-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

lunes, 22 de septiembre de 2014

La utilidad de lo verosímil: los sofistas

Discurso (ficticio, pero real) de inauguración del máster de Educación para Ciudadanos. Impartido por el reputado intelectual, Protágoras de Abdera.


Queridos ciudadanos de Atenas,
cuantos os habéis inscrito en este curso, haciendo un esfuerzo económico que podíais haber destinado a cosas más usuales y aparentemente prácticas, queréis, es de suponer, aprender algo de este presunto sabio que soy yo, y confiáis en que tenga algo muy importante que aportaros. Muy bien. Y ¿qué es lo andáis buscando? ¿Qué puede aportaros un humilde intelectual venido de lejanas tierras, un extranjero sin oficio, sin más oficio que la palabra?

Algunos, quizá, vengan con la sincera creencia de que van a encontrar aquí la Verdad, con mayúsculas, o al menos una parte de ella. Otros vendrán pensando que van a encontrar aquí algo útil, una profesión con la que sustentarse y sustentar a su familia el resto de sus días. Ambos aciertan, en parte, pero ambos se equivocan también.

Tal vez algunos crean que les voy a mostrar todo lo divino y humano, como se suele decir. Pues bien, ya os digo de antemano que de los dioses no diré ni una palabra, porque no tengo la capacidad suficiente para decir nada de ellos. Ni, a decir verdad, creo que la tenga nadie, por más que algunos presuman de saber mucho del asunto. En todo caso, otros os enseñarán esas cosas a quienes os interesen. Yo me limitaré a lo humano, que ya es mucho. Os hablaré de la verdad, tal como yo la entiendo. Y os enseñaré lo más útil para vuestras vidas. Pero, sobre todo, querría que, después de este curso, fueseis mejores ciudadanos de vuestra ciudad y del mundo, y personas más hábiles para conseguir su felicidad. Ahora bien, quienes vengan buscando a un filósofo que conoce la verdad absoluta de todas las cosas, pueden volver a la secretaría y pedir que le devuelvan el dinero. A esos no he logrado explicarles, mediante la publicidad que habéis encontrado por toda la ciudad, qué saber imparto yo.

Voy a empezar hablando de la Verdad, esa grandilocuente palabra. Puede que alguno de vosotros haya leído los libros de los sabios, de Tales el milesio, de Anaxágoras el de Clazómenas, pero que vive en esta ciudad desde hace tiempo, o del itálico Parménides, o de la secta de los pitagóricos, o del oscuro Heráclito, el efesio. Todos y cada uno de ellos tienen una verdad que ofrecernos, y su verdad es, si les creemos, la Verdad absoluta y última, el cómo son las cosas en sí mismas. Desgraciadamente, es difícil encontrar a dos de ellos que tengan la misma verdad absoluta. Sin embargo, todos son muy hábiles para demostrarnos que la suya es la verdad verdadera, y en ordenarnos que les sigamos.

Pues bien, yo, que también les he leído y estudiado, y me he devanado los sesos con sus libros difíciles, he llegado también a Mi verdad (quiero resaltar lo de ‘mi’). Os la voy a decir desde ahora mismo. Mi verdad, la verdad que he descubierto, escuchad, es… que no existe la verdad. No hay la Verdad absoluta, y es inútil buscarla. Hay tu verdad, tu verdad, la verdad de Anaximandro, la de Homero, la de las ranas. Pero no hay La Verdad, sola y única. Y si la hubiera, nosotros no podríamos conocerla. Es más, aunque alguno lograse conocerla, no podría contárnosla a los demás.

¿Por qué pienso así? Os lo contaré de manera muy sencilla. ¿Qué es eso de La Verdad? Los filósofos dicen que la Verdad es la Verdad en sí misma, independiente de cómo la crea yo o tú. Tú y yo no vemos más que apariencias, pero la Verdad en sí misma está más allá o detrás de las apariencias. Y yo me preguntaba: ¿cómo puedo escapar yo de las apariencias, y encontrar esa realidad real? Y por fin comprendí que eso es imposible. Yo jamás saldré de mí mismo. Uno no puede dejar de percibir lo que ve como lo ve, aquí y ahora. Lo que yo veo y creo, no puede ser falso para mí. Puede serlo para ti, pero eso es otro asunto. Si tú me convences de algo, es decir, si consigues que yo piense como tú, entonces habrás cambiado mi creencia acercándola a la tuya. Eso es todo: no estaremos ahora más cerca de la verdad. La verdad, sin relación contigo o conmigo, carece de sentido. ¿Comprendéis? El hombre es la medida de todo, de lo que existe y de lo que no.

Algunos, cuando me oyen decir esto (acaso a vosotros se os está ocurriendo lo mismo), me dicen: pero, Protágoras, los filósofos se toman la molestia de razonar lo que dicen. A esto contestaré dos cosas. Lo primero es que uno no puede razonarlo todo. Ciertas cosas las dará por supuestas. Hay gentes, por ejemplo, que creen que la manera de demostrar una cosa es sacrificando un gallo y mirando sus intestinos. Si un filósofo les dice que tienen que atenerse a su manera de argumentar, y dejarse de gallos, o de libros sagrados, y coger las palabras del filósofo, estará haciendo una descarada petición de principios.

Lo segundo que tengo que decirle a ese, es esto: resulta que los propios filósofos están continuamente contradiciéndose, no sólo unos a otros, sino cada uno a sí mismo. Unos dicen que todo es uno, pero ya al decirlo se están traicionando, porque sus propias palabras les desmientes. Otros dicen que todo viene del infinito, pero ese infinito lo expresan en palabras concretas y finitas. El inteligente Gorgias, el leontino, ha demostrado que, en realidad, nada es. Que ¿cómo? Pues así: si hubiese ser, dice, tendría que venir de algo o de la nada. De la nada, decimos que nada sale. Pero si el ser viniese de algo, sería de otro ser, o sea, que el ser viene del ser. Y eso es lo mismo que decir que no ha venido, sino que no tiene principio. Pero lo que no tiene principio, no existe. Así que nada es. Gorgias ha inventado este razonamiento de broma, claro…, y en serio.

Cuando decimos de una teoría que es verdadera, sólo estamos diciendo que yo la creo, que me gusta, que me siento irresistiblemente inclinado a afirmarla. Eso le pasa a cualquier creyente en algo. Ahora bien, los hay más o menos fanáticos. Muchos filósofos, lo digo como sinceramente me lo dicta mi corazón, son fanáticos, fanáticos de ciertas creencias, llamadas razonamientos, que creen que todo el mundo debería compartir.

Muy bien, me diréis, si como dices no hay ninguna verdad superior a otra, ¿qué tienes tú que enseñarnos? ¿Para qué te hemos dado nuestro dinero? Aquí pasamos a lo segundo y más importante (no vayáis todavía a pedir que os devuelvan el dinero de la matrícula). Claro que no todas las verdades son iguales. Claro que hay sabios e ignorantes. Pero ¿qué es lo que distingue a un sabio de un ignorante? No el que uno sepa la Verdad con mayúsculas y el otro no, porque cada uno tiene su punto de vista, verdadero para él. La diferencia es que unos puntos de vista son más útiles que otros para cubrir nuestras necesidades. Y esto es lo verdaderamente importante. Yo querría enseñaros, no la verdad, sino la creencia más conveniente y útil.

Ahora, ¿qué necesitamos para eso? Pues es muy sencillo, aunque es a la vez muy difícil de conseguir. Necesitamos los mejores medios para satisfacer nuestros deseos. Se dice pronto, ¿verdad?

Son dos cosas: primero, nuestros deseos. ¿Cuáles son nuestros deseos? Los filósofos dicen saber, por supuesto, qué tenemos que desear tú, y tú, y yo. Pero, desde luego, están equivocados. Ellos no pueden saber qué tienes que desear tú, porque eso es algo que, sencillamente, tienes que elegir tú. Igual que creen que hay una Verdad absoluta, ellos creen que existe lo Bueno en sí. Pero mirad lo que os digo: yo he viajado mucho. Y ¿sabéis qué he comprobado? He comprobado que en cada sitio la gente creía que lo bueno por naturaleza era lo que hacían y querían hacer ellos. Aunque para las personas de otros lugares se tratase de cosas absurdas. Unos pueblos comen carne, otros no quieren ni verla. Unos, cerdo; otros, ranas. Unos se afeitan la cabeza, otros se dejan melena. Unos creen que la homosexualidad es un pecado, otros creen que es sagrada; incluso sé de pueblos que comen carne humana. ¿Puede alguien decir que unas de esas cosas son buenas y otras malas? No puede. Lo bueno, para uno, es lo que uno aprueba, lo que quiere y desea. Aunque a otros les parezca horrible. En esto, pues, no puedo enseñaros mucho. Miraos a vosotros mismos y preguntaros: ¿qué me gusta a mí, verdaderamente? No qué dicen otros que tendría que gustarme. Así no serás nunca feliz.

Pero hay una segunda cosa, que son los medios para conseguir vuestros deseos. Si yo deseo una casa, necesito un terreno donde construirla. Si no la deseo, eso es completamente inútil para mí. Hay cosas útiles e inútiles, no buenas o malas. Son útiles las que me llevan a donde quiero. Inútiles, las demás.

Y ¿qué pintas tú en esto?, estará pensando alguien. Escuchad ahora bien. ¿Sabéis cuál es la herramienta más útil de todas? ¿No? Pues, para hablar en tono mítico (así, de paso, tengo algo que decir sobre lo divino) esa herramienta nos la dieron los dioses, para que nos pudiéramos proteger y defender de la naturaleza, para que la dominásemos a nuestro deseo. Esa herramienta se llama Palabra. La Palabra es lo más útil que hay. Hay una segunda herramienta, hermana de la palabra. Se llama Política. Quien sabe manejar estas dos herramientas, sabe todo lo que un mortal puede saber para hacer su vida mejor.

Eso es lo que os enseñaré: os enseñaré los secretos de la Palabra, y su hija la Política. Debéis manejar bien las palabras, para que digan lo que queremos que digan, lo que cada uno quiere decir con ellas. Las palabras tienen que significar lo que vosotros queráis, para hacer con ellas el mundo que deseáis.
Os enseñaré el secreto de la política. Vosotros tenéis mucho camino hecho, porque vivís en una democracia. La democracia es ese lugar donde nadie le dice a nadie qué es verdadero o bueno en sí mismo, ni cómo debe vivir. Cada uno decide su vida, y es tolerante con las vidas de los demás, aunque a él no le encanten. Y la democracia es, sobre todo, donde se usa la palabra, la palabra para convencer a los demás, para que vean las cosas como yo, y vivamos en paz entre semejantes.

A quienes esto les parezca poco, pueden ya pedir que se les devuelva el dinero de la matrícula, y pueden dirigirse a alguno de esos filósofos que ya conocéis. Yo mismo os puedo dar varias direcciones, porque las frecuenté en otros tiempos. Al resto de vosotros, bienvenidos. Si os quedáis, habré demostrado hoy mismo que, efectivamente, la palabra es el mejor instrumento. Pero comprometo otra demostración. Cuando terminéis este curso, sabréis usar la palabra de manera que nadie os convencerá de lo que no deseáis, y en cambio vosotros convenceréis a todos. Así que, os doy esta garantía: si, acabando este curso, uno de vosotros pierde el primer juicio al que se presente, le devolveré todo su dinero.

¿Qué os parece este discurso? ¿Pagaríais el curso -si tuviéseis dinero-?

Ver también  esta otra entrada sobre los sofistas

5 comentarios:

  1. Me ha parecido un texto muy convincente, el principal tema tratado en este texto es sobre la verdad, la forma de pensar de este filósofo es relativista, pues nos da argumentos que nos hacen reflexionar sobre que la verdad no es absoluta, sino relativa, cada uno tenemos nuestras propias creencias que para nosotros es la verdad, pero no todo el mundo puede estar de acuerdo, habrán otras personas que piensen de manera distinta, para ellos seria verdad su propia opinión, pero... ¿Mi verdad, será más verdadera que la verdad ajena? La respuesta a esta pregunta es no, porque si mi verdad fuese la verdadera, todo el mundo pensaría
    igual que yo, es decir, en mi verdad, entonces estaríamos hablando de una verdad absoluta, por lo tanto nuestra verdad no solo por ser nuestra tiene que ser la más verdadera, sino que la verdad es relativa. y ahora reflexionemos un poco... Llegamos a la conclusión que ser relativo es relativo, pero... ¿Si todo es relativo? Tiene que haber algo absoluto, ¿no? esta frase es contradictoria ya que al referirnos a que todo es relativo ya estamos utilizando una palabra con sentido absoluto, esa palabra es la palabra "todo".

    A lo que quería yo llegar... cada cual tenemos nuestra verdad, que es diferente a la de los demás, y común a la de otros, pero...¿ Podemos realizar el cambio de creer en nuestra verdad, a creer en la de al lado diferente a la nuestra? La respuesta es sí, como bien nos dice el discurso de esta publicación, mediante la palabra. Todos sabemos utilizar la palabra, pero no todos sabemos efectuarla con tanta eficacia, se suele utilizar con el fin de convencer alguien de algo, me atrevería a decir que las personas que mejor saben utilizar la palabra son los filósofos, ya que nos explican sus diferentes teorías, con el fin de que nos demos cuenta de que están en lo correcto, pero como ya hemos dicho, la verdad es relativa, y cada filósofo tienen su propia verdad, son capaces de explicar teorías muy curiosas que nunca nos habíamos parado a pensar y son capaces de conseguir que la comprendamos, y en algunos casos que aceptemos dicha teoría como más verdadera a la demás, todo, mediante la palabra.

    No pagaría el curso escolar, me decantaría por ir a los cursos de los filósofos a escucharlos en las plazas dando discursos, así aprendería a utilizar la palabra que en mi opinión los mejores en utilizarla son los filósofos y así, garantizando mi victoria en cualquier juicio.
    Roberto Pertusa Mataix. 2º Bachiller Científico.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy bien, Roberto. Aunque, una cosa que me pregunto es. ¿cómo puede alguien convencernos, si no hay ninguna verdad? Supongo que todos creemos que sí la hay, porque si no no le haríamos ni caso, ¿no?
      Un saludo!

      Eliminar
  2. Para comenzar, yo no me matricularía en esa escuela por las siguientes razones...

    Primero, en ese monólogo de Protágoras se demuestra la idea principal de los sofistas no creen en las verdades universales, para ellos, todo es relativo, no hay ninguna verdad absoluta. Esa afirmación es un poco contradictoria, ya que si todo es relativo, todo ya sería algo (seria algo relativo) y entonces esta norma dejaría de funcionar, pero no es por eso por lo que no me matricularía en la escuela....

    Si todo es relativo, significa que mis ideas son tan ciertas como las tuyas y estaríamos “tirando a la basura” el trabajo de todos estos grandes filósofos, ya que si no hay ninguna verdad universal, para que discutir,¿ solo para convencer al otro? En esta escuela te enseñan a eso, a saber argumentar, pero ¿para que quiero saber argumentar si mi opinión ( por muy descabellada que sea) es igual de verdadera que la tuya? ¿Solo para convencerte? Yo pienso que si que hay una verdad universal y que debemos encontrarla. Por esas razones, no entraría a esta escuela (ya que es como si te enseñaran a pescar y no tuvieras después una caña)
    Antonio Molina Herrero bachillerato C.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Antonio, Platón intentará satisfacer tu creencia en ideas universales. A ver si te convence su propuesta, que empezaremos en breve.

      Eliminar
  3. En conclusión, en este texto se puede apreciar que los sofistas no creen en las verdades universales, para ellos, todo es relativo, no hay ninguna verdad absoluta ¿pero si todo es relativo, "todo" ya sería algo relativo no? efectivamente, es una gran contradicción de los sofistas.
    Además si todo es relativo, todas las opiniones cuentan lo mismo,¿ entonces el por qué de los filósofos? Por esto lo máslógico es pensar que hay una verdad ABSOLUTA
    Víctor Palao Cantó 2º Bachiller Ciencias

    ResponderEliminar