ocurrió a mí las mil primeras veces que lo escuché (si es que estoy ya libre de que me ocurra…)

M.- Explícamelo mejor, por favor.

P.- Escucha: supongo que crees, con los físicos en general, que, en realidad, los colores, los olores, los sonidos… no son tal como los percibimos; es más, que no existen: en un análisis más cuidadoso, son movimientos de elementos más simples, y, en el fondo, del Agua misma, que ya no tiene olor ni sonido ni color alguno.

M.- Sí, eso creo.

P.- Pues bien, da un paso más y piensa que todo lo que llamamos cuerpos y naturalezas, incluida el Agua, son, en realidad, puras formas o números, percibidos inadecuadamente por nuestra alma…

M.- … que también es un número, supongo…

P.- Supones perfectamente. Estos pitagóricos dicen que en todo hay diferentes números, y que el Cosmos es una gran y perfecta Armonía. El Uno o Mónada creen que es algo así como el Padre de todas las cosas. El Dos, o Díada, lo identifican como la Materia…

M.- Claro, porque es divisible en partes iguales.

P.- Así es. Pero fíjate en que la Materia misma, el Dos, es solo un número, no lo que nuestra imaginación cree. Y consideran que los números primos son los que tienen más papel de forma, y que, en su combinación con los pares, permiten explicar todas las cosas. De modo que, por decirlo así, le han dado la vuelta a la tortilla que hicieron nuestros maestros jonios: si ellos, con Tales a la cabeza, pensaron que todo es transformación de una misma sustancia o materia, estos, itálicos (aunque oriundos de la isla Samos), dicen que no hay transformación de materia alguna, sino solo formas, que crean la ilusión de materia y cambio para nuestras mentes cuando se fían de su parte inferior, es decir, según ellos, la imaginación.

M.- ¡Increíble! Tendré que pensarlo detenidamente. Veo que tu estancia en Sicilia no ha sido en vano…

P.- Pues he aquí lo mejor que creo haber aprendido de ellos, y por lo que no me avergüenzo de llamarme pitagórico: es verdad que nacimiento y muerte son una ilusión de la ignorancia humana, pero no porque seamos caducas transformaciones del Agua, como yo creía antes, sino porque somos inmortales formas que se manifiestan en muchos lugares y tiempos sin dejar de ser la misma. Y nuestra tarea en esta vida es purificarnos mediante el conocimiento de los números y de nuestra propia esencia, que es también una armonía y música, semejante a la del cosmos. Todos somos formas dentro de la gran forma total y una. Por eso debemos respetar las otras formas de vida, porque mi alma es la que alguna vez estuvo en ese cordero que ponemos a asar.

M.- ¡Escucha esto: me has aguado la fiesta que te tenía preparada, y me dará hasta pudor morder la pierna achicharrada del cordero (o a su número, si prefieres) delante de ti...! Solo te lo perdono porque a cambio me has traído de Italia ideas sustanciosas para masticar y roer. ¿Al menos aceptarás un buen vino que llegó hace poco del Ática, o tampoco eso está permitido a un ser puro como tú?

P.-¡ Yo soy un modesto principiante! Compartiré contigo esa mezcla de agua y luz que te han traído unos amigos.


¿Qué te parece? ¿Es la realidad un cúmulo de transformaciones de una informe sustancia primigenia, o es un orden de formas eternas? ¿Es aceptable pensar que todo es, en el fondo, Número? 

Hay un físico actual, Max Tegmark, que defiende precisamente que todo el universo es un objeto matemático, que la propia naturaleza es un producto de las matemáticas. Puedes seguir indagando sobre Tegmark y su alucinante pitagorismo, que defiende que hay múltiples universos, aquí. y aquí

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Tales de Mileto: la fuente primigenia y los espíritus de las cosas

¿Cuál es el principio de todo, de todas las cosas? No me refiero al principio de los seres humanos, o de los seres vivos, o del sistema solar, o del universo; tampoco me refiero al principio en el sentido de cuándo, en qué momento empezó todo. Sino cuál es el principio, origen, causa, razón… de que existan todas las cosas, en vez de nada.

El principio de todas las cosas podría ser o bien nada (o, por decirlo como si fuera un personaje, la Nada), o bien Algo.
¿Puede la Nada ser el principio de Todo? Eso a muchos hombres, incluidos los filósofos en su mayoría, les resulta absurdo: ¿podría algo salir de nada? Es más, ¿puede siquiera “haber nada” o concebirse la Nada? Parece que siempre tenemos que concebir algo, existiendo ya por muy "atrás" que vayamos buscando el origen de las cosas.

Es “obvio” que nosotros, tú y yo, la mesa, el pájaro que canta en ese árbol…, los que no somos Todo, los seres limitados, los “mortales”…, nacemos y morimos, es decir, pasamos, cada uno, a ser algo desde no ser nada, y pasamos a dejar de ser algo, a ser nada.

Pero eso no puede afectarle al Todo. Lo que pasa es que nosotros, al nacer y morir, somos transformaciones de lo mismo, de una cosa única que es todas las cosas en el fondo.

Esa sustancia única que se transforma en todas sin ser ninguna de ellas (que “ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, como dice el primer principio de la Termodinámica), es una especie de fluido universal y vital, del que todos nosotros, tú y yo, la mesa, ese pájaro que canta en ese árbol, somos partes, partes que nacen y mueren, para volver a lo que ni nace ni muere.

 “Aquello a partir de lo cual existen todas las cosas, lo primero a partir de lo cual se generan y el término en que se corrompen, permaneciendo la sustancia mientras cambian los accidentes, dicen que es el elemento y principio de las cosas que existen. (…) No todos dicen lo mismo sobre el número y la especie de tal principio, sino que Tales, quien inició semejante filosofía, sostiene que es el agua”. (Aristóteles Met. I, 983b)
El psicólogo, antropólogo y crítico René Girard ha observado que los seres humanos tenemos una gran necesidad de interpretar el desorden de los mitos desde el punto de vista del orden:
(...) “Constantemente mejoramos la mitología en el sentido de que cada vez la despojamos más del desorden.” Uno de los modos en que la temprana filosofía griega mejoró la idea mítica del desorden fue inyectándole una actitud científica. Tales, Anaximandro y Anaxágoras entendían que una energía específica (agua o aire) había estado en flujo caótico y que a partir de esa sustancia se habían plasmado las diversas formas del universo. Eventualmente, pensaban estos protocientíficos el orden se disolvería y regresaría al flujo cósmico y luego aparecería un nuevo universo. [J. Briggs y F. D. Peat. El espejo turbulento]
  
¿Crees que esto es una buena idea?
¿Cómo puede argumentarse o demostrarse?
¿Qué le falta, si le falta algo, para explicar el origen de toda la realidad?
¿Para qué sirve?



                                                      
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¿Por qué cada cosa es como es y se mueve como se mueve? ¿Hay algo completamente inerte e inconsciente en el universo, o todo está animado por un principio propio, más o menos “despierto”, que es algo así como su “alma”? Tales defendió la idea de que en cada parte del universo, en cada ser, por pequeño e inconsciente que parezca, hay un espíritu (demon), que es su principio de movimiento y de vida. Incluso las piedras lo tienen -pensaba Tales- como puede comprobarse con los imanes.

“Algunos dicen que el alma está mezclada en el todo, de ahí también quizá que Tales haya pensado que todo está lleno de dioses” (Aristóteles, Del alma, I, 5 411a Gredos)
Tales no ha sido el único que ha tenido esa concepción "panzoista" (todo está vivo) e incluso "pampsiquista" (todo tiene mente o alma). Como ejemplo de filósofo pampsiquista reciente, os copio un fragmento de un libro de David Chalmers, uno de los principales filósofos vivos en el terreno de la Filosofía de la Mente:
"No parece haber muchas razones para dudar que los perros sean conscientes, o aun los ratones. Algunas personas lo pusieron en duda, pero creo que esto se debe frecuentemente a una confusión de la conciencia fenoménica con la autoconciencia. Los ratones podrían no tener un gran sentido de sí mismos y podrían no ser propensos a la introspección, pero parece totalmente plausible que hay algo que es como ser un ratón. (...) A medida que nos movemos hacia abajo en la escala desde los peces y las babosas, a través de redes neuronales simples, hasta los termostatos, ¿dónde debería extinguirse la conciencia? Es probable que la fenomenología de los peces y las babosas no sea primitiva sino relativamente compleja, y refleje las diferentes distinciones que estos seres pueden hacer. Antes de que la fenomenología desaparezca del todo podemos suponer que llegaremos a algún tipo de fenomenología máximamente simple, (...) algo como un termostato. (...) Alguien que encuentre que es “descabellado” suponer que un termostato pueda tener experiencias al menos nos debe una explicación de por qué lo es". [D. Chalmers, La Mente Consciente, 8, 4 Gedisa]

¿Qué crees: está todo animado, o esto es simple pensamiento “mágico”?


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Puedes leer también aquí

lunes, 8 de septiembre de 2014

Diálogo entre un egipcio y un griego


Se dice que el nacimiento de la Filosofía en Grecia es el momento en que la humanidad comienza a buscar explicaciones lo más puramente racionales y menos míticas posible acerca del origen, por qué y sentido de todas las cosas. Eso no significa que los humanos no se preguntaron antes por nuestro origen y sentido, y por el origen y sentido de todo. La Filosofía y la Ciencia existían antes. Pero, hasta que surgieron los filósofos griegos, las respuestas a todas esas preguntas eran más imaginativas (mágicas, zoomórficas, antropomórficas…) que racionales, y más sometidas a intereses religiosos y prácticos que sistemáticas. El filósofo griego se dio cuenta de que –como dice irónicamente Jenófanes de  Colofón- los tracios se figuraban a sus dioses, rubios y altos, como son ellos mismos, y los etíopes se los imaginaban negros: si los caballos imaginasen, se imaginarían a sus dioses como caballos. Hasta Grecia, la humanidad permaneció en el nivel psicológico de la infancia. Con Grecia, entra en su adolescencia.

¿Por qué ocurre esto en Grecia? Bien, podemos imaginar varias hipótesis: aparte de porque la humanidad, después de los grandes imperios anteriores, estaba ya “madura” para ello (los griegos tomaron todo el saber que pudieron de los egipcios y los persas), Grecia se vio favorecida por ciertas razones naturales: siendo un país lleno de islas y montañas, tuvo que organizarse en pequeños núcleos humanos muy independientes (más difíciles de controlar por un poder político y religioso muy jerárquico y centralizado) y a comerciar, mediante el mar, con otras civilizaciones: viajar y conocer otras culturas es una buena manera de abrir la mente, pues compruebas que hay más de una manera de vivir.


                          

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Os invito a leer un ficticio diálogo entre el primer filósofo, Tales de Mileto, y un escriba o sabio egipcio, con los que, cuenta la historia que Tales pasó un tiempo.


Tales.- Bien, querido maestro: ya he preparado mis cosas, dentro de un momento parto para Mileto.

Escriba.- Como quieras, no te insistiré más…

Tales.- Deseo repetirte mi enorme agradecimiento por haberme hecho partícipe de vuestra sabiduría. Los griegos, quiero creer, siempre seremos conscientes de la deuda que tenemos con vosotros, por vuestra sabiduría perenne, frente a nuestras siempre inestables dudas. Sois algo así como nuestro abuelo sabio.

Escriba.- Pero, escucha -¡voy a incumplir mi recién pronunciada palabra!-: ¿por qué, entonces, no te quedas aquí, compartiendo y acrecentando este saber? He conseguido la difícil autorización del Faraón… Serías un gran maestro, por tu penetración y tus moderadas necesidades. ¡A cuántos escribas egipcios, ignorantes y glotones, podrías servir de ejemplo!

Tales.- No tengo palabras para agradecer tu estima, que no merezco…

Escriba.- ¡Déjate de eso! ¿Qué te reclama en Grecia? Tú mismo nos has contado cómo allí los sabios tienen que buscar su supervivencia, entre la incomprensión y las burlas del pueblo, rebelde y desobediente, que cree que lo sabe todo. Incluso estáis perdiendo el sentido de lo divino y del poder, y cada vez más os gobiernan los comerciantes y los aduladores.

Tales.- Tienes razón. Con todo, maestro, prefiero volver a Mileto.

Escriba.- ¿Sabes? Creo que, por alguna extraña razón, no me explicas por qué…

Tales.- Aciertas. Y me doy cuenta de que, con eso, demuestro mi falta de agradecimiento y mi doblez griega… Así que, voy a decírtelo, aunque ello sea mi ruina.

Escriba.- Habla sin miedo.

Tales.- Maestro, creo que vuestra civilización, perfectamente organizada como un panal, con un rey que creéis nombrado por el Dios de la Luz universal, y repitiendo, año tras año, como las estaciones o el cielo, el mismo ritual, está, en verdad… muerta. Sois un pueblo inmóvil, como vuestros túmulos al faraón. En cambio, los griegos, como vosotros mismos reconocéis, somos jóvenes aún. Para alguien que está ansioso de conocimiento, es mucho más interesante un charco griego, tempestuoso de vida, que un enorme estanque calmo. Solo en el primero puede surgir nuevo pensamiento.

Escriba.- ¿Pensamiento y vida en el desorden? ¡Pensamiento y vida son orden, a imitación del Cielo!

Tales.- Quizá el pensamiento y la vida del Sol sean así, pero no las nuestras. Nuestro pensamiento, pienso yo –permíteme que ose decirte mi opinión- crece solo a partir de la pregunta, y nuestra vida, a partir de lo imprevisto. A vosotros no os quedan preguntas y os están prohibidas las verdaderas respuestas, porque vuestros mitos son incuestionables. Y, aunque encierran, seguramente, una gran sabiduría inconsciente, me resultan como… los cuentos de los niños. Los griegos, en cambio, parecemos destinados a pedir razones y a no aceptar autoridad. Y eso es precisamente lo más importante…

Escriba.- Explícate.

Tales.- Yo quiero investigar, por mí mismo, las razones de todas las cosas, las razones por sí mismas: no para mayor honra de los dioses o del rey, ni por temor a ellos, sino para honra de la propia razón y por temor solo a la ignorancia. No me malentiendas, no digo que no necesitemos a los demás. Pero nosotros dialogamos más en la plaza, como se hacen los contratos entre comerciantes, entre iguales (tienes razón, somos comerciantes…), no en la escuela, donde el maestro está elevado en su estrado. Los griegos no podríamos tolerar a un faraón, porque somos todos iguales.

Escriba.- ¿Con toda tu inteligencia no eres capaz de comprender que la igualdad de los hombres es una falsedad, promovida por los que quieren ganarse el apoyo, bestial e ignorante, de la masa, para sus intereses egoístas? ¿Crees que el valor se mide en el Mercado?

Tales.- Los hombres somos desiguales, sí, por naturaleza y por las circunstancias de la fortuna y la injusticia de la sociedad. Y, no, no se mide el valor en el Mercado. Pero esa desigualdad de los hombres debe ser combatida y puesta a prueba en el diálogo en igualdad, y el poder debe circular entre todos, como el dinero. Eso pienso, como ingenuo griego.

Escriba.- ¿Así que crees que los griegos sois superiores a nosotros, los egipcios, y a las otras civilizaciones perennes?

Tales.- Los griegos, en el fondo –te va a parecer absurdo-, solo creemos que somos superiores por una cosa: porque no creemos que haya ninguna civilización superior, y que el Logos es único en todos los hombres, y a él deben responder los dioses.

Escriba.- Tales, creo que, como dices, los griegos debéis de tener un destino nuevo, que nosotros no sabemos entender bien ni podríamos, quizá, soportar. Marcha, y ten toda la suerte y el amparo de los dioses.

Tales.- Gracias, maestro. Tendré siempre presente vuestra enseñanza.

¿Qué te sugiere este diálogo? ¿Significó para la humanidad un cambio, un progreso o un empobrecimiento, el nacimiento de la filosofía griega?

miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿Qué es esto de la Filosofía? (bienvenid@ a donde ya estabas)


Bienvenidos, chicas y chicos que empezáis ahora Historia de la Filosofía. Tú, por ejemplo:

Ya has tenido contacto con la filosofía el año pasado (en 1º de Bachillerato) y el anterior (en Ética de 4º de ESO), sí. Así que, ¿por qué no empezamos directamente? …Pero -creo que estarás conmigo- si ahora te pregunto (o me pregunto, o me preguntas) qué es “exactamente” esto de la Filosofía (o, incluso, qué es inexactamente), te quedarás y me quedaré como pasmado, por lo menos de buenas a primeras.

-¿¡Cómo puede ser eso! –dirás-: que tú, que tienes que llevar el curso y a quien se te paga como profe de Filosofía, digas que no sabes bien lo que es? ¡Menudo fraude!

-Pues te diré algo: creo que un profe de Filosofía que diga o crea que sabe bien lo que es la Filosofía, lo que no sabe bien es lo que dice o cree. ¿Quieres una prueba? Pues mira esta: no hay dos filósofos en la historia que estén de acuerdo en qué es la Filosofía (no te voy a poner ejemplos de momento).

-¡Bueno –estoy oyendo que piensas y no sabes si decirme-, entonces el fraude no serás tú, pero sí la Filosofía misma! ¡Ya lo sospechaba yo: ¿qué pinta en mi educación? ¡Vaya timo!

-Pues lo siento, pero disiento. Si la Filosofía es un fraude, entonces tú eres también un fraude, y la educación es también un fraude; por no decir que la vida entera es un fraude. Sí, sí, abre los ojos todo lo que quieras… pero dime, si no, que tú sí sabes responder a esta pregunta:
  • ¿qué o quién eres tú? 
  • O a esta otra: ¿qué es educarse y para qué sirve? 
  • O a esta: ¿qué es y para qué sirve (qué sentido tiene) la existencia, tuya y mía? 

¡Ale, contesta a algo de esto! O, si no, dime qué crees que es filosofía y para qué sirve. Mejor aún, ¿lo debatimos entre todos, aquí, o en clase, o en el parque…?



viernes, 4 de julio de 2014

Cavernisofía premiada


Juan Antonio.- ¡Hombre!, ¿de dónde vienes tan risueño? Y ¿qué es eso que llevas bajo el brazo?

Juan Antonio.- ¡Me alegro de que me hagas esa pregunta! ¡Vengo de recoger un premio!

J A.- ¿Un premio? ¿Qué premio? ¿Es que alguien se ha dado cuenta, al fin, de lo veloz que eres comiendo patatas?

JA.- No, es que un grupo de jóvenes amigos de la filosofía (y, por tanto, amigos míos… y tuyos incluso), una asociación de Málaga, que se llama FICUM, y que está presidida por un simpático muchacho, Alejandro Rojas, han considerado a este antro como un buen blog de divulgación de la cavernisofía, le han otorgado su premio anual, y a nosotros nos ha nombrado miembro honorífico. Aquí puedes verlo.

JA.- ¡Enhorabuena! Y… ¿no vas a decir eso de que los verdaderos protagonistas son tus alumnos y alumnas, que tú solo te has limitado a contagiarte de sus ganas de preguntar y a dar un poco de juego a ese aliento, o alguna ñoñería parecida…?

JA.- ¡Claro, ahora mismo iba a decirlo! De hecho, quiero compartir con ellos (que sé que me están escuchando) este gran honor, ellos que año tras año vienen dejando aquí su huella luminosa para que no se apague la llama en la caverna.

JA.- ¡Muy bonito! ¿Y cómo han justificado premiar a esta caverna, habiendo tan excelentes ágoras por ahí?

JA.- Les parece una manera divertida de enseñar a filosofar y les han gustado los dialoguillos que invento, esos en que hablan entre sí los grandes filósofos… ¡así que también tengo que decir que el mérito es de ellos, de Platón y Nietzsche…!

JA.- Harás bien, porque sabes que tú no habrías escrito nada sin robárselo. ¿Pero sabes también que, si ellos pudieran personarse, quizás no fueran tan condescendientes con tus… monólogos en estéreo?

JA.- Sí, es verdad; y eso me reconcome a veces: ¿quién soy yo para usar sus enormes yoes?

(Una figura, como una sombra luminosa, sale del fondo)

Sombra luminosa 1, P de Atenas.- ¿¡Qué podría decirte yo, que me atreví a escribir por Sócrates, Gorgias, Protágoras y Parménides…!?

JA.- ¿Qué podrías decirme, estimado maestro?

JA.- Creo que era una pregunta retórica…

Sombra luminosa 1, P de Atenas.- Bien, puedo decirte que todos somos, en realidad, ficciones, y solo tenemos de realidad lo que pensamos. Tú mismo, que estás aquí, en esta segunda planta de esta caverna, hablando conmigo… tú eres una mera ficción, una imagen, como lo es este ahora (momento que cada uno verá en un momento diferente) y este lugar (que realmente está en todos y en ningún lugar de una gran red de mundos). Alguien te está escribiendo, y se encarna o manifiesta a través de ti, mediante estos bits, alguien que nunca se presenta aquí en cuanto tal, ni podría hacerlo, porque no cabe en una imagen: es la Idea. Sin embargo, a la vez, eres tan real como lo que piensas, exactamente lo mismo que yo.

JA.- ¿Entonces, no me reprochas mucho haberte usado y abusado? ¿Te has sentido identificado con lo que he escrito de ti?

Sombra luminosa 1, P de Atenas.- Bien, eso lo dejaremos para otra ocasión…

JA.- Creo que no quiere echarte un jarro de agua fría precisamente ahora…

JA.- Es probable. ¡Gracias, amable consciencia! Pero déjame ser banal y disfruta conmigo de este honor que nos han hecho.

(Aparece otra sombra)

Sombra luminosa 2, don K de Köninsberg.- Quiero pensar que, con lo que has escrito de mí, no eres capaz de dejarte engatusar, y que sabes que las cosas deben hacerse por sí mismas. Aunque conozco demasiado la naturaleza humana como para no saber que todos podemos tener un móvil psicológico menos digno de respeto…

JA.- ¡Desde luego, admirado maestro!

JA.- ¡Sí, desde luego!, pero te refieres a la segunda parte de lo que ha dicho, ¿verdad?

(Otra sombra)

Sombra luminosa 3, D de Edimburgo.- (dirigiéndose a la Sombra 2) Con todos mis respetos por toda tu germanidad, querido Emmanuel, desde mi escocesidad y mi natural descreimiento, creo que no la conoces suficientemente (a la naturaleza humana, me refiero) con eso del “móvil desinteresado”. Este muchacho no ha podido ni debido evitar moverse, como todos los demás (incluido tú), por no otras “razones” (y fíjate en las comillas que pronuncio aquí) que el deseo de sentirse lo más a gusto posible: está claro que se lo pasa teta escribiéndonos y compartiéndolo con los demás. ¿Qué hay de malo en ello? (dirigiéndose a JA) Por cierto, a mí sí me ha satisfecho lo que has escrito de mí, y lo aprecio más sabiendo que te consideras platónico (no te preocupes, Nadie es Perfecto). Eso sí, me habría gustado que me dedicases algún diálogo, como a Zenón, Heráclito, o estos de aquí.

JA.- (entre azorado y entusiasmado) ¡Eso está hecho, David! La verdad es que tengo que renovar un poco el material, y a ti no te he hecho justicia… menos todavía que a los otros, quiero decir.

(Aparece una nueva sombra)

Sombra luminosa 4, N Dionisos.- ¿Justicia?, ¿reconocimientos?, ¿honor?, ¡qué es lo que oigo hace un rato en esta caverna! ¿Se ha vuelto todo el mundo cuerdo? ¡Así no hay quien baile!

JA.- ¡Discúlpanos, maestro Dionisos!

JA.- Es que aquí el muchacho viene con un premio, y quiere que estemos todos contentos…

Sombra luminosa 4, N Dionisos.- ¡Con qué poco se contentan los pobres! ¡Piensa, pequeño loco, que el verdadero premio está en el paraíso, o sea, cuando estés muerto! ¿Por qué no, mientras tanto, te dedicas a disfrutar de ese premio constante que es el Ahora?

JA.- ¡Tienes razón, maestro de la sinrazón, y ya lo intento! Pero, a veces, todavía me sorprendo pensando en el pasado y el futuro… lo siento.

Sombra luminosa 4, N Dionisos.- Por ser hoy un día luminoso te voy a perdonar que pidas perdón, ¡pero que no vuelva a ocurrir!

(Entra una nueva sombra)

Sombra luminosa 5, Karl el Sin-lugar.- Os he escuchado, y tengo que decirte, compañero, que espero que seas consciente de que el premio no es tuyo, sino de todos: porque tú no habrías hecho nada sin todo el soporte del resto de la sociedad, y porque, los que no han conseguido el premio, no es porque se lo hayan merecido menos, sino porque no han podido dadas sus circunstancias tanto naturales como, sobre todo, sociales. Así que pon el premio en manos de la comunidad.

JA.- ¡Desde luego, maestro! Esa era mi intención… quiero decir, la intención de todos (¡perdón!). Y te pido perdón también a ti por no haberte explotado en un diálogo.

(Varias sombras después)

JA.- Bueno, chicos, ahora que estáis todos, os quería pedir que diésemos juntos las gracias a FICUM por animarnos a seguir divirtiéndonos y pensando (lo que es decir dos veces lo mismo) aquí, en cavernisofía. ¿Invitamos a todo el mundo a que se sienta en su casa y nos diga su voz o su silencio cavernísofos?

(Se monta entre los asistentes un vivo debate acerca de si pensar es lo mismo que divertirse, y otras mil cosas más, todas ellas la misma en el fondo).

sábado, 14 de junio de 2014

Wittgenstein y el valor del silencio

La última frase del libro de Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, dice:
De lo que no se puede hablar, mejor es callarse
¡Qué cosa más sensata! ¿no?
Pero, ¿por qué le iba a interesar a nadie hablar de lo que no se puede? ¿Cuáles son, según Wittgenstein, esas cosas de las que no se puede hablar?
Pues, precisamente todas las que tienen valor, o sea, lo valioso mismo. No se puede hablar, según Wittgenstein, de si la vida es maravillosa o carece de sentido, de si el amor es lo más importante, de si parece un milagro que existan las cosas…

De lo único que se puede hablar con sentido, es de aquello de lo que habla la Ciencia. Pero la Ciencia no habla de nada que tenga en sí mismo valor, porque la Ciencia sólo habla de hechos, y los hechos no son buenos ni malos.
Wittgenstein pensaba que había que dejar esto totalmente claro. Una cosa son los hechos, y otra absolutamente distinta, los valores que damos a esos hechos, las cuestiones de qué sentido tiene todo el mundo:
Según le dijo a su editor, su libro consta de dos partes, la que está escrita y la que no está escrita, porque no puede decirse.
El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo. En el mundo todo es como es y sucede como sucede: en él no hay ningún valor, y aunque lo hubiese no tendría ningún valor.


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El Mundo es el conjunto de los hechos o sucesos. Las proposiciones del Lenguaje reflejan o figuran esos hechos, especialmente en la Ciencia, que es el uso correcto del Lenguaje. Todo lo que podemos decir, son hechos científicos.

El Lenguaje con el que figuramos los hechos del mundo tiene una Forma universal, que es la Lógica. No podemos entender una realidad que no se ajuste a la lógica: Los límites de la Lógica son los límites de mi mundo, o sea, la forma general de todos los hechos que puedan ocurrir. Por eso mismo, la Lógica no es un hecho, sino, como decía Kant de las categorías, la posibilidad de los hechos. Pero, entonces, la Lógica o Forma de la realidad, no puede decirse, sólo puede “mostrarse”, por medio del lenguaje. Tal como la vista no puede verse, sino manifestarse al ver.

Cuando valoro el Mundo, como un todo, cuando pregunto por el sentido de la realidad entera, voy más allá del mundo y de su forma lógica, de lo que puedo decir y de lo que puedo mostrar al decirlo. Me coloco en un lugar completamente “trascendente”, del que no puedo decir ni una palabra.

Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a si mismo; esto es lo místico.
Lo místico es todo lo que trata del valor de la realidad: le ética (qué es bueno y malo), la religión (qué es sagrado), la estética (qué es bello)…
No es lo místico como sea el mundo, sino que sea el mundo.

Creo que la mejor forma de describirla [la experiencia ética] es decir que cuando la tengo me asombro ante la existencia del mundo. Me siento entonces inclinado a usar frases tales como «Qué extraordinario que las cosas existan» o «Qué extraordinario que el mundo exista». Mencionaré a continuación otra experiencia que conozco y que a alguno de ustedes le resultará familiar: se trata de lo que podríamos llamar la vivencia de sentirse absolutamente seguro. Me refiero a aquel estado anímico en el que nos sentimos inclinados a decir: «Estoy seguro, pase lo que pase, nada puede dañarme».
Pues bien, ningún hecho tiene valor en sí mismo. El valor es algo “externo” o trascendente a los hechos. Por eso:

Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado. Desde luego que no queda ya ninguna pregunta, y precisamente ésta es la respuesta.

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Es verdad que continuamente hablamos de bueno y malo: esto es una buena silla… Pero esas frases tienen sentido porque en ellas ‘bueno’ tiene un valor relativo, no absoluto:
Supongamos que yo supiera jugar al tenis y uno de ustedes, al verme, dijera: «Juega usted bastante mal», y yo contestara: «Lo sé, estoy jugando mal, pero no quiero hacerlo mejor», todo lo que podría decir mi interlocutor sería: «Ah, entonces, de acuerdo». Pero supongamos que yo le contara a uno de ustedes una mentira escandalosa y él viniera y me dijera: «Se está usted comportando como un animal», y yo contestara: «Sé que mi conducta es mala, pero no quiero comportarme mejor», ¿podría decir: «Ah, entonces, de acuerdo»? Ciertamente no; afirmaría: «Bien, usted debería desear comportarse mejor». Aquí tienen un juicio de valor absoluto, mientras que el primer caso era un juicio relativo. En esencia, la diferencia parece obviamente ésta: cada juicio de valor relativo es un mero enunciado de hechos y, por tanto, puede expresarse de tal forma que pierda toda apariencia de juicio de valor.

Pero ¿qué podemos decir de algo que tuviese un valor absoluto? Nada de nada:
Permítanme explicarlo: supongan que uno de ustedes fuera una persona omnisciente y, por consiguiente, conociera los movimientos de todos los cuerpos animados o inanimados del mundo y conociera también los estados mentales de todos los seres que han vivido. Supongan además que este hombre escribiera su saber en un gran libro; tal libro contendría la descripción total del mundo. Lo que quiero decir es que este libro no incluiría nada que pudiéramos llamar juicio ético ni nada que pudiera implicar lógicamente tal juicio.
La ética es “sobrenatural” y, por eso, innombrable:
Si un hombre pudiera escribir un libro de ética que realmente fuera un libro de ética, este libro destruiría, como una explosión, todos los demás libros del mundo. Nuestras palabras, usadas tal como lo hacemos en la ciencia, son recipientes capaces solamente de contener y transmitir significado y sentido, significado y sentido naturales. La ética, de ser algo, es sobrenatural y nuestras palabras sólo expresan hechos, del mismo modo que una taza de té sólo podrá contener el volumen de agua propio de una taza de té por más que se vierta un litro en ella.

Pero, que la ciencia no pueda decir nada de eso, no le quita ningún valor. Al contrario.Igual que, según Kant, aunque la Metafísica no puede ser ciencia, es un empeño humano inevitable y que procede de su grandeza, Wittgenstein escribe:
Mi único propósito -y creo que el de todos aquellos que han tratado alguna vez de escribir o hablar de ética o religión- es arremeter contra los límites del lenguaje. Este arremeter contra las paredes de nuestra jaula es perfecta y absolutamente desesperanzado. La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia.
Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento. Pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo ridiculizaría. 
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Un positivista es un filósofo que cree que sólo lo que es científico tiene sentido, y de lo demás no debe hablarse, porque no puede decirse una palabra sensata. ¿Era Wittgenstein un positivista?
Los positivistas de esos años (la “escuela de Viena”) consideraron a Wittgenstein una especie de maestro, porque afirmaba rotundamente que sólo se puede hablar de lo científico. Ni de la religión, ni de la ética, ni de la estética, se podía decir una palabra verdadera o falsa.
Pero Wittgenstein era algo totalmente diferente. Los positivistas pensaban que podemos y debemos vivir sin acordarnos para nada de todo aquello que vaya más allá de la ciencia. Wittgenstein, al contrario, pensaba que sólo importa aquello que va más allá de la ciencia: sólo importa lo que no puede decirse. El espíritu positivista le parecía despreciable, insensible para todo lo que tiene misterio y valor.
Wittgenstein era un místico. Su teoría nos recuerda, por ejemplo, lo que dicen algunas religiones, como la judía (él era judío, aunque no “practicante” de los ritos), de que no se puede nombrar lo divino. Los judíos no pueden nombrar a Yahvé.



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Pero, si sólo se puede hablar de hechos, y no se puede hablar ni de la forma del mundo ni de lo que está más allá de todos los hechos, o sea, del valor de las cosas, ¿cómo es que Wittgenstein habla de todo eso? ¿Por qué no se limita a hablar de lo que tiene sentido, o sea, a la Ciencia? ¿Por qué se dedica a la Filosofía y a la ética?
Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; que quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas. (Debe., pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido.)
Un filósofo le objetó a Wittgenstein que, si se dice que algo no tiene sentido, no se dice después que es “un sinsentido interesante”. De lo que no se puede hablar, hay que callar. Lo que no se puede decir, tampoco se puede silbar.

¿Qué crees? ¿No puede decirse nada de lo que tiene Valor Absoluto?
¿Crees que un positivista es una persona que no tiene nada dentro de la cabeza, o un místico es alguien que tiene la cabeza llena de pájaros y fantasmas? ¿Se puede y se debe vivir sin lo Místico? ¿Crees que nuestra época es positivista, o deja lugar a lo místico? ¿Cómo es una sociedad donde no hay sitio para lo místico y lo valioso?
(las citas de Wittgenstein proceden del Tractatus y de la Conferencia de ética)

lunes, 5 de mayo de 2014

Platón y Nietzsche, diálogo en la cumbre

Una tarde que andaba solo por el monte vi y oí dialogar a dos imágenes, que me parecieron las de Platón y Nietzsche. Se pararon cerca de mí, sin notar mi presencia, y miraron hacia la ciudad, al pie de la montaña, donde las gentes comerciaban, y reían y lloraban.

Nietzsche.- Míralos. Con sus afanes de siempre. Viven como amodorrados.

Platón.- Desde luego.

N.- ¡Pocos tienen la triste necesidad que tú y yo, la de pensar!

P.- ¿Necesidad, dices? ¿No será Libertad?

N.- Más valdría vivir, y no pensar.

P.- Y ¿qué es vivir sino pensar? ¡Nada!

N.- Y todo.

P.- ¿Les envidias?

N.- No, ellos ni piensan ni viven. Tú, aunque no existes, por lo menos piensas, y yo… Tú y yo somos un principio y un final. A mí me hubiera gustado ser ya otro principio, el de sólo vivir, pero he tenido la misión de ser sólo su anuncio…

P.- ¿De verdad crees eso? Siempre que te he oído decir algo así, pensaba que lo decías para consumo del vulgo.

N.- Quizás sea así. Si te digo la verdad, nunca he distinguido bien qué digo con convicción y qué digo en broma.

P.- Mejor así. Quien no vive en la ironía, vive… o malvive en la ignorancia. Pero, contéstame, ¿quién crees que viene después de quién, tú de mí o yo de ti?

N.- ¿¡lo preguntas en serio!? Sabes que lo que tú hiciste, eso que llaman Metafísica, ya no puede volver. Yo sólo he puesto el punto final que estaba pidiendo a gritos.

P.- ¡A veces me sorprende tu ingenuidad! Creo que eres esclavo del mismo error que has combatido a veces, o sea, la creencia en una historia que va hacia algún lado, en un futuro… dentro de un tiempo lineal… ¿No dices tú que todo se repite?

N.- ¿Me vas a decir que tú crees en el círculo, en el eterno retorno?

P.- No, eso es cosa de dioses.., si te refieres al eterno presente mismo; o de piedras, si te refieres al eterno otro… A los que, como tú o yo, estamos a medio camino entre los dioses y las piedras, entre lo mismo y lo Otro, nos cuadra mejor una espiral. Todo se repite, pero no exactamente igual. Tú y yo somos puntos del mismo ciclo, pero los más alejados, y por eso los más cercanos, si trazas un corte en la espiral. ¿Sabes que en mi época hubo alguien muy parecido a ti?

N.- ¿A quién te refieres?

P.- A Calicles. Muchas de las cosas que dices las repetía él: que si el valor de las cosas lo decide la voluntad del más fuerte, que si la filosofía es cosa de enfermos, que momifica cuanto toca… ¡Sí! Amaba la vida…

N.- ¿Y crees que tú le refutaste?

P.- No, yo no, lo hizo Sócrates antes que yo.

N.- ¡Sócrates! ¿Fue un santo, o un santurrón, un héroe o un cobarde?

P.- Sócrates fue el hombre más exigente, y el más valiente. Tú y yo no le llegamos a las rodillas. ¿No decías que hay que vivir? Compara tu vida o la mía con la suya: tú y yo somos sólo pensadores: él era un vividor.

N.- También fue quien más se engañó a sí mismo.

P.- ¿Crees que inventó lo que quería creer?

N.- Eso es: era su forma de hacerse más fuerte que Calicles, por ejemplo. Pero para eso tenía que envenenar la vida.

P.- Esa objeción ya la contestó el propio Sócrates: si el fuerte se deja dominar, eso es lo que le corresponde. ¿No dices tú eso del pueblo, de la masa obrera?

N.- Pero es muy triste que los que son simple rebaño se hayan hecho con el poder.

P.- Amigo, eres una de las mentes más sensibles a la tragedia humana, al dolor, a la angustia, no me cabe duda… No hay más que oírte hablar. Y, ¿no es ese el problema para los filósofos?

N.- Sí. Lo que nos diferencia es las respuestas que damos.

P.- Muy bien. Sócrates se dio perfecta cuenta de que la dignidad y exigencia que hay en nosotros es incompatible con la muerte. Sólo quien se menosprecia puede creerse mortal. Si el hombre es esto que vemos, que se puede destruir tan fácilmente, no tiene ningún valor. Pero cada uno sabe que él tiene un valor infinito.

N.- Eso lo cree la rana de sí misma.

P.- Y con razón. Tú, en cambio, te dices a ti mismo y nos dices que la dignidad y la valentía consisten en reconocer y querer que todo pasa, que nada es. Sólo en esa aceptación de lo totalmente cambiante estaría la libertad. Pero no sé si así te liberas hasta de ti mismo y te quedas en pura nada.

N.- ¿Y qué? Mejor ser nada que creer ser algo.

P.- ¿Has leído mi Parménides?

N.- De joven. Te confieso que toda mi vida lo he evitado, diciéndome a mí mismo que sólo era un galimatías de una cabeza griega tan grande como la tuya.

P.- Tú has dicho a veces que tu filosofía es la contraria a la del viejo Parménides. Él dijo que todo es Uno, eterno, inmóvil; tú, que todo es Múltiple, cambiante, pasajero…

N.- Sí. He dicho que vivimos en una época protagórica: uno es la medida de todo. Tal vez tenías razón en que yo vine también antes de Sócrates…

P.- ¡Así que eres un hijo de la burguesía ilustrada, un enfermo!

N.- Esa broma es demasiado, ¿no crees?

P.- Perdóname, es una ironía. Decía: Parménides y tú sois contrarios ¿no? Entonces ¿qué vamos a hacer con vosotros? ¿Prescindimos de uno de los dos, del Uno o del Otro?

N.- O de los dos. Pero si prescindís de mí, os quedáis sin enemigo, ¡y entonces sí que estaríais ya del todo secos y tiesos!

P.- Tal vez. Y ¿qué pasa si prescindimos del viejo Parménides? Tú has escrito: si eliminamos el mundo verdadero, no nos quedamos con el aparente…

N.- Exacto.

P.- Y has dicho, quizás, más verdad de la que crees. Sin lo Uno, sin lo Inmóvil, todo tu pensamiento se queda en la sombra total. ¡Ya sí que podríamos dedicarnos sólo a lo que tú llamas "vivir"! Es más, no tendríamos más remedio: nada de pensar. Sólo a hacer nuestra santa voluntad, aquí y ahora mismo.

N.- Como dioses.

P.- O como piedras, más bien, porque eso es vivir sin consciencia, ser una piedra, un muerto. Los que vivimos en la mezcla (como tú o yo), no podemos prescindir de lo Uno y lo Otro, de lo Mismo y lo Diferente, de lo Eterno y lo Cambiante. Sin uno de esos polos, se acaba el tiempo, la vida y todo. Parménides y tú sois dos polos, que se implican mutuamente. Sin lo múltiple y cambiante, lo Uno y eterno no se manifiesta; sin lo Uno, lo múltiple es inconcebible.

N.- Total, que somos pura contradicción. Y eso es lo que digo yo, al fin y al cabo.

P.- No estaría mal que tú y yo estemos diciendo lo mismo. Pero falta un detalle. ¿Sabes por qué puse mi sabiduría en la boca de Parménides, y no en la de Protágoras o Calicles?

N.- Porque tu corazoncito está con lo inmóvil y momio.

P.- Tiene que ver con lo que entiendo por Amor, y Vida. Lo europeos de ahora no sabéis amar. Sois un poco sucios y románticos. Si se os toca se queda uno pegajoso.

N.- Parece que vas a decir algo que suene bien.

P.- El amor es asimetría, tendencia desigual, tensión inclinada hacia arriba. No es ese revoltijo de lo uno y lo otro revolcándose en unas sábanas. El amor es hijo de lo Uno y lo Múltiple, de lo Mismo y lo Diferente, pero su tendencia es siempre hacia lo Uno y lo Mismo, porque en eso es en lo que hay vida y Acción pura. En lo Otro y diferente lo que hay es caos y muerte, nada.

N.- Has estado a punto de embrujarme otra vez. La metafísica siempre será seductora. Pero me niego a entregarme. No conseguiréis que me meta en la secta. Prefiero mi soledad en la nada que vuestro paraíso lleno de sonrisas de sacerdotes.

P.- Dicho así, casi me embrujas tú a mí. Pero no, no me convence que me juntes con los sacerdotes. Estoy de acuerdo contigo en que no hay ser más sucio sobre la tierra, y que sus culpas, pecados y penas son pura sed de venganza y debilidad. Así que sigo con lo mío, mi misticismo racional.

N.- Allá tú. Mejor para mí: sin enemigos se me plantearía un gran problema. Quizás tendría que… ponerme a vivir.

P.- No te preocupes, que eso no va a pasar. Olvídate, te lo aconsejo, de esa patraña de que eres el final de nada. Cambiarán algo las palabras, pero mientras haya hombres o algo que se le parezca, habrá la dialéctica de lo Uno y lo Otro, siempre en contradicción y siempre unidos; pero habrá también la solución del Amor, que ve en lo Otro una carencia de unidad, y busca lo uno sin descanso, allí donde ve algo bello.

N.- ¿Bajamos?

P.- Vamos.

N.- ¿Qué les diremos a las gentes?

P.- Tú diles, una vez más, que Dios es, en realidad, el Hombre. Yo seguiré diciéndoles que el Hombre es, en realidad, Dios.

N.- ¡Sí! ¡Así podrán seguir diciendo que somos unos puros chalados!

P.- Pero a la vez no podrán prescindir de nosotros. Somos su conciencia.

N.- ¡Qué vanidoso eres! Eso también lo comparto contigo.

(Y siguieron su paseo, bajando la ladera, mientras se hacía de noche).